Elecciones del 26 de enero 2020

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Parece extraño, pero se podría decir que es primera ocasión en nuestra historia republicana en la que asistiremos a una elección congresal sin tener que elegir presidente de la república de modo simultáneo. Ello, antes, sólo se dio en ocasiones que se trataba de una asamblea constituyente, como lo ocurrido, por ejemplo, en los últimos 50 años para la asamblea Constituyente de 1978 y 1993. Por tanto, la elección de congresistas, en sus distintas modalidades y cámaras (hoy es una sola), siempre estuvo asociada a la elección de un presidente. Marcando con mayor razón el sentido (en distintos grados) del sistema presidencialista al que hemos estado normalmente adscritos como sistema político de gobierno.
 
Quizás por ello mismo, quisiéramos ver a los líderes políticos de las diferentes agrupaciones liderando a su potencial representación congresal a todo nivel y poder identificar de quiénes se tratan las 21 listas congresales que se presentan grosso modo en las 26 jurisdicciones electorales que tendremos; además, asumiendo que la elección en una no compromete los votos en la(s) otra(s). Y va a tener que ser así para que las representaciones no se definan por aspectos localistas a cada jurisdicción, donde el peso de los partidos políticos más conocidos o los personajes adscritos a las mismas sean las que terminen siendo determinantes. Más allá de si es más buena que mala dicha situación, el tema es estar prevenidos sobre lo que puede marcar más la decisión de los electores al momento de definir su voto.
 
Más aún si aún tenemos una ciudadanía que es bastante volátil en el voto; además, tenemos un buen tercio que es reiteradamente antisistema y que, en el peor de los casos se abstendrá o votará viciado. A ello se añade que no contamos un sistema de partidos muy sólido y tendran ventaja los que tengan más maña para moverse en un campo marcado por lo desconocido y fértil a opciones emotivas. Frente a ello, hay que buscar caminos que le den algo de sentido racional al nuevo voto que tendremos que emitir, el cual es para un periodo relativamente breve de gobierno legislativo, cuya principal misión puede estar en preparar un Perú más moderno y presentable al bicentenario que se nos viene y nos tiene que llenar de un significado que supere lo avanzado hasta hoy.
 
En esa lógica, el tema es qué vale la pena elegir para el siguiente Congreso. Más allá de posturas ideológicas, cabe preguntarse por quiénes de modo específico nos van a representar, por quién yo voy a votar. Allí es clave poder preguntarse a su vez por temas claves a los que puedan responder, más allá del partido al que representan. ¿Van a luchar contra la corrupción? ¿Van a apoyar la lucha contra la violencia contra la mujer / familiar? ¿Cómo se ubica mi candidato respecto a la gestión económica del país y la explotación de nuestros recursos naturales y el cuidado de la naturaleza? ¿Cuánto respeta la vida, en especial los temas de trata de personas, movilidad humana y otros aspectos de una problemática más amplia? Así mismo otros temas como la nutrición infantil, la calidad de los servicios básicos (salud y educación pública en especial), el empleo y el emprendimiento económico, el desarrollo de la cultura y el turismo, entre otros.
 
De hecho, no habrá tiempo para muchas cosas, pero es importante miradas de conjunto de nuestro país, integridad ética de los candidatos y propuestas más específicas para esos mismos temas en el modo de concretarlo en cada región. Estamos en un momento y tiempo político en el cual las respuestas no pueden venir solamente del ejecutivo y legislativo; necesitamos una participación muy activa de la sociedad civil y de una ciudadanía más que activa. Y nadie sobra, más bien, faltan muchos.
 
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 2 de enero de 2020
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