Archivo por meses: mayo 2013

Javier Diez Canseco: a mi izquierda y en mi recuerdo

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Va a continuación un artículo que me envió mi amiga Eleana Llosa, con el cual me siento bastante identificado. Javier D.C. nos deja un legado que se se sabrá continuar, que saberemos dar continuidad… Va el artículo de Eleana, gracias por ello.

Cuando se supo que Javier Diez Canseco estaba enfermo, que estaba enfermo de verdad y que seguramente no se recuperaría, no pude dejar de pensar en que algo tenía él que ver conmigo. No es que haya sido verdaderamente su seguidora, ni que estuviera en todo de acuerdo con él, ni que me gustara del todo su estilo, su forma de mantener presentes un montón de cosas que sabemos que suceden, que son, esa sensación de que “hay, hermanos, mucho que hacer”.

Pero fui pensando en algunas cosas con cierta claridad. Por ejemplo, que en las últimas elecciones me di cuenta de que era indispensable que él salga elegido congresista porque era el único que representaba –con seriedad‒ esa posición de izquierda fuerte, segura, derecha, una izquierda que sigo sintiendo cercana, que entra en conflicto con las tantas comodidades que brinda eso que ahora solemos autodenominarnos: liberal de izquierda.

La cosa es que en el periodo político anterior Diez Canseco no estuvo en el congreso y realmente fue una vergüenza y un desastre que no hubiera alguien firme y confiable de izquierda. Y decidí entonces votar por él (aunque al final me di cuenta de que iba a salir elegido de todas maneras y opté por dar mi preferencial a algunos que están en la segunda fila, tras él).

Y ahora, en las últimas semanas, estuve pensando mucho en la importancia del político Diez Canseco. Su presencia en mi vida y en la del Perú. Intuitivamente, el año 78 voté por él para la Asamblea Constituyente. Se había formado la UDP y parecía razonable. De Vanguardia Revolucionaria sabía también, pero todavía no me interesaban mucho esas cosas. Era mi segundo año en la universidad y ya distinguía entre prosoviéticos, prochinos, troskistas y la famosa llamada nueva izquierda. Voté por él, creo, porque ahora me pregunto si hubo entonces voto preferencial.

Claro, las izquierdas de entonces y las de ahora son muy diferentes. Entonces eran todas revolucionarias, si descontamos a las que llamábamos reformistas y dejábamos de lado. Todas tenían un fusil en alguna parte de sus banderolas y de sus ideales. Ahora hay las radicales, las conservadoras, las caviares… aunque parece no haber ya un ideal político, un sueño realizable. Las revoluciones reales nos jugaron muy malas pasadas.

Pero sin duda el compañero Diez Canseco se mantuvo bien plantado en la estrecha línea que se trazó, creo que desde sus inicios políticos, y que al final le concedió una especie de justicia poética por la estupidez de los congresistas que pensaron que lo abofeteaban al suspenderlo de su cargo. Hasta el final, pues, queriendo apartarlo, invalidarlo, esos que pasan por la política ganándose cositas. Y así, se podría decir que Diez Canseco consiguió su forma de vencer, su propia forma de llegar “hasta la victoria, siempre”.

Con todo esto en mente me propuse participar, estar presente en los homenajes tras su muerte. Fui el domingo, al anochecer a su velorio en el Parque Universitario. Caminé como hacía treinta años atrás por La Colmena ‒de ida y de vuelta‒ pensando en cómo todo ha cambiado algo, pero ni tanto. Hice la larga cola de serpentín, sorprendida de no ver casi ninguna de esas figuras que durante años he sabido siempre que iba a encontrar en las marchas y mítines de la gelatinosa izquierda. Pero encontré algunas de nuevos conocidos y me alegré de esto así como me apené de las ausencias. También lamenté no haber llevado algo: una flor, un afiche, un libro, algo para que acompañara el cuerpo de quien ya no es, su soledad eterna. Algo que dejar a mi paso cerca del ataúd, solo cerca porque no me gusta mirar a los que ya no son. Así que seguí de frente, salí de la casona de San Marcos y me esfumé otra vez por La Comena.

Luego, el martes, me hice tiempo para ir al homenaje. Y acompañé pues al cuerpo sin vida, a lo que es ahora la huella, la idea, el recuerdo de Javier Diez Canseco. Hice todo el recorrido con las masas. Nuevamente no llevé nada, pero se me apareció un globo rojo y con él caminé a lo largo de la avenida Abancay, en el homenaje oficial en la plaza Bolívar, en el regreso por la misma avenida hasta La Colmena, en el homenaje combativo en la CGTP y, finalmente, en el último trayecto por Alfonso Ugarte para el homenaje partidario frente al Partido Socialista. El último partido de Diez Canseco, luego de Vanguardia, luego de las experiencias de la UDP, el PUM y seguramente otras que yo ya no supe.

Había previsto encontrar multitudes. Más bien deseado. Pero no: ¿dos mil, tres mil personas? El grupo grande era el de su partido. Pero, claro, no es un partido de masas. Más bien de jóvenes estudiantes entusiastas y algunos mayores con la pinta de los antiguos dirigentes sindicales o de los viejos comisarios partidarios. En conjunto, militantes no pitucos, tampoco demasiado populares, de esa clase media urbana basante definida: mestiza, con ciertos medios, con ideas democráticas, supongo. Además, había varios otros grupos de izquierda de otros jóvenes entusiastas, cuya diferencia principal parece ser el color de sus banderas: verdes, celestes, moradas y rojas. También algunos pocos sindicatos, organizaciones de discapacitados, de los que tienen opciones sexuales afirmándose, curiosamente una gran banderola de la universidad Villarreal con la foto de Diez Canseco. Y varias gentes como yo, sueltas, despistadas. Entre todos, uno que otro de esos que siguen siendo izquierdistas de cara conocida. Todos coreando las ya trasnochadas consignas, cantando la Internacional. No sé hasta qué punto repetía yo todo como a veces cuando tengo que ir a alguna misa y sorprendo mi voz cantando las viejas canciones del colegio.

Pero no puedo dudar de que me siento más cerca de esas consignas y esas canciones que de las oraciones, crucifijos y buenas intenciones que normalmente rodean los ritos de muerte. La muerte es el fin. Y, me gusta la consigna: “Compañero Javier Diez Canseco ¡Presente!” porque afirma que cuando una persona muere queda en lo que recordamos de ella, en lo que hizo, en lo que era.

Y por eso, quizá, pensé en que mucha gente, masas, iban a estar ahí. Pero somos parcos los peruanos. Olvidamos. No nos dejamos conmover por nada. Y cuando en un arrebato mostramos un poco más de emociones que las corrientes, nos avergonzamos y buscamos justificaciones y hasta nos arrepentimos o nos burlamos casi sin darnos cuenta.

Antes de que esto me sucediera, decidí pues escribir esto y enviarlo a los amigos, los de otros tiempos y los de ahora. Todavía tenemos (creo que todos) un poco de corazón de izquierda y de ganas de un Perú con más justicia, más igualdad, menos criollada.

eleana llosa, mayo 2013

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Javier, la partida de un hombre significativo

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Por mi relación con la política conocí de cerca a Javier Díez Canseco, dirigente muy querido entre diversas trincheras por tantos motivos. Desde el hecho de su cojera, pasando por su espíritu amplio, su aparente aspecto serio que sabía combinarlo con una gratuita sonrisa, era un cabal político y un arduo defensor de las causas que consideró justas, todas justas la mayor parte de las veces.

Hoy se ha ido y nos deja un legado que será todo un reto ayudar a encaminarlo y ha ser consecuente como lo supo ser, más allá de dificultades y falacias que pudo haber en su camino, quijotesco en algunos casos y profundamente humano por su opción por los más débiles. Y, como tal, nos ha dejado, al no poder vencer la lucha contra uno de los males de nuestro tiempo, el cáncer.

Es tiempo de reflexionar los pasos hacia adelante, los pasos dados antes, los pasos hacia el costado. Todos somos necesarios para hacer un mundo más humano, todos estamos invitados a la fiesta de la compasión, la solidaridad y la justicia. Que a todos nos inspire, al menos a un buen número.

Guillermo

A continuación, transcribo unas líneas que recibí de un amigo, a propósito de la partida de Javier, muy sentidas por cierto.

Hola Javier:

Una llamada me dice que nunca más te volveremos a ver. Hay un epitafio cerca de la tumba de mi madre que dice “No he muerto, moriré el día que me olviden”. Eso es lo que eres y serás para miles, para millones de personas. Inolvidable. Entonces ¡vives y vivirás! Seguramente muchos tratarán de poner en palabras lo grande que eres, lo grande de tu corazón y de tu fuerza por alcanzar la justicia y el mundo feliz de “Imagine” con el que soñamos. No creo que pueda hacer eso, las palabras siempre son limitadas. Seré breve. Cuando hacía alguna travesura, mi abuela me decía que el alma de los muertos le jalaba la pata a los que se portaban mal mientras dormían. Si es verdad que existe un más allá entonces haznos el favor de jalarle la pata a aquellos que perennizan la injusticia y la desigualdad, esos han hecho mucho, mucho más que travesuras; nos dará mucho gusto que sigas siendo su pesadilla. Si es verdad que existe un más allá entonces son miles los que han salido a recibirte y ya sabes lo que tienes que hacer: siéntate a la izquierda de Dios Padre. Si es verdad que hay un más allá, saluda a Pepe Martínez, a “Pico” Silva, a Crescencio Merma tan socialistas como tu; saluda a Pilar Coll y a Víctor Ramos, también inolvidables; y por favor, abraza y dale un beso a mi madre.

Pepe

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Ser Humano: enigmas y posibilidades

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Hace poco menos de dos años, el Fondo Editorial de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la Pontificia Universidad Católica del Perú, publicaron el libro de Alberto Simons sj sobre “Ser Humano. Ensayo de Antropología Cristológica”, coincidiendo ambos centros académicos donde labora el amigablemente llamado Cholo. Libro que presenta un itinerario de la reflexión teológica del autor y lo que ha sido su recorrido por diversos temas que han tenido a la base la gran pregunta por la relación entre Dios y el Hombre y el Hombre y Dios, situados a partir de aproximarse a la persona de Jesús.

Es importante detenerse en libros como éste porque nos permiten hacernos preguntas fundamentales a todo ser humano y a nuestra dimensión trascendente, a nuestro sentido espiritual, más allá de las características peculiares que dicha reflexión pudiera tener según cada caso. El hecho es que como seres humanos tenemos cuestiones vitales que nos recorren y de lo cual, el libro en mención nos ayuda a establecer una serie de aproximaciones que abordamos brevemente, en especial en su primer capítulo que es un gran vértice del conjunto del libro.

El autor nos hace ver que todo ser humanos se hace a sí mismo, como género humano y como persona. Que esa es “la gran aventura de la vida”, pero nos causa inquietud. Tenemos miedo a la libertad (E. Fromm), por no asumir nuestra responsabilidad de decidir y tomar la vida en las propias manos; o nos da miedo el pensar por nosotros mismos. O no sabemos amar, no nos atrevemos a salir del propio yo (de nuestra propia limitación).

En ese sentido, se sitúa el significado de ser “humano” en “atreverse a pensar por sí mismo (inteligencia), decidirse a tomar la vida en las propias manos (libertad – voluntad), resolverse a amar (afectividad), tener que ir realizando su propia vida (temporalidad – historicidad), compartir la vida con los otros (sociabilidad), ser lo que se quiere, puede y debe ser en autenticidad y coherencia (eticidad) e ir más allá de sí mismo (trascendencia)” (p.38). Algo como lo que Pascal nos dice que el hombre desborda infinitamente al hombre.

Por eso, el ser humano, más que un tema es un problema, un ser problemático. Porque es una especie biológicamente inconcluso, incompleto. A diferencia de otras especies que nacen con un código de comportamiento genético ya determinado, los seres humanos nacemos inconclusos. Pasamos del útero materno al útero socio cultural, sin el cual no podríamos subsistir; desde éste último termina de hacerse, de realizarse, y lo hace conviviendo con los demás; pues se corrobora que el ser humano se enseña y se aprende.

Ello es una ventaja en tanto nos obliga a desarrollar nuestra inteligencia, libertad, afectividad, sociabilidad, etc., por lo cual nos hacemos personas. Por tanto, cada ser humano es un proyecto de vida, lleno de enigmas, sentidos y significaciones posibles, potencialidades diversas. Tenemos la posibilidad de elegir entre una gama de posibilidades de ‘ser’ que se nos presentan; contamos con la facultad de cambiar y sabemos que podemos ser diferentes. Podemos trazar distintas rutas.

En realidad, somos un enigma para nosotros mismos. Caminamos en tensión y riesgo, entre lo posible y lo real. En parte, ello nos ayuda e impulsa a conocernos a nosotros mismos, el medio que nos rodea y el modo de relacionarnos y de vivir. Por tanto, es importante aprender a vivir con esa dimensión de misterio, donde sólo es posible ofrecer pistas y reflexiones no definitivas.

El enigma del SH es una riqueza que nos hace crecer y salir de certezas engañosas. Hay que convivir con el enigma que somos, lo cual nos remite a lo más profundo y verdadero de nosotros mismos. Algo así como convivimos con el enigma del amor, del tiempo o de la muerte. ¿Quién puede decidir fehacientemente sobre éstas dimensiones? Por ejemplo, por qué a veces los mejores se van más rápido, como muchos sentimos la partida de Javier Diez Canseco, político y persona cabal. Cuestiones que tendrán respuestas que nunca nos dejarán del todo satisfechos.

De otro lado, Alberto Simons nos aproxima a la humanidad de Jesús, para intentar ver desde allí el sentido y dimensión más cabal del ser humano. Se nos invita a hacerlo sin prejuicios o esquemas previos, para no convertirlo en un Dios disfrazado de hombre o en un ser mitológico. Es clave imaginarnos a Jesús como un hombre cualquiera que lo fue. Con los mismos sentimientos que podemos experimentar todos. Algunas veces cansado e irritable, otras veces, tratado como un orate o agitador; expresa los conocimientos religiosos de su tiempo y de ninguna manera era un personaje ‘omnisciente’, que lo conoce todo. Igual en todo a nosotros (a todo ser humano) menos en el pecado. Asumió todo lo propio de nuestra naturaleza, incluido la ignorancia o el error.

Debemos, por tanto, salir de imágenes sesgadas de Jesús, como son (1) el verlo sólo como un ser humano y nada más; (2) verlo sólo como un ser divino, igual a Dios; o (3) verlo como a un ser mitológico, mitad hombre mitad dios. Y ninguna de ellas es lo más válido. El autor nos invita a acercarnos a Jesús tal cual es y ver qué nos descubre sobre nuestro propio ser. Por tanto, un buen modo de hacerlo (tarea nada fácil) es haciendo el camino de sus propios discípulos. Viendo a Jesús primero como un ser humano igual a uno e ir descubriendo de a pocos su riqueza, su trascendencia y todo lo que él encierra como ser humano y sentido divino.

Con Jesús nos confrontamos con alguien con quien encontrarse y descubrir un sentido a la vida. Más que un ansia de saber de él, compromete toda nuestra existencia. Por eso, nuestro sentido de búsqueda e insatisfacción en la vida muchas veces nos ubica en la periferia, en las fronteras de nuestro sistema, situándonos en querer ir más allá de nuestras propias “instalaciones”. Así como también se situó Jesús en su tiempo.

El misterio del hombre y el misterio de Jesús podrían considerarse muy cercanos y, quizás, el mismo en el fondo. Según cómo entendemos el sentido del misterio. Ya que no sería tanto lo inexplicable o lo que no podemos conocer. Más bien, se trataría de “aquella plenitud que nos desborda y no podemos abarcar, explicar o disponer, pero que al mismo tiempo nos posee y, de alguna manera, nos penetra porque constituye la verdad profunda de nosotros mismos y de nuestro mundo, y nos da sentido y significado” (p.46). Es aquello que expresa sin agotar nunca todo aquello que expresa.

Terminamos estas breves notas mencionando que tomar en serio la humanidad de Jesús es clave porque ser cristiano significa ser como él y ello no podría ser si su humanidad no fuera (o hubiera sido) como la de todos nosotros. Es más, como nos lo recuerda Karl Rahner, justamente es en la humanidad de Jesús que se revela su propia divinidad.

 

Guillermo Valera
Magdalena, 5 de mayo 2013

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Antes hacíamos mitin, ahora se hace una misa

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Salía a paso apurado de la estación central del Metropolitano, rumbo a la Iglesia de la Recoleta, en la Plaza Francia, donde se iniciaría minutos más tarde la misa por el día del trabajo. Era viernes 27, cerca de las 7 de la noche y el flujo de gente era bastante considerable.

De pronto escuché que alguien, al pasar a mi lado, intentó llamar mi atención y siguió de largo. Casi por instinto, de sentir a alguien conocido, me detuve y pude alcanzar a ver que se trataba de un viejo amigo, de esos que conocí en la política y siempre me lo encuentro en eventos de ésta naturaleza, por distintas razones, siempre fiel, ya desgastado por los años y los vaivenes que traen éstas actividades, una persona muy amigable y agradable.

¿Para dónde bueno? ¿No te quedas para la misa por el día del trabajo? No, ya estoy de salida y me voy para casa (se dirigía a Miraflores). Cómo es, ¿no? Antes por el día del trabajo y de los trabajadores hacíamos mitin, una marcha, ahora se hace una misa… cómo han cambiado los tiempos. No lo decía burlándose, más bien con el deseo de marcar los tiempos distintos, las valoraciones, la misma realidad del trabajador y del mundo del trabajo ha cambiado tanto.

Nos despedimos de buen gusto, deseando que le fuera bien en la difícil Municipalidad de Lima donde chambea como asesor. La cosa esta verdaderamente complicada porque ahora somos minoría, aunque con todos los de la confluencia y la política de buena vecindad del PPC, la cosa aún es manejable. Pero la cosa se nos ha puesto difícil, pero no hay desafío que no se pueda abordar y felizmente nuestra Alcaldesa está más fortalecida que nunca; pese a los inconvenientes, ella volvió casi a nacer políticamente con el triunfo parcial logrado.

Ya en la Eucaristía, el padre a cargo de la homilía se encargaría de recordarnos los cambios de que ha sido efectivamente el mundo del trabajo y todo lo que se ha desandado en derechos laborales y sindicales, las diferenciaciones que se han generado entre capas bien remuneradas y en condición estable respecto a nuevas generaciones de trabajadores que la pasan de modo más limitado y en condiciones de movilidad bastante marcadas. Migrar de trabajo cada cierto tiempo se ha vuelto no sólo común sino hasta deseado, como una forma de aprendizajes diversos y de no “aburrirse” haciendo lo mismo.

Sobre el trabajo, valorar el trabajo y a los trabajadores que somos todos aquellos que vivimos de nuestra actividad profesional, de lo que sabemos hacer en términos honestos y sin apropiarnos de lo ajeno, es algo que debemos de considerar como significativo. Como se verá, hasta el origen de trabajador que estuvo normalmente asociado a obrero, ya ha sido superado por la historia. Para pasar a ser un concepto más amplio, aunque sin perder de vista a los más desfavorecidos en el mundo del trabajo, a quiénes tienen menos conocimientos, menos recursos, menos oportunidades, por las razones que sean, hasta raciales o geográficas, porque ser considerado indígena o vivir alejado de Lima o de una ciudad más o menos importante también es causa de discriminación subliminal o abierta.

Creo que desde ahora en adelante ya no dejaré pasar éste día como uno de los de mayor significación del año, casi como nuestro cumpleaños. El día que nacemos celebramos la vida que se nos dio y que tenemos la alegría de continuar y de crecer en ella. El día del trabajo en realidad nos invita a celebrar el que cada ser humano tenemos la capacidad de hacernos a nosotros mismo y de valernos por nosotros mismos, por intermedio del trabajo que realicemos cada uno, del modo como generemos nuestros ingresos o reproduzcamos nuestra sobrevivencia elemental (que supone alimentarnos, vestirnos, tener un lugar de habitación, preservar nuestra salud, educarnos y un largo o corto etc., según el caso.

Alegrémonos por el día del trabajo, festejemos la vida que descansa también en nuestras propias manos y posibilidades, con humildad y sentido profundo de la dignidad de cada persona. Que éste día sea motivo de conciencia solidaria con quienes nos rodean, nuestra familia, vecindario, región o país. Por supuesto, con nuestro entorno laboral, el que corresponda. Que sea motivo de preguntarnos, cómo nos compromete a cada uno, cómo estoy comprometido con cada uno de los circuitos por donde circulo a diario y, probablemente, me detengo poco o nada, sigo de largo para no “perder el tiempo” o no saber “escuchar”. Buen día del trabajo y un abrazo a todos/as los que nos sentimos y somos trabajadores.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 1 de mayo de 2013

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