Recuerdos de Roberto Dolland SJ – En todo amar y servir

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Roberto Dolland SJ fue uno de esos jesuitas que sería bueno pudieran estar siempre… Pero le tocó partir a la casa del Padre. El domingo 17 de enero se le hizo una Eucaristía recordándolo, en la que no pude estar. Sin embargo, comparto unas breves palabras de uno de los asistentes. Como nos lo comparte Vicky Paz, “Durante un momento del compartir, Techi Álvarez, una gran amiga suya, leyó un texto que escribió para él”.

EN TODO AMAR Y SERVIR

No muere quien cree en Cristo.
No muere quien vive
en el recuerdo de los que quedan.
No muere quien con su ausencia
está más presente que nunca.

En algunas ocasiones, tuve que decir algo después de la muerte de una persona querida, cercana. En todas hubo dolor. En todas se juntaba dolor y vacío. De alguna forma, sin embargo, lograba transformar relativamente pronto estos sentimientos en esperanza. Esta vez es distinto. Para escribir hace falta claridad en la mente y aliento en el corazón pero, en este caso, durante muchos días, mi mente quedó vacía y el corazón, ciertamente, se me quedó helado, a pesar de que sabía que su partida ocurriría en cualquier momento.

Ahora, cuando poco a poco vuelve la serenidad, quiero dar testimonio sobre su vida desde gestos cotidianos y sencillos. Lo hago como homenaje agradecido -pequeño e innecesario- y lo hago, sobre todo, por si nos proporciona coherencia, luz y camino a los que seguimos en este mundo.

Escribo en forma personal ya que, estando aún fresco el recuerdo, no sabría hacerlo de otra manera. Voy a narrar con sencillez algunos rasgos, diálogos y momentos de la vida de Roberto, que Dios me permitió conocer y compartir durante 40 años, con intervalos, es cierto. Una vida que se formó en el sacrificio, en la entrega total, sin reservas ni cálculos personales.

Era febrero en nuestra tierra cuando fui a visitar al P. Ramón García, S.J., al que con cariño llamábamos “papi Ross”, me había invitado a almorzar. Ese día me dijo voy a presentarte a otro “gringo” -conocía al primero. Me extendió la mano y acogió con extraordinaria gentileza y aprecio. Tenía la sonrisa tierna y la dulce expresión de quien vive a plenitud su fe y amor a Dios y en Él a los demás.

De vitalidad contagiosa. Estaba en todo. Para comprender su vida, es preciso hacerlo desde la palabra de Dios: “Antes de que te formaras dentro del vientre de tu madre, antes que tú nacieras te conocía…” dice el Señor al profeta. Se lo dijo también a él… lo conocía desde siempre. Tengo la certeza de que Dios tuvo para él un magnífico proyecto de amor. Lo tuvo con infinita ternura, pensando su puesto, su tarea y su misión en el mundo. Y fue así, desde la tarea compartida, que “mi pueblo fue su pueblo y su Dios fue mi Dios”.

Recordaba siempre con gratitud a las personas que lo acompañaron en su tarea diaria. Los jóvenes de la Pastoral Universitaria en Huancayo. Los campesinos de Jarpa, CVX, Ilo, Cristo Rey (Tacna) Inmaculada (Lima). Conocía y recordaba a todos por su nombre, como el Buen Pastor. Su amor y fidelidad a Dios le dio sentido a su existencia. Vivió pensando que vivir para los demás era la mejor manera de vivir. Durante setenta años gritó el Evangelio, únicamente con su vida, hasta el final.

El dolor es inevitable. Una verdad importante sin lugar a dudas. No hay como escapar del dolor en nuestras vidas. Se presenta de muchas formas. A pesar de la esperanza, hoy duele su partida, aunque tengo la certeza de que nuestro querido Roberto ha vuelto al Padre. El dolor suele ser inevitable, pero nuestra actitud frente al dolor hace toda la diferencia. A mí el dolor me sirve para dar gracias a Dios por haberlo conocido no solo en el sentido físico sino en lo más importante: su dimensión espiritual. Él me enseñó a ser “agradecida con la vida”, a mantener la mirada en todas las bendiciones que tengo y darle gracias a Dios, empezando con mi vida misma. A tener una fe firme como la roca en el océano “en situaciones desesperadas, hay que orar con desesperación” me decía. A dar como la viuda del Evangelio, de lo que nos falta, sin esperar recompensa alguna.

Aunque a corto plazo su muerte es una gran pérdida, a la larga es una gran ganancia: su vida es una invitación para construir una fe realmente cristiana. ¡Cómo no dar gracias al Señor que lo llevó a su Reino donde se vive de Amor! Ahí se habrá dado un gran abrazo con el “papi” y todas las personas con las que compartió su vida y se habrán llenado de gozo.

Mi deseo ferviente es que Dios, nuestro Padre, transmita pronto esa paz y ese gozo a los que lo conocimos y compartimos su vida con él.

De él puedo afirmar que:

Su casa no tuvo llaves
Siempre abierta como el mar,
el sol y el aire

Entró la noche y el día
y la lluvia azul, la tarde.
El blanco pan de la aurora;
la luna, su nívea compañera.

La amistad no detuvo
sus pasos en los umbrales,
ni la golondrina el vuelo,
ni el amor sus labios. Nadie.

Su casa y su corazón
nunca cerrados; para que pasen
los pájaros y los amigos,
el sol y el aire.

¡Que su paz nos transmita la esperanza de vivir en un mundo más justo y humano y que
trabajar por conseguirlo no nos deje descansar en paz!.

¡Hasta pronto, querido Roberto!

Chaclacayo, diciembre 20 del 2015 (leído el 17 de enero)

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