Saber abajarse y dejarse iluminar

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La preocupación sobre cómo abordar la relación entre religión, cultura y política, es un tema que se aborda por Fortunato Mallimaci, en “Excepcionalidad y secularizaciones múltiples: hacia otro análisis entre religión y política ”donde se menciona que algunos conceptos tradicionales ya no dan cuenta de la problemática que vivimos, especialmente cuando se hace uso de términos como secularización o excepcionalidad de cómo se menifiesta lo religioso en algunas sociedades.

Sobre la excepcionalidad se ve el caso europeo (toma de distancia de la población sobre lo institucional y simbólico de las Iglesias), Estados Unidos (alta sociabilidad y participación religiosa de la población), América Latina (quiebre del monopolio católico e irrupción de un evangelismo pentecostal) y Argentina (sesgo que se dio desde los años 30 del siglo XX: “Catolizar era nacionalizar, argentinizar”).

Sobre secularización se establece una pregunta clave: ¿desapareció alguna vez lo religioso como para hablar de un retorno de éste? De hecho, la pérdida de influencia de las entidades religiosas no tiene por qué significar la desaparición de lo religioso, aunque éstas toman cauces más heterogéneos y plurales; marquen una disminución en las prácticas cultuales; o se opte por “creer sin pertenecer”.

Se recurre al análisis de otros actores presentes en los procesos de secularización (Estado, sociedad política, etc.) en tanto transferencia y legitimidades mutuas que se les traslada. Otro aspecto se sitúa en los procesos de racionalización y la idea que ésta eliminaría las creencias religiosas, cuestión que no ocurió así y nos exige miradas más amplias (salir del eurocentrismo, del cristianocentrismo y del pensamiento único). Diotallevi sugiere darle mayor atención al rol jugado por los Estados nacionales; se revisa el estudio de Marc De Launay para el concepto de secularización (vínculo con el derecho canónico; vínculo al Estado moderno y su continuidad y realización por otros medios; vínculo a la desmagización del mundo; vínculo con la idea de progreso; vínculo a lo moderno en cuanto independencia y transferencia de lo trascendente a lo profano).

Se concluye que debemos aceptar que hay modernidades y secularizaciones múltiples; comprender la globalidad sin desligitimar las diferencias, acudiendo al diálogo y la aceptación de la diversidad como cuestión clave.

Al respecto, me parece pertinente el tema conceptual sobre el que se hace incapié puesto que en la sociedad cambiante que vivimos y por el tema que se aborda (lo religioso) resulta un tema de mucha complejidad si se quiere hacer generalizaciones. Más aún cuando las excepciones ya no confirman la regla (como se suele decir) sino que empiezan o pasan a ser la regla misma por lo asiduo como se presentan los casos. De mi parte creo que estamos ante una problemática que transvesaliza las sociedades y los problemas vitales a las personas, en tanto tiene que ver con cuestiones neurálgicas a su “estar en la vida”, su “sentido de vida”, los horizontes con los que desea construirse y tantos aspectos más.

Pienso que si la secularización marca procesos de autonomía de la sociedad, la cultura y la política respecto a la religión y la larga data de una visión de la vida sacralizada y manera de ver las cosas, como se vivieron antes de la modernidad en el mundo, no quiere decir que ello tuviera que vivirse de manera homogénea y bajo un patrón similar en todas las esferas y latitudes o a un mismo tiempo. Creo que esta cuestión que ahora es de mayor sentido común, antes fue motivo de mucha controversia y no se ha superado totalmente. Lo cual hace converger a Mallimaci en el propósito de asumir un pluralismo y diálogo fundamental para un mejor entendimiento, tanto académico como social y político.

Sin embargo, la cuestión que me pregunto es si ahora lo relevante pasa por interrogarse sobre lo religioso o la vigencia de ello o, más bien, debiéramos preguntarnos por nuestra capacidad de convivencia y responsabilidad por el mundo (un mundo viable para todos), nuestra capacidad por valorar lo humano por enciama de las religiones y de Dios mismo (si este resulta que va contra nuestra propia especie). Suena un poco fuerte pero creo que es hora de dejar de lado a Dios como pretexto de división y separación, de hegemonismos vanos y simulaciones de poder. Nos interesa a aprender a “vivir sin Dios” en tanto imágenes que nos han sacado de un propósito de crecimiento y realización cabal para todas las personas. Debemos confirmar la muerte de Dios en tanto “todopoderoso”, “ojo avisor de nuestros pecados”, “relojero”, “tapahuecos” y tantas más que podríamos identificar como fuera del compromiso con los hombres y su realización plena.

Lo religioso en sentido grande tiene que mostrarse como capaz de “subordinarse” (“abajarse” diría Santa Teresita del Niño Jesús) al valor universal de la vida bajo responsabilidad de las personas, con capacidad de sentirse menos iluminadora de lo que hay que ser o hacer y dejarse más iluminar ella misma por la experiencia de las personas, la vida y del mundo. No hay persona que pueda erigirse en la voz oficial de Dios (ni siquiera el Papa para la Iglesia Católica), porque todos tenemos esa gracia concedida (cada uno somos templo y mediación de Dios); nadie puede erigirse siquiera en el intérprete oficial de los signos de los tiempos, porque nos hemos equivocado demasiadas veces como para dejarlo en manos “tradicionales”. Tenemos que ir a otras formas de relacionarnos y de experiencias de la “voluntad del Padre”, empezando por llamarlo más Padre (Abba) antes que “Señor” o “Dios” (en sentido normalmente vertical y alienante).

Guillermo Valera Moreno

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