º Todo proceso de discernimiento consiste en la búsqueda de la voluntad de Dios en la vida personal o comunitaria de alguien o de un grupo. Necesariamente por ello tenemos que partir de tener dicha actitud o consideración y disposición. Algo que nos ayuda a ello es la oración, situarnos en actitud de oración, tal como suele ser rezar el “Padre nuestro”, un “Ave María”, con algún pasaje de la Biblia o cuales quiera otra forma de oración, ya fuera en silencio o manifiesta. De algún modo, es recordarnos cómo Jesús nos enseñó a orar y la importancia de orar, en especial cuando tenía que tomar decisiones significativas.
º Una cuestión importante en un discernimiento es hacerlo motivado por nuestro sentido de misión. Pistas claves de ello suelen ser los llamados que se nos hacen a ser “sal y luz del mundo”, tal como lo señala el Evangelio de San Mateo (cap. 5), o cuando Jesús nos habla de cómo se nos debe reconocer que somos sus seguidores: porque nos amamos los unos a los otros. Parece simple ¿verdad? “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres”; así también se indica sobre la luz, porque se nos llama a iluminar con nuestras “buenas obras” y, de ese modo, glorificar “al Padre que está en el cielo”. Con simpleza y humildad, para hacer crecer la riqueza más importante.
º Vinculadas nuestra actitud de discernimiento a la oración correspondiente, así como a nuestro sentido de misión (objetivo, propósito), podemos seguir dando los pasos. Parte de lo anterior puede significar plantearnos cómo estamos con Dios, cómo vamos en nuestro propio proceso de conversión al seguimiento de Jesús. ¿Lo seguimos o lo perseguimos? Nos ponemos en disposición ante él o le demandamos que nos otorgue lo que creemos que debe darnos, lo que sea. Recordar en ese sentido el Cap. 9 de Hechos de los Apóstoles nunca está demás, con el momento de la conversión de Saulo. “Caer en tierra” para situarnos bien o mejor en la realidad que nos corresponde; saber escuchar adecuadamente lo que el Señor quiere de nosotros, de mí, no podemos darlo como algo ya resuelto. Porque nos movemos en una realidad dinámica y cambiante y porque muchas veces nos escuchamos más a nosotros mismos y no lo que Dios quiere realmente de uno, de la comunidad.
º Resuelta esa disposición a discernir, entendiendo de qué se trata realmente (“buscar y hallar la voluntad del Señor”), podemos tener mejor posibilidad de visualizar y acoger eso que Dios quiere (o puede querer) de nosotros. Uno puede recurrir a diversas escenas de la vida de las personas o de la Biblia, para situar ese propósito y camino. Quizás uno de los pasajes más radicales (y hermosos) sea el llamado que Dios hace a Abrám (Génesis, Cap. 12), cuando le dice «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición.” Abrám tiene una profunda fe en el Señor y hace lo que él le sugiere. Todas las decisiones claves de nuestra vida, de algún modo, tienen dicha raíz de fe (o equivalente); acompañadas de la confianza también en las personas con las que tratamos, especialmente las más cercanas. Porque buscar y hallar la voluntad del Señor significa hacernos disponibles para encaminarla, tener la plena libertad de obrar de acuerdo al propósito, sabiendo que nos podemos equivocar, “echarnos para atrás”, salirnos del camino planteado, u otros. Pero es para tomar decisiones, las que correspondan.
º La disponibilidad no siempre va de la mano con la claridad de las cosas o el momento que consideramos más oportuno para “hacer las cosas”; a veces nos queda sólo confiar y obrar porque otros nos lo sugieren. Hasta el propio Jesús nos da muestra de ello en la llamada “boda en Caná de Galilea” (Jn., Cap. 2). Se acaba el vino en plena fiesta y la madre de Jesús se lo hace notar a éste («No tienen vino»). Y tenemos que “Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía».” En muchos casos, cada uno suele responder “no tengo tiempo”, “a mí no me pongan en eso”, “que otro lo haga”… Por supuesto, Jesús “aportó” 600 litros de vino adicional, del bueno (“has guardado el buen vino hasta este momento”) y sin protagonismo.
º Vemos que mucho del discernimiento supone, disposición en oración, actitud, disponibilidad, saber escuchar, situarnos adecuadamente en la realidad, dejarme afectar yo mismo por lo que pueda salir de ese esfuerzo de orar con el Señor y hallar sus caminos (renunciando a los propios como normalmente sucede). No abordo en esto la dimensión de deliberación que supone finalmente, ya sea con el asesor / acompañante que pueda corresponder (si es un discernimiento individual), o con la comunidad o el grupo de personas que sea pertinente (si se trata de un proceso más amplio), con quienes se está buscando aproximar un tema o una decisión común al grupo.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 13 de abril de 2014