La contraposición de dos opciones políticas, llevadas por el miedo (como en el caso de Perú, entre Humala y Fujimori), puede llevar a equívocos, algunas veces involuntarios o inconscientes, en algunos sectores de la población, especialmente para quienes pueden creer que se les amenza sus bienes, sus libertades y sus creencias, más allá de si tienen objetivamente mucho o poco que perder.
Puede hacer tomar decisiones sin pensar, planteándose emotivamente un rechazo (o aceptación), a modo de “tabla de salvación”, sin aceptar razones, como si se tratara de un peligro personal a resolver. Por tanto, yo voto por… en tanto rechazo a la izquierda o a la derecha; se dirá, porque no quiero que mi país viva como en una dictadura (¿Chavista? / ¿Fujimorista?); no deseo que se vuelva a repetir una lacra de corrupción y autoritarismo, aunque sin plantearme cómo hacemos para que no ocurra con el propio potencial gobierno de mis simpatías… (o del opuesto).
Nos puede conducir a pensar que contraponer Fujimori – Humala significa necesariamente contraponer izquierda – derecha, cuando ni el nacionalismo de Humala es sinónimo de izquierda, ni toda la derecha tiene que cargar con el sanbenito del fujimorismo. Peor aún, cuando se asemeja por contraposición que, si se denuncia la violación de los derechos humanos durante la década de los 90s, para señalar su vinculación con la Señora Keiko Fujimori, se tenga (o quiera) endosar al Sr. Humala un vínculo a Sendero Luminoso por añadidura, para generar una proyección en el tiempo de la contraposición, creyendo que con ello se equilibra las críticas como si fueran equiparables. Como si pensáramos que el Sr. Humala fuera la continuación del “terrorismo” en el país, por el sólo hecho de no ser de “derecha” (con el respeto para quienes lo son con sinceridad y sin vergüenza).
Los racismos que emergieron de diversos lados con los resultados de la primera vuelta electoral, en buena medida sólo fueron mecanismos de desfogue de algunos sectores medios y altos del país y esperemos que hayan quedado allí; seguro tendrán ocasión o encontrarán otro momento de cómo asomarse. De hecho, ello es una de las expresiones que más expresa evidencia de frustración y alienación en las personas que lo profesan. Tan evidente como alguien que tiene rasgos bastante andinos salga a decir que no puede equipararse con la chola que vende apio a la vuelta de su casa de Surco o La Molina (barrios residenciales en Lima). Felismente el tema se atenuó debido a que ninguno de los dos que ganaron en la primera vuelta era propiamente blanquito y, por tanto, no se podía hacer un ejercicio de racismo “muy limpio” y la cosa se fue quedando por allí nomás. Cuestión que nos dice mucho de nuestra falta de identidad y baja autoestima por no saber reconocernos en la nación plural (en muchos aspectos) que somos.
A modo de comentario, debo decir que, desde que pasé por la universidad (estudié en la PUCP, segunda mitad de los años 70s), siempre constaté lo mismo referente a la derecha política y su senitimiento de inseguridad en el país. Su enorme incapacidad para generar una propuesta convincente y que hiciera sentir a la población que se tomaba en serio al país; que pudiera traducirse en una propuesta pensada y que lo hiciera viable como proyecto nacional. Por ello, en las últimas elecciones vivieron una vez más su fracazo.
Pareciera que, en el fondo, a los grupos de poder económico les preocupa poco dicha perfomance porque siempe han sabido tener éxito desde otros resortes de influencia, como han sido varios medios de comunicación social, los militares, la iglesia (en sus sectores más conservadores) y el “papá” dinero (de diversos orígenes). Y si no ganan sus directos representates, los domestican, como odurrió con el actual gobernante de turno (presidente Alan García). Ahora bien, la izquierda tampoco se caracterizó por afianzar una propuesta coherente, lo que terminó provocando que ella quedara “regada en el camino” (ya hace un par de décadas al menos), dando chance a opciones que trasgredieron y avasallaron caminos de cambio social y, más ampliamente, la institucionalidad del país, como fue la década del fujimorismo de los 90s.
Sin embargo, creo que por éstos aspectos puede abrirse caminos de entendimiento de cara al país. Más allá que se pueda declarar que se va a respetar la libertad de prensa; que se va a respetar los derechos humanos (y que ya no son una cojudez); que los crímenes de lesa humanidad son condenables e inaceptables. Se puede pedir perdón por errores (y horrores) del pasado; se puede afirmar que se es plural y se respeta toda forma de propiedad privada y la inversion económica de todo tipo. Todo ello esta muy bien y podría empezar a generar condiciones de entendimientos mayores, más allá de quién gane la segunda vuelta electoral.
Pero no basta si dicho temperamente no se traslada al conjunto de la población, encaminando a que salga lo mejor de cada peruano y peruana en términos de deseos, aspiraciones y compromiso con el país, más allá de quien pueda ganar la elección final del gobierno. Lo decimos y lo repetimos porque no basta que configuremos una votación sólo en la lógica del mal menor o del voto de rechazo; peor aún del voto en blanco o viciado. Requerimos generar confianza con nuestro país y con nosotros mismos; de que es posible forjar algo distinto, si bien nos movemos dentro de una todavía fragilidad institucionalidad. Que es posible comprometerse con el país para hacerlo más grande que su gastronomía, su paisaje, sus restos arqueológicos y sus condiciones turísticas, incluyendo por cierto a todas ellas. Podemos ser muchos más, tenemos que convencernos.
Guillermo Valera Moreno
30 de abril de 2011