No recordaba con claridad la importancia de la fecha del 23 de febrero en el proceso político español. Leyendo a Javier Cercas en “Anatomía de un instante” volví a ser consciente de lo neurálgico que fue ese día en el año 1981, en el proceso de la transición del Franquismo español hacia la democracia monárquica. Recuerdo que en esos años yo estaba concluyendo la universidad y había vivido el proceso español con mucho interés.
Admirando los personajes que emergieron en ella, junto al Rey Juan Carlos, Adolfo Suarez (presidente del Gobierno), Felipe González (carismático líder del PSOE español) y otros más, quienes como Santiago Carrillo (líder del partido comunista) o Manuel Fraga (líder de la derecha española) pusieron su cuota de protagonismo en dicho acontecimiento que logró finalmente consolidarse.
Siempre me llamó la atención que personajes que cumplen roles tan delicados en una transición política, como el caso de Adolfo Suárez, después tuviese que verse obligado a dimitir y no lograse en una siguiente elección más que dos escaños en el parlamento. Guardando distancias, me traía el recuerdo de nuestro “señor de la transición” de la mafia del gobierno Fujimori – Montesinos, hacia una democracia más digna, como fue el presidente Valentín Paniagua, cuyo gobierno duró menos de un año y, después, ya no tuvo la confianza de la población en poner nuevamente los destinos del país en sus manos.
La política en ello es siempre algo extraña, porque no mide de la misma forma los hechos. Mejor dicho, la población no siempre aprecia de la mejor manera (que uno esperaría) a los políticos y la política que representan. De allí que Alan García, habiendo hecho un pésimo primer gobierno y habiendo estado denunciado por malos manejos en ese su gobierno, resultó elegido por segunda vez. Podríamos decir que, con cierta facilidad, se ha querido olvidar lo que fue la década corrupta del gobierno Fujimori – Montesinos.
En medio de ese tipo de marasmos, sin tener un sistema político consistente, mantenemos el riesgo permanente de que surjan una serie de políticos amateurs, con habilidades que sirven para colocarse bien e intentar ganar una elección, como ya nos ocurrió con Fujimori y Humala en los últimos 25 años. ¿Algo habremos aprendido? El asunto es que sin sistema de partidos y un riesgo alto (e inevitable) de amateurs en política, nos obliga a estar más atentos a lo que desde una sociedad civil más activa se puede influir y ayudar a organizar en política; del modo más directo que a cada quien le pueda corresponder; siendo muy conscientes de los roles que nos podemos (y debemos) dar en cada caso.
Entre otras cosas, para garantizar la continuidad y funcionamiento debido de nuestra democracia, apostando a que se consolide e institucionalice. También para construir ciudadanía desde los problemas y conflictos que más nos aquejan, tanto a los jóvenes (empleo, condiciones de trabajo, proyecto de vida); a los que padecen más la pobreza todavía existente (en sus distintas variantes, en especial, a las poblaciones indígenas); a las poblaciones que ven explotar sus recursos naturales y se benefician poco de ellos o son más directamente afectados por temas medioambientales. Desde problemas también cotidianos como la violencia familiar, la explotación del trabajo infantil y temas próximos como la trata de personas. O los temas del desprecio por el otro y el racismo.
Cuestiones que a todos nos debieran significar preocupación en buscar respuestas completas para toda la población y no sólo para segmentos de ella. Para entender de modo más completo y universal los problemas que nos han marcado en las últimas décadas en el país y la manera de ayudarnos a encontrarnos todos como parte de un mismo país. A veces pareciera que no es posible y que la convivencia es una tarea poco posible. Sin embargo, con fe y con medios adecuados, apostemos por ella. La podemos hacer posible, empezando por cada uno, por uno mismo.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 1 de febrero de 2015