Este amigo me está resultando cada vez más simpático. Así se refería el siempre sorprendente y alegre P. Alfonso Baigorri respecto a Ignacio Blanco, director de Edelnor Perú, a propósito de constatar que ambos eran natales de Navarra, España. Dentro de una conversación en la Comunidad Jesuita de Urcos (Quispicanchi, Cusco), después de acontecida la inauguración de la iluminación de la Parroquia de Huaro, un par de horas antes (6 pm), del viernes 24 de octubre.
A ella habíamos confluido, con el propósito de conocer un poco mejor lo que se hace desde las diversas obras jesuitas en esa provincia cusqueña tan grande y hermosa, hoy atravesada por la llamada carretera interoceánica (camino a la selva se conecta a Puerto Maldonado y más…; camino a la costa conecta este ramal hacia Marcona, Ica).
Es interesante entender cómo se vertebran acciones tan ricas y diversas desde el ámbito educativo, social, pastoral y cultural. En lo educativo, con la experiencia de Fe y Alegría, desde el colegio San Ignacio Nº 44, el cual abarca en dos espacios distintos lo relativo a educación Inicial y Primaria, así como las labores de la Educación Secundaria. Además, se atiende la red rural que articula 23 escuelas, visitadas sistemáticamente para atender aspectos pedagógicos, mejoras de infraestructura, formación docente, supervisión de la calidad educativa, entre otros. De esto último pudimos conversar y ver lo que se hace desde Andahuaylillas y Ocongate.
En el ámbito social hay una complejidad más amplia. Por un lado, lo que se desarrolla desde Ccaijo, centro jesuita que tiene varias décadas de presencia en el ámbito de labores productivas rurales, especialmente agropecuarias. Con quien se hizo posible reforzar la idea de organización en la población, como medio de aprender a resolver desde sí mismos los problemas que les afectan. Han pasado por diversas experiencias de formación que fueron evolucionando en la conciencia de la población del campo. Desde su situación inicial de humildes peones o comuneros pobres, a campesinos con conciencia de derechos, pasando a estadios de “agricultores” con diversos niveles de tecnificación y articulación al mercado; hoy, según nos comentaba César Aguirre, se pone énfasis en provocar una conciencia de ciudadanos, responsables del medio en el que se ubican y su desarrollo.
Por otro lado, está la Asociación Wayra, quien brinda un soporte de trabajo a la asistencia social que se desarrolla desde las diversas parroquias de la zona, en especial, Urcos, Andahuayillas, Huaro, Ccatca y Ocongate (por extensión, se podría agregar a Canincunca y Marcapata). Tanto para la atención de comedores, bibliotecas y ludotecas. Además, ello se vincula a las labores más primigenias de las defensorías del niño, adolescentes y mujeres, más conocida como Red de Defensorías Teresa Colque, como soporte legal a casos de abuso o violencia familiar; debemos mencionar que en la zona hay una especial incidencia de alcoholismo, lamentablemente adictivo en el alcohol metílico. Todo ello se complementa con atención psicológica, sobre todo en las zonas de mayor confluencia de población.
La parte pastoral está muy centrada en una labor que recoge las prácticas sacramentales y las festividades locales más enraizadas, aunque los santos y su veneración existen por doquier. Todo ello se hace vinculado a hacer sentir y vivir una presencia religiosa en un Dios vivo y solidario, presente desde las necesidades de la gente. De allí, el compromiso de labores desde diversas iniciativas sociales y educativas. Ha sido interesante notar, desde una Eucaristía a la que fuimos (un sábado en Canincunca, 8 am), cómo se vive esa experiencia religiosa, donde suelen asistir indiferenciadamente pobladores de todas las edades y condiciones. No notamos jerarquías específicas o tratos “subordinados” como el tiempo de las haciendas, si bien la gente es muy humilde y generosa. Unos y otros estábamos juntos, alcanzando a sentarnos en las bancas o de pie.
Una misa así, a cargo del P. Calilo Silva, joven, dinámico y muy amigo jesuita, conjugó una celebración con dos bautizos, una primera comunión y una larga lista de difuntos (más de cien) que fue leída al inicio. Cantos en quechua, homilía en castellano, abrazos de la paz indiferenciados y con los dos brazos, sentidos. No dejó de llamarnos la atención que culminada la celebración, afuera del templo, la gente fue sentándose y ubicando por grupos, al parecer entre los conocidos y que tenían que ver con su celebración específica. A todos les iban repartiendo un ponche (de harina de semillas diversas), muy rico por cierto, y su trozo de torta; cariño de los propiciadores de la misa. A nosotros nos tocó recibir por azar de una señora que celebraba el fallecimiento de su padre hacía un mes. Un regalo en el frío que se sentía y una invitación a ser generoso en todo lo que nos toca.
Estuvimos también en Ccatca y Ocongate, viendo como la ruta cultural del barroco jesuita se ha ido imponiendo como una propuesta turística que ahora se gestiona de modo profesional y está dando sus frutos. En realidad una belleza que merece la pena compartir y conocer. Jesuitas como el P. Moncho y Antonio Sánchez Guardamino (entre muchos otros) han hecho una labor muy significativa (y aún hay mucho pan por rebanar). Moncho el gran concertador de relaciones diversas para abrir caminos, posibilidades y apostando siempre por los jóvenes; con quien compartimos en la Oficina de Desarrollo avatares comunes.
En Cusco ciudad tuvimos ocasión de dar unas vueltas agradables, iluminadas por los castillos nocturnos que los amigos del Señor de los Milagros ofrecieron en la víspera de nuestro regreso. No faltó una conversa con GJro Olleros y Tato Repullez, dos buenos amigos jesuitas que nos trataron también con mucha atención, chifles, queso, pisco, café y cariño.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 1 noviembre de 2014