Archivo por meses: julio 2011

Valoremos la vida comunitaria

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El espacio de reunión que nos podemos dar en la vida comunitaria puede ser que no sea lo más importante para la existencia de una comunidad, pero es el lugar de encuentro necesario para compartir lo que somos, hacemos, crecemos y un largo etcétera. Encontrarnos para manifestar y vivir nuestra fe en comunidad pudiera ser algo relativo y es, sin embargo, una cuestión que nos ayuda a dar amplitud, a considerar a los otros como parte de mi propia vida y hacerla trascender un poco más de lo que ya tiene como significado individualmente, ayudándonos, por cierto, a remar contra los distintos individualismos que rodean nuestra vida actual.

Nos decimos comunidad cristiana porque aspiramos a que sea Cristo el centro de la misma. Porque valoramos en Cristo la presencia de Dios en nuestras vidas y queremos que ello ordene de la mejor forma no sólo la vida de la comunidad como grupo, sino la vida de cada uno de sus componentes, ayudándonos a integrar nuestra fe y vida en todas sus dimensiones, especialmente en lo familiar, laboral, de estudios, eclesial y ciudadana.

Por tanto, si Cristo va siendo el centro de la vida comunitaria y el centro de nuestra vida personal, la comunidad bien tendría que ser el referente que pudiera darnos una mejor centralidad en nuestras vidas, el lugar desde el cual vamos construyendo relaciones que nos ayudan en el conjunto de nuestro caminar. Siendo así, cultivar la vida comunitaria puede tener más valor y trascendencia de lo que podríamos imaginar.

Un asunto importante en ello estaría en preguntarnos: ¿es posible la vida comunitaria sin un encuentro e intercambio periódico y regular de sus integrantes? Sería un poco difícil, sobretodo por la vorágine de actividades o tareas en las que cada cual se encuentra normalmente. Lo que define una comunidad no son las muchas o pocas tareas que realizan sus integrantes; ellas también son importantes.

La vida comunitaria se define por la calidad de relaciones que se van construyendo entre sus miembros; la capacidad de orar juntos su vida, su realidad, la de los más necesitados; la manera cómo se inspiran unos a otros para crecer y ser fecundos en lo que le toca a cada cual; la posibilidad de ser testimonio de seguimiento de Jesús, tanto individual como también en colectivo, desde las mediaciones que pudieran ser las más adecuadas.

En el caso de las CVX (Comunidades de Vida Cristiana), nos anima y ayuda a cultivar nuestra propia profundidad y crecimiento la espiritualidad ignaciana, aprendiendo en el discernimiento a construir un estilo de vida de servicio y compromiso. Dejándonos acompañar por todos los compañeros y compañeras de camino y sabiendo acompañar a nuestro “vecino”. Buscando construir relaciones en clave de “magis”, es decir, de constante superación, grado de humildad y disponibilidad (libertad). Para descubrir y realizar la “voluntad de nuestro Padre”.

Siendo nuestra comunidad un lugar de encuentro y crecimiento; siendo tan significativo poner a Cristo en el centro de la vida de comunidad y aprender de ello; siendo un desafío constante el discernir comunitariamente nuestros propios “signos de los tiempos”… Nada de esto se podrá encaminar sistemáticamente si no nos damos un tiempo adecuado y regular para compartir todo ello y lo que se puede permitir fluir desde allí.

Nos será de mucha importancia también que desde nuestras propias reuniones podamos profundizar en temas que nos ayuden al proceso de formación en que cada comunidad pequeña se halle, complementándolo con procesos de formación más amplios que nos permitan hablar “en idiomas diversos” e inspiren mejor el sentido pentecostal que cada comunidad debe tener para sí y hacia el medio que le rodea.

Cada comunidad en pequeño esta llamada a situar y valorar su propio quehacer y a darle todo el peso y significado que esta en sus manos. Sintiéndose, además, parte de una comunidad más amplia (en nuestro caso la CVX Perú y mundial) y sensible a quienes tienen más necesidad en cada ámbito de nuestra realidad.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 10 de julio de 2011 Sigue leyendo

Nuestra fe y compromiso en el nuevo contexto del país

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“Ganó Humala y no pasó nada”, parecieran decirse muchos en el Perú. Pues, somos un país de contrastes: ayer se venía la catástrofe y hoy pareciera que la economía esta demasiado tranquila. Primaron las buenas formas democráticas, así vivamos situaciones sociales tan disímiles como erigir, de un momento a otro, una gran imagen de Cristo crucificado en Lima, mientras en Puno (al sur del país) reina el desgobierno y la violencia, todo bajo la sonrisa inerme del Presidente García.

De lo que no cabe duda es que estamos en un contexto de cambio de gobierno en el país, lo cual estuvo precedido de tensiones y polarización. Quiérase o no, se tuvo un resultado que nos invita a la reflexión y nos llama a vivir un renovado sentido de esperanza y compromiso. Ahora toca preguntarse ¿cómo se sitúa cada uno en dicho contexto? Creo que será necesaria la mejor disposición para aportar lo que pueda estar en manos de cada uno, empezando por situar mejor las propias labores de cara al país. Para que puedan sintonizar de la mejor manera con el crecimiento económico; una democracia a seguir profundizando; haciéndonos más responsables de lo que acontece; sintonizando mejor con las políticas públicas que se requieren en aras a una mayor inclusión social. Siento que se abre una etapa en la cual se puede consolidar un sentido de país para todos y con el cual todos nos podamos sentir algo más orgullosos de su devenir y posibilidades.

Ahora bien, sabiéndonos en un contexto de globalización que cada vez marca mayores pautas en nuestra vida y posibilidades, también nos preguntamos, ¿cómo repensar la política y vivirla de manera renovada? Sabiendo que ella es motivo muchas veces de conflicto, corrupción, afanes de poder, etc., antes que sentido de servicio y de búsqueda del bien común. Es todo un desafío el que se marca, porque no sólo se trata de que se consiga mejores políticas públicas en beneficio de todos los peruanos, sino que simultáneamente es necesario que puedan hacerse las cosas descubriendo signos y gestos de una nueva forma de hacer política que supere la lógica del “todo vale” o de manifestaciones autoritarias diversas tan presentes en nuestro quehacer y cultura política.

La democracia es el sistema político en el cual nos vamos haciendo como país y empezamos a hacerla sostenible. Sin embargo, muchas veces constatamos que no nos da cabida a todos y podemos sentir que no sirve para resolver los problemas más elementales de la población. Sin embargo, ¿cuánto nos hacemos parte de sus mecanismos participativos o podemos hacerlo? ¿Pasa por nosotros interesarnos por las políticas públicas que pueden estar vinculadas a nuestra especialidad profesional o laboral, aún como “ciudadanos de a pie”? Es muy importante el infundirnos confianza y esperanza en nuestras propias posibilidades y las del país, aportando en todo lo que esté a nuestro alcance. Pienso que parte de ello sería el saber aproximarnos a los diversos mecanismos participativos ya existentes (y los que se puedan abrir) en los diversos niveles del gobierno, en aras a colaborar desde nuestros propios conocimientos y capacidades. A la luz de ello, cada uno tendría que ver la manera de cómo le afecta y le toca. Como granitos de arena enlazados siempre en redes y organizaciones. Como cauces de relación con otros.

Pensamos que es importante cultivar y crecer en una fe que encuentra valor, se inspira e intenta un seguimiento de Jesús desde éstas situaciones. Mirando por los más necesitados, los débiles, los pobres. Lo cual supone enraizarse en valores de solidaridad, dignidad de las personas, conciencia ciudadana responsable, capacidad de diálogo y justicia, ayudar a garantizar un desarrollo para todos. Por tanto, es pertinente plantearnos ¿cómo tendríamos que revisar nuestros quehaceres pequeños y grandes que cotidianamente realizamos a la luz de dichos elementos? Cómo podemos establecer las conexiones necesarias con los objetivos nacionales y de desarrollo que se planteen desde el nuevo gobierno. Siendo muy claros que no se tratará de manejarnos como con un “cheque en blanco” sino con la capacidad crítica y de vigilancia que pueda corresponder, para que se encaminen propósitos adecuados. Sintiéndonos parte de un Estado que requiere ser reformado y modernizado. Conscientes que muchas serán cosas que no se puedan alcanzar en el corto o mediano plazo.

Tocan tiempos de estar más visiblemente al servicio de la humanidad y de ayudar a poner lo humano al centro de todo lo que hacemos y vivimos. Con una lógica inclusiva, ecuménica e intercultural. Valorando lo pequeño como posibilidad para construir lo grande, para hacer presente el amor en todas las dimensiones de nuestro vivir. Donde nos sintamos continuadores de un esfuerzo temporal que podrá seguir encaminándose por otros ¿Es todo lo anterior parte de mi fe, es decir, de mi sentido de vida? ¿Cómo vivimos realmente la realidad desde tantas mediaciones, parte de las cuales somos nosotros mismos? Es bueno sabernos limitados en lo que podemos obrar, pero también con capacidades. Seguros de que todo lo que nos esforcemos en aportar puede ser un gran motivo de inspiración para quienes nos rodean. Lo cual conlleva, entre otros aspectos, a que sepamos discernir de la mejor manera lo que nos corresponde optar, hacer y ayudar a encaminar. Confiando “en que es posible construir un país en donde la persona sea el centro de todo, lo más importante” (Pronunciamiento de la Mesa de Movimientos Laicales, mayo 2011).

Estamos invitados a crecer con nuestro país, cada uno con su propia experiencia; a hacernos parte de ello; a ayudar a dicho crecimiento desde lo que somos y hacemos. Hoy estamos abiertos a una serie de posibilidades que debemos considerar como una gran oportunidad para avanzar en el Perú. Es cierto que seguirán existiendo dudas y murmuraciones sobre lo que se pueda lograr y las capacidades de liderazgo con las que se va a contar. Sin embargo, es de enorme responsabilidad ayudar a que se establezca los equilibrios necesarios para que haya un efectivo crecimiento económico con distribución; que se cierre ese drama de niños menores de cinco años que se mueren de hambre o que por desnutrición ven limitadas sus posibilidades de crecimiento de por vida; lograr una educación y salud universal de mayor calidad para todos; hacer de nuestra cultura un gran movilizador nacional, como ya ha venido emergiendo en cuestiones como la gastronomía; hacer del diálogo el vehículo de la mejor razón y forma de resolver los conflictos sociales; y tantas otras cuestiones más.

Guillermo Valera Moreno
1 de julio de 2011 Sigue leyendo