El final de cada año acontece entre alegrías y cierta pena de recordar lo vivido, las distintas cosas que hicieron noticia en uno, lo que fueron nuestras “primeras planas” o titulares, por cierto, para nada sangrientos o de escándalo como los noticieros de televisión o ciertos medios escritos. No porque ciertas cosas no sucedan en la realidad. El problema es qué resaltamos de la vida, de qué hechos de lo cotidiano hacemos divertimiento o superficial tratamiento para que no incomode y “permita” pasar el rato.
Lo importante quizás sea que tomemos conciencia de que hemos caminado cada día, hemos vivido cada día. Ser conscientes que cada uno “hace” también la vida de quienes le rodean, para bien o para regular, para mal o para mejorar. De la vida que llevamos somos de alguna manera responsables y, en todo caso, debiéramos sentirnos crecientemente responsables. Aunque no depende –únicamente- de cada uno lo que le pueda acontecer. Hay una serie de factores de contexto, de motivación personal, de coincidencia de intereses, de confluencia de situaciones, de “descubrimientos” (pequeños, grandes) o modas, cosas fortuitas y no tanto… Sin embargo, hasta por sentido de solidaridad, nada de la vida nos debiera ser ajeno.
No por un sentido del deber, del deber ser, de lo que aspiramos. En ello siempre habrá una pluralidad de aspiraciones. Sino porque queremos aprender a amar la vida y queremos hacerlo y amarla a cada instante y no sólo para ciertas situaciones o acontecimientos. Y el amor si no es consciente se vive en forma más limitada. El sentido de la responsabilidad, más que vínculo con el deber, está vinculado a cómo nos hacemos libres y aprendemos a amar (en forma libre).
Por tanto, volver sobre nuestros pasos tendría que ver mejor con la manera cómo hemos aprendido a amar, y a hacernos conscientes de ello, en cada paso que hemos ido dando, sabiendo que, como en la mayoría de las cosas, solo se aprende a caminar cayendo, tropezando, logrando consistencia en las articulaciones, logrando suficiente equilibrio, requiriendo de una mano (y de afecto), hasta que lo logramos hacer solos y caminamos en cada vereda de nuestras experiencias y situaciones que nos toca afrontar. Desde esa óptica, podemos ver que cada día (y no sólo cada situación especial) podríamos vivirlo con sentido de pequeño desafío o reto sobre lo que nos proponemos hacer y crecer.
Sabiendo que de todo podemos aprender, hacer pedagogía; de que somos sujetos de error constante y así como podemos estar muy lúcidos en algo específico, al siguiente paso podemos decir una gran “burrada” o cometerla. Y debemos saberla no sólo identificar, sino tener la capacidad de volver sobre nuestros pasos, rectificar y seguir adelante. Por cierto, no somos máquinas porque tenemos la posibilidad de ser flexibles con cada situación y tomar en cuenta los detalles de “cada caso” cuando nos relacionamos y somos también sujetos de acierto / error que nos generan aprendizajes y no sólo “frustraciones”.
Ser un poco más conscientes de la vida que llevamos es condición de crecimiento en humildad. Porque nos permite identificar todo lo grandioso que nos rodea y que nos acompaña de múltiples maneras; y que sólo somos un “algo” muy pequeño dentro de ello. Porque al sentir la necesidad de amar todo ello por el profundo agradecimiento a que nos invita, podemos caer en la cuenta de lo “prestada” que es mi propia vida; lo temporal que puede ser ésta y quizás significar nada en el fugaz paso del tiempo.
Al hacernos conscientes de la vida podemos apreciar con belleza la inmensidad de posibilidades a las que podemos estar abiertos y que podemos hacerlo y vivirlo de tan diversas maneras (y de hecho ello ya ocurre con las distintas culturas en el mundo). No necesitamos competir y desestimarnos unos a otros o vanagloriarnos de ser mejores… porque mientras sepamos hacernos parte de ese sentido de bien mayor, de esa expresión de amor más amplia, de esa inmensidad artística que puede ser la vida (y de alguna manera ya lo es)… podríamos sintonizar mejor la gran orquesta que debe ser la plenitud a la que aspiramos.
Revisar un año vivido, debe presuponer el nuevo que se va a iniciar y el tremendo vínculo que existe entre ambos y que debemos saber procesar muy directamente para que nuestro saludo por el nuevo año no sea hueco, vacío o simplemente tibio o engañoso. Tendremos el nuevo año que corresponde con el que termina. Nos hacemos propósitos y nuevos deseos pero que están anclados en la historia personal de cada uno.
Siendo importante la motivación (en algunos casos euforia) de abrir un nuevo pequeño período (un año, como podría ser el cumplir años, o simplemente el iniciar cada día), será también importante preguntarnos cómo podemos amar mejor, cómo podemos hacer mejor el bien; de qué modo nos sentimos llamados a servir y a tener mejor en cuenta a los que son más desfavorecidos por distintas causas.
Y ello se puede aplicar a todo nivel, desde la alta política (¿qué es hacer un buen gobierno?), pasando por las distintas jerarquías de poder (que para ello siguen habiendo), la familia (¿todos cuentan?), los centros laborales (¿tenemos en cuenta los derechos, por ejemplo las horas que trabajamos?), la vecindad que nos toca o la acción cívica que puede tener que ver con no estimular el orgullo propio o la envidia, votar papeles en la calle, las decisiones que tomamos a cada paso o saludar con amabilidad… Podemos tener un mejor año todos.
Guillermo Valera Moreno
31 diciembre 2011 Sigue leyendo