Ocurre que al buscar hacer cosas buenas podemos derivar en considerar que somos “buenas personas” y, por tanto, “mejores” que los demás. Ya sea porque hacemos cosas loables desde nuestro sentido de compromiso, trabajo, posición de poder, manejo de oportunidades y tantas circunstancias variadas. Hay cosas que, incluso, son ejemplares y hasta se convierten en referenciales.
Qué duda cabe cuando ello lo referimos a un defensor de derechos humanos, a una madre sacrificada por el bienestar de sus hijos, a un (a) alcalde que realiza honestamente su labor sin tener que recurrir al eslogan tan popularizado (y lamentablemente aceptado) de “no importa que roba si hace obra”. Hay una variedad de ejemplos posibles.
Pero el desafío no está en hacer sólo el bien u obrar de modo justo; se trate de grandes cosas o pequeñas, todos tenemos que tener siempre la actitud de aprender del vecino, de lo que me puede aportar desde su propia sencillez o grandeza. Porque el valor de las cosas y su sentido humano no están puestos en la “grandeza” o “pequeñez” de las cosas que hacemos si no en el modo cómo crecemos con ellas y las compartimos.
Teniendo en cuenta que el contexto muchas veces nos puede condicionar para hacer algo más grande o no, para conseguir el éxito en lo que nos proponemos o para realizarnos como personas a través de las cosas que desarrollamos. Sin embargo, pese a la sociedad de consumo y de competencia en que vivimos; pese a que muchas veces se valora a las personas a partir del dinero que gana o posee. Pese a la discriminación variada que enfrentamos entre personas, ya fuera por su condición racial, religiosa, de sexo, de país de origen o de jerarquías y pobreza anacrónicas. Por el motivo que fuera, sin embargo, tenemos la posibilidad siempre abierta para hacer las cosas de otra manera.
La posibilidad de obrar de modo distinto al que nos conduce el “sentido común” de los medios de comunicación; al tipo y afán de lucro que nos imprime aquella religión de la “economía de mercado sin escrúpulos” (ni instituciones que velen por los derechos de todos). Podemos obrar de modo distinto a la educación endeble que aún predomina en nuestro medio; planteándonos qué educación queremos para nuestros hijos, la misma que podríamos (y debemos) exigir sea libre de autoritarismos, más consistente, centrada en derechos, amplitud y creativa, diversa…
De “calidad” que le dicen y es hablar de algo muy elemental todavía. Sobre esto último, ¿por qué no podemos lograr un pacto más consistente entre los diversos estratos de la sociedad, de la política y la cultura (y de la economía) para lograr establecer un sistema educativo realmente consistente para todos? Donde la prioridad no fuera el afán de hacer negocio (de lucrar) con la educación, sino el tener ciudadanos muy bien formados y con capacidades de desempeño a todo nivel, porque son ciudadanos responsables.
Partiendo por valorar lo que todos hacemos. No es lo mismo ni tienen iguales características. Pero el sentido de lo humano normalmente no crece a base de “competencias”. Se desarrolla en la medida que tomamos en cuenta al otro, a los otros, en lo que son. En la medida que crecemos como personas y no por las cosas (muchas o pocas) que hacemos (o tenemos). Parte de ello es, por ejemplo, saber perdonar o pedir perdón; ¿cuántas veces ofendemos por puro orgullo, envidias o porque nos creemos con la razón (aún “teniéndola”)? Parte de ello es hacer el bien sin esperar que nos den alguna “recompensa”; difícil, porque siempre esperamos reconocimiento, alguna forma de “pago”, prestigio, poder, un puesto, o “consideración”.
Parte de lo anterior es tener siempre una actitud de servicio hacia los demás. No sólo de ser “atentos” con los demás. De buscar facilitarnos la vida unos a otros y no complicarla más de lo debido. De poner un plus de cariño en las cosas que hacemos; sí, de cariño, afecto, sentimiento; de saber ponerse en el lugar del otro; de optar por las cosas que menos les gustan hacer al común… ¿Nos detenemos a discernir esos aspectos de la vida? Sería importante, algo podría cambiar en nosotros. Con constancia, probablemente. algo podría cambiar en la vida de los demás.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 21 de septiembre de 2014