Una navidad sobria, prepararme con ese propósito, ha sido la experiencia de estas semanas. Desde que medité en la necesidad de hacer un esfuerzo por “recuperar” un mejor sentido al hecho del nacimiento de Jesús, el sentido que realmente buscó tener y que con tanta facilidad lo diluimos y desperdiciamos como oportunidad para crecer en solidaridad, comunión y paz entre las personas. En hacernos un poco más humanos todos.
Y a todos nos cuesta. Porque no es fácil, por ejemplo, perdonar ofensas recibidas (de las pequeñas y las “grandes”), las que uno mismo profirió, aún sin darse cuenta (“sin querer queriendo”, como diría ese gran personaje que le tocó partir éste año, Roberto Gómez Bolaños). Revisar nuestras omisiones, porque siempre vamos apurados, nos falta tiempo, nuestras prioridades pasan por otros lados, no podemos detenernos nunca (o muy pocas veces) a escuchar debidamente o dejamos que otros hagan lo que quizás a mí me correspondería.
Seguramente porque nos creemos que todo lo que hacemos (o la mayor parte) se debe a mis grandes talentos y experiencia (y seguramente se tiene); vamos pensando que todo lo que se encamina es porque soy un gran organizador y se tiene un espíritu previsor (y mucho de ello será seguro realidad palpable). Incluso, todo lo bueno que nos ha resultado nuestros quehaceres podrían ser pensados como algo donde me siento imprescindible y me lleva a decirme “qué bueno soy”.
Sin negar necesariamente nada de lo afirmado, pocas veces somos conscientes de cómo confluyen una serie de factores, personas y situaciones que encaminan los hechos, sin negar el rol que cada quien juega en lo suyo. Dentro de ello, hay una fuerza especial, un espíritu y energía especial (la del amor) que siempre está intentando fluir y en el cual logramos confluir muchos hechos. Hacerlo consciente y vivirlo de modo consciente es muy importante para darnos profundidad en nuestra vida.
Por eso intentaba remitirme a hechos simples en mis vivencias pre-navideñas y de preparación a ella. Descubriendo, por ejemplo, que el nacimiento que más me ha impresionado y quedado grabado en éste tiempo, fue aquel hecho de papel craft (ese tipo de papel poco fino y de color marrón) que se compartió en la Eucaristía de cierre de año en CVX El Agustino; eran cuatro piezas (la virgen, san José, el niño Jesús y un ángel), hechos por Lucy (maestra de colegio) junto a sus alumnos y que nos lo compartieron en forma móvil y frágil (cambió de lugar dos veces durante la misa y varias veces se cayeron alguno de los personajes por el viento). Pero se trataba de un conjunto hermoso.
Un día en mi oficina de trabajo comentaba con la Sra. Berta (encargada de mantenimiento) que ella sería la Virgen María en ésta Navidad y poco menos que se asustó. ¿Por qué? Me peguntó sorprendida, y le dije porque usted tiene un hijo pequeño (menor a un año) y, por tanto, tendrá ocasión de tener en vivo el nacimiento en casa. Ella se sonrió y lo agradeció. Aunque también me dijo que no era la única. Por ejemplo, Martín (otro compañero de trabajo), también tenía un hijo de 9 meses. Y es cierto, todos quienes tienen la gracia de tener un hijo pequeño (en el tiempo que les corresponda) es ocasión de sentir en vivo, más cercanamente, el acontecimiento de la navidad.
En realidad, más que por los regalos que podamos ofrecer a nuestros niños y niñas en éste tiempo, tenemos que ofrecer la vida que nos ha sido dada. Con nuestro esfuerzo también y con el de otros. Pero sobre todo, agradecer que la vida nos ha sido dada, en las condiciones que nos correspondió, pero la hemos recibido. Y porque no depende de ningún niño o niña escoger el lugar donde nace, ello tiene que hacernos muy responsables de cómo nacen y crecen el conjunto de los niños y niñas que vienen al mundo. Hasta en ello, Jesús nos dio ejemplo, del modo como nació, pobre, en un pesebre improvisado, entre animales, quizás para recordarnos su cercanía y también amor por la naturaleza.
Por ejemplo, mi especial cariño por aquellos que deciden hacerse cargo de niños y niñas que no procrearon directamente, por la razón que fuera. Es el caso de mi hermana Margarita y su esposo Juan Carlos; es el caso de compañeros de comunidad como Mayte y Xavier; de otros tantos amigos que de diversas formas se han hecho cargo generosamente de vidas. Que me traen el recuerdo también de tantos orfanatorios, en especial el de Chulucanas y Huamanga (ambos he tenido la suerte de conocer de cerca en los últimos tiempos), así como de ese amigo que ya partió, Coqui Espino, quien trabajó por varios años (y durante el tiempo del conflicto armado interno) en el segundo de los mencionados, como psicólogo y comprometido en dicha causa.
Bueno, Feliz Navidad para todos, amigos y amigas.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 21 de diciembre de 2014