Es un tema recurrente hablar de la crisis de lo religioso en los tiempos actuales y muchos autores (J.M. Castillo, J. Pagola) lo mencionan como una cuestión significativa para dar lugar a una serie de reflexiones. Parto de algo que Pagola menciona en un texto (“La alternativa de Jesús”) y que me llamó mucho la atención: hoy las religiones, las ideologías, las filosofías, las políticas, etc., experimentan una situación de crisis; sin embargo, “la figura de Jesús no esta en crisis”. Me dejó pensando, uniéndolo a otro hecho que no se bien cómo se llegó a ello pero marcó nuestra historia universal, y es que la persona de Jesús, en medio de muchos otros personajes y hechos históricos, fue capaz de significar tan universalmente que dividió la historia en un antes y un después, para “tirios y troyanos”, indistintamente.
Algo debe decirnos de manera tan universal y completa la figura y persona de Jesús que, sin mantenerse al margen de nuestra historia (más bien, muy involucrado), es capaz de trascender desde la sencillez de los humildes en la vida de las personas. Sólo ello podría servirnos para interesarnos por quién fue realmente (el misterio de la encarnación de Dios mismo, del Padre) y dónde puso el peso de su presencia entre nosotros (cómo vivía, con quién comía, cómo se hacía prójimo de las personas, de qué se trataba el amor que nos reveló de du Padre, entre otros aspectos), para poder recoger su enorme implicancia en el mundo globalizado que vivimos y lo que puede significar también la manera de vivir lo religioso, la religión y el sentido de trascendencia como parte de nuestro sentido de vida personal, comunitario y más ampliamente.
Cómo es que después de un racionalismo tan campeante durante el siglo XIX y XX, donde lo “religioso” intentó ponerse a un lado o se creyó que se había concretado (al menos, hasta la década de los 60s del siglo pasado), la cosa se redescubriera con otras aristas. Algo debió impactar en todo ésto las dos grandes guerras mundiales para intentar ir más allá de expresiones existencialistas e intentar buscar respuestas involucrando mejor la dimensión subjetiva y lo afectivo emocional. El asunto es que el “dios ha muerto” de muchos filósofos como Nietzche o del sentido común de muchas personas declaradas “ateas”, resultaba resucitado o puesto en cuestión en distintas dimensiones, con variadas y nuevas connotaciones a la etapa anterior.
Es evidente que la propia Iglesia Católica intentó ponerse a tono ya con los tiempos, por lo que se llevó a cabo la realización del Concilio Vaticano II y se avanzó de manera interesante; llegaron expresiones más radicales como las llamadas “teologías de la liberación”, especialmente en América Latina y propósitos de interculturalidad y diálogos interreligiosos pero que chocaron con intereses capitalistas cada vez mejor globalizados y ocultos en los grandes organismos multilatelares (como el FMI, Banco Mundial, BID, OCDE, etc.), lo cual ha hecho la tarea más compleja y lenta.
Lo cierto y real es que, cual ave fenix, cual apertura de mil flores en cada lugar del planeta, cual variedad informe de expresiones, lo religioso no sólo rebrotó sino que se generó la sospecha de si alguna vez la religión había muerto realmente o si lo que se negó como experiencia de muchos fue más bien una serie de imágenes de Dios, concatenadas a lógicas e imágenes autoritarias, castigadoras, todopoderosas. Muy funcionales a determinado tipo de construcción religiosa apegada a diversas formas de poder y autoritarismo también político. De hecho, entró realmente en crisis lo religioso; incluso, buscó renovarse de distintas maneras, pero también podríamos decir que sin un éxito muy claro.
Porque uno se pregunta, por ejemplo, ¿son sólo los ritos sacramentales o las formas como éstos se llevan a efecto lo que está en juego, en su mejor asunción por las personas, o el que se llegue mejor a ellos doctrinariamente? O más bien esta en juego la manera de vivir, de relacionarnos y de hallar comunión en la presencia de un Dios vivo y cercano para todos. Como señala Castillo (en “Símbolos de la Libertad”), para el caso de los Sacramentos, hay cosas más de fondo en juego que una renovación de la práctica religiosa de los mismos o de una mayor formación teológica de los fieles cristianos. Se trata de cómo nos situamos en la vida, aprendemos a sanar al otro, a expulsar demonios y a compartir la mesa con pecadores (sin discriminar en nada al otro). ¿Cómo lo traducimos en nuestro camino de vida?
Guillermo Valera