Amor y servicio

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Es admirable cuando reconocemos talentos que van surgiendo (o han surgido) en nuestro país y que tienen ciertas características comunes. Por ejemplo, un gran amor a lo que hacen o en lo cual destacan; gran sencillez en su manera de relacionarse con el público o la gente en general; un deseo de comunicar lo bueno que les ha tocado hacer; gratitud y conexión con el país que los vio nacer; una capacidad de compartir de modo pedagógico lo que conocen y sus propias habilidades, haciendo sencillo y fácil algo que para un neófito pudiera aparecer como muy complicado o difícil.

En términos de personas me refiero a Lucho Quequezana, músico y promotor musical (proyecto Kuntur). Lo vemos también en el tan bien (y con mucha justicia) promocionado Gastón Acurio y su gastronomía y desarrollo empresarial en todo ello. Podemos decirlo también de otros personajes como nuestro tenor Juan Diego Flórez. En personajes del deporte como la tablista Sofía Mulánovich Aljovín o la fondista Inés Melchor; en el teatro podemos mencionar a Diego Bertie o Sergio Galliani. Seguiríamos una larga lista que puede abarcar incluso a políticos como el fallecido Valentín Paniagua.

No deja de ser extraño que a más de uno de ellos se le quiera ver, a veces, como “salvador” de nuestros males, de todo lo malo que identificamos en nuestro medio. Más aún si se avecinan elecciones políticas de algún tipo. O se les quiera incluir en alguna lista de congresistas o regidores, buscando “prestigiar” la opción política de la cual se trate, se haga con justa (o no tan justificada) razón. De hecho, ya en años anteriores se ha visto ello con relación a algunas voleybolistas y tenemos a varias en el Congreso (y por diversas tiendas políticas).

Sin embargo, qué bueno sería que todos –absolutamente todos y todas- aprendiéramos un poco de esos dones que nos brindan personas como las mencionadas. Tanto en su sencillez, destreza o en esa capacidad de hacer pedagogía con sus propias cualidades. Porque si algo nos puede ayudar a crecer como país es que aprendamos unos de otros y compartamos lo que tenemos y sabemos. Lo cual es una forma de ser mejores y de crecer mejores. Puede ser –como se dice- con “envidias sanas” de los éxitos de unos y de las cualidades de otros. Pero no desestimándolas o serruchándonos unos a otros; ayudándonos, más bien, a quitar las piedras y obstáculos del camino y no a aumentarlas.

A ese propósito, no salgo de ese gozo que me significó ver hace poco por televisión una muestra de ello. En una presentación en diferido de la muestra musical “Combi” de Lucho Quequezana, hecha en el Teatro de Lima, en medio de la solvencia y agrado con la que se iba sucediendo la misma, Lucho preguntó, primero, por quién era (o se sentía) un “negado para tocar un instrumento musical” y, segundo, invitó a una persona del público que levantó la mano a pasar al escenario. Debo decir que se trataba de un buen amigo, lo cual me generó más interés. Lo que sucedió en el escenario fue la muestra de cómo alguien puede hacer pedagogía hasta con el que pueda considerarse como “más negado para tocar instrumentos”.

Empezó con hacer entrar en confianza a la persona; siguió con un toque constante de la punta del pie en el tabladillo; avanzó con el soplido de una zampoña, igual de forma constante; y concluyó con el acompañamiento musical de todos los integrantes del elenco presente, apareciendo una forma musical en la cual la persona que no sabía nada, parecía que era ella la que tocaba con la misma o mayor solvencia que los demás integrantes. Fue sencillamente espectacular. Ver cómo alguien que no sabía nada podía de modo muy breve transformar su actitud, romper los miedos y temores que le infundían los instrumentos musicales, demostrarse que podía tocar, limitadamente, en proceso de aprendizaje, pero tocar y hacerse parte de algo mayor. Vi cómo cambió la cara y expresión del mismo amigo improvisado y del propio Lucho Q. que nos dejó una gran lección (o varias).

Lo primero es que nadie debe sentirse negado para nada que pueda ser útil, o satisfacer personalmente, o complementar nuestro propio crecimiento. Se tendrá limitaciones y seremos buenos para algunas cosas mejor que para otras; pero no somos negados por principio y siempre podemos aprender nuevas cosas, abrirnos a nuevos horizontes. Lo segundo, remarcado por Lucho Q. mismo fue que cosas como tocar un instrumento musical u otras cosas en la vida no deben ser vistas como una competencia, de quién es el mejor; lo principal es compartir posibilidades y darnos el espacio que nos puede ser posible en cada cosa, en cada ámbito que nos toca vivir, ayudándonos siempre a crecer. Lo tercero es algo que yo asemejaría al sentido de ser parte de una comunidad (cristiana si lo quieren) y que se ve reflejado con el rol del conjunto musical que acompañó el final de éste momento musical que comentamos, lo que hizo que no se notara casi lo limitado que podía ser el aporte de alguien que recién se inicia, pero y sobretodo, cómo entre todos podían hacer algo muy armonioso y bello.

La anécdota relatada ha querido ser para reiterar la gran importancia de valorar lo que tenemos, empezando por lo que somos y nuestras posibilidades. Recordemos que el hombre (las personas) son ellas mismas y sus posibilidades. Darnos siempre nuevas posibilidades y abrirnos a nuevos horizontes siempre será muestra de nuestra juventud y deseo de vivir; con mayor razón si las orientamos hacia el bien común y la justicia en todo sentido; si las marcamos por el amor y el servicio.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 3 de agosto de 2014

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