Nuestro saber y la experiencia

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Ocurre que la experiencia de algunos años laborando en las cosas que a cada uno le toca nos puede dar una cierta experticia y conocimiento adecuado de su manejo. En mi caso, lo referente a proyectos diversos en mis labores de trabajo; mi propia participación en CVX; incluso el tener casi tres décadas de matrimonio u otros menesteres diversos o más puntuales.

Ello nos permite formarnos opiniones más o menos consistentes sobre diversos puntos que están relacionados. Por ejemplo, el diseño de un proyecto, cómo se hace, como se debe rendir un informe, los puntos clave de un seguimiento de ejecución de un proyecto, la relación con los donantes, su variedad y singularidad que hay que distinguir siempre en la relación con ellos… así, otros aspectos, otros detalles.

El saber adecuado, sin embargo, no nos exime de la humildad con que hay que saber relacionarse con los demás, para el propósito de ejecutar las tareas que puedan corresponder o para transmitir los mismos conocimientos que uno pueda encerrar. En ello, es bueno ser consciente o reconocer que uno con facilidad puede caer o deslizarse en pasar por el sabelotodo de eso que conoce y manejarse con cierta soberbia de lo que se sabe y lo que el otro no sabe. Con el aire de suficiencia que puede hasta despreciar lo que otros no saben y uno sí.

En todo ello es necesario aprender a guardar equilibrios, como para muchas cosas. Entre lo valioso que significa conocer algo, de modo más o menos profundo e incluso especializado, y lo que puede significar usar dicho conocimiento como fuente de poder (incluso excluyente), del saber y la gestión del conocimiento a que pudiera dar lugar. Varias veces me he preguntado, por qué muchas veces no es posible un compartir más adecuado de ello, desde un sentido pedagógico, donde todos podemos aprender y ganar con las cosas que se van descubriendo en pequeño y que, acumulativamente, nos pueden permitir algo mayor. Debo entender que ello quizás es influjo de la manera como nos relacionamos muy individualista y “en competencia”, todo lo cual nos puede hacer perder de vista, la importancia de la colaboración y el servicio en todo lo que hacemos.

Con mayor razón, si aprendemos a caer en la cuenta que hay tantas cosas que recibimos gratuitamente y que quizás sólo un 5 ó 10% de las cosas que hacemos se deben efectivamente a lo que podríamos llamar “mi esfuerzo personal”. La gran mayoría de cosas las recibimos gratis de los demás, de la innumerable cadena de relaciones de las que está hecha la vida de cada uno. Sin embargo, a veces podemos pensar que todo o la gran mayoría de cosas se deben al esfuerzo muy personal de cada quien.

Esa dimensión de la gratuidad, de la importancia de la colaboración, son bonitos referentes que pueden ayudarnos a dimensionar mejor nuestra vida. Un vehículo para detenernos a pensar más allá de nosotros, de la competencia, de la excelencia que a veces nos puede obsesionar tanto. Y detenernos a profundizar en lo importante. Entendiendo que la sabiduría a la que debemos sentirnos invitados a profundizar es aquella centrada en el amor, amor que ese personaje Jesús se encarga de recordarnos constantemente.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 20 de setiembre de 2015

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