Escarbar la nariz de nuestros años

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Seguramente más de uno ha escuchado de niño rodar bolitas en el segundo piso de su casa, ante el asombro de su madre y alguno de sus hermanos. Fue de cacería de lagartijas en los arenales, entre los algarrobales, árboles de plátano y casuarinas diversas. Recordaremos los sapos diseccionados, disecados y reventados (los que “sobraban”) para las clases del profesor Salazar. Bañarse en el río Piura, era una proeza, especialmente porque no era entonces común tenerlo con mucha agua y para varios era mejor porque se le podía cruzar con atajos para llegar más temprano (o rápido) al colegio.

Cuántos recordaremos la puesta de la primera piedra de la IMAIL, en una de las esquinas del terreno del colegio, puesta por Monseñor Bambarén y que después daría lugar a lo que devino en el CIPCA, esa ONG jesuita de mucha repercusión para el desarrollo rural y agrario de la región. Pensar que me parecía extraño que en ello se empezara viendo cuestiones de motores y mecánica. Claro, era para el tema de los tractores y demás que podía usarse en el campo y que se empezaba a asesorar a los campesinos del Bajo Piura, de la Comunidad Campesina de Catacaos y Sechura, zonas que normalmente las teníamos sólo asociadas al buen cebiche, la chicha y las artesanías, especialmente de oro y plata.

La experiencia con el padre Pitín y los Boys Scouts fue muy interesante para salir al campo, aprender de compañerismo, hacer nudos diversos, saber comer lo que se pudiera en distintas circunstancias y joderse un poco divirtiéndose en el campo, al lado del río o en zonas más arenosas y boscosas. No todos nos involucrábamos en esas andanzas. Me resultaba atractivo pese a que era de poco salir, aunque ya se estuviera incubando cierto espíritu aventurero en mi persona.

Ello hubiera quedado como simple amante de la naturaleza y no se hubiese inmiscuido en mi propia vocación profesional (como seguramente la de tantos otros); si no fuera porque amigos jesuitas como el Oso (¿se acuerdan de Santiago García de la Rasilla?) no nos hubiera motivado (junto con otros) a participar de eventos tan simples como apoyar en la vacunación antipolio en algunos pueblos jóvenes (algunos sábados o domingos) o no nos hubieran invitado a tirar palana en el colegio de Fe y Alegría de “El Indio” (que todavía existe. Más ampliamente, esa diversión que encontrábamos en la venta de los boletos de la rifa anual de Fe y Alegría, donde vendías 8 boletos de un talonario y te quedabas con dos (10 en total); parecíamos una plaga vendiendo a todo el mundo las benditas rifas; qué bueno que era para un fin tan significativo como permitir llevar educación de calidad a los sectores más pobres y necesitados.

Aunque yo no tenía mucho afán con los deportes, con las justas jugaba mi fultbito, canicas y trompo (era más hábil para el Monopolio), como no tener presente nuestras participaciones “a muerte” en el baloncesto (en el Club Grau) y el fútbol (en el Estadio Miguel Grau), donde las peleas principales se debatían con el colegio Salesiano. Era casi una cuestión de honor el ganarle y de autoestima levantar la copa correspondiente, como si en ello se fuera lo principal de nuestros sueños. Felizmente, se manejaban ciertos equilibrios y hasta se nos promovía participar en el mural del salón y hasta en un boletín estudiantil del colegio.

Sí, me acuerdo del PESIL (Profesores, Estudiantes San Ignacio de Loyola), sobretodo porque una vez me tocó ganar el concurso del llenado del crucigrama que tenía; el premio fue muy “creativo”: pasar comiendo todo un recreo en el kiosko del colegio, lo cual fue un loquerío de “Valera pásame un sublime”, “buena Valera, me guardas un sánguche”, “invítame una gaseosa”, etc.; la verdad, la regla era que sólo yo podía comer lo que alcanzara a hacer y algunos chocolates me guardé en el bolsillo y otros, sin que se dieran cuenta, le pase a alguno que otro pata que se aglomeraba en la reja del kiosko. Quizás de allí me viene cierta afición por los crucigramas, aunque mi abuelo y mis padres también gustaban de ellos.

Creo que sólo tango un ejemplo de alguien con quien empecé desde el jardín (4 años, en el colegio Stella Maris de Piura), continuamos después en tercero de primaria en el Colegio San Ignacio y ya no nos moveríamos de allí. Se trata de Javier Takamura. Sin embargo, fuimos muy amigos durante la primaria y, en secundaria, nos separaron de salón y ya no hubo la misma química; pero terminamos juntos el colegio. Esas cosas curiosas. Más bien, al término del colegio, fue un buen espacio de integración y crecimiento el participar del Grupo La Cabaña.

El Ignacio Franco, Arens, el Yolo Castillo, Miguelito Parra y varios más fuimos de los que estuvimos muy involucrados y sirvió para aproximarnos mejor a las promociones de otros colegios (Don Bosco, San Miguel, Santa María Lourdes, Fátima, etc.), aunque a decir verdad, lo principal se jugaba entre el San Ignacio y el Lourdes, con el apoyo de la Hermana Margarita y del Oso Santiago. Fueron gratas las diversas experiencias que allí vivimos también. De hecho, Nacho y Elisa se conocieron allí y son ahora una feliz familia (nada menos el presidente con la tesorera del grupo!).

Son huellas imborrables que cada uno puede escribirlas a su manera, desde su propia vivencia y gozo. Sólo algunos recuerdos de los ya 39 años que vamos de ex alumnos. Donde eso de ser “personas para los demás” no sólo fue un cartel bonito sino que cada uno nos hemos esforzado en hacerlo también realidad. Más allá de los caminos emprendidos y de las dificultades tenidas y aciertos encontrados. Debe recordarnos también que podemos seguir soñando y esforzándonos por construir una Piura y un Perú grande desde lo que cada cual es y tiene posibilidad de aportar. Nadie debe sentirse negado a ello y nuca será tarde para empezar, retomar, continuar y darnos la mano.

Un gran abrazo a toda mi promoción Juan Pablo Vizcardo y Guzmán 1975.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 27 de julio de 2014

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