Los Ejercicios Espirituales (EE) propuestos por Ignacio de Loyola pueden ser de una fuerza inspiradora en las diversas dimensiones de vida de toda persona. Bien puede ameritar conectarse a dicha experiencia, en especial en un contexto como la semana santa que se aproxima; aunque puede ser pertinente en cualquier fecha del año en la que uno coincida con alguna oferta tal de EE.
Por cierto, es clave ser creyente para sumergirse adecuadamente en dichos ejercicios. Y creyente cristiano ya que la experiencia gira en torno al seguimiento de Jesús en la vida de cada uno, desde un sentido trinitario (Padre – Hijo – Espíritu Santo) y de totalidad que nos la brinda el amor de Dios y todo aquello a lo que puede dar lugar su entendimiento (como verdad, servicio, justicia, solidaridad, perdón, compasión,…).
Puede uno estar pasando una crisis de fe o tener serias dudas como creyente. No ser practicante asiduo ni visitante “conocido” de su parroquia local. Aun habiendo hecho ya una o más experiencias de ejercicios espirituales, se puede reconocer que el “camino es largo”, más largo de lo que uno supusiera para “encausarse”, porque en realidad es el camino de toda la vida que a cada quien le corresponderá seguir, reconociendo que somos limitados, frágiles, pecadores, resentidos, envidiosos, y más (o sea, muchas veces optamos por no amar). Pero sabemos reconocer que somos algo más, mucho más, que nuestras propias limitaciones o dificultades; podemos ir más allá de lo que somos y crecer más y mejor como personas; podemos hacer mejor lo que ya hacemos y lo que sabemos.
Los ejercicios espirituales (EE) son una invitación a eso, a crecer como personas, seguidores de Jesús, buscando ser como él en lo que más nos podamos aproximar existencialmente a ello. Con todo lo que eso significa de “vaciamiento” de lo que hay en cada uno que impide esa cuestión (esa intuición) que cada uno percibe de modo más o menos clara y que hay que ir clarificando y resituando en los pasos de la vida, hallando los puntos de equilibrio fundamentales que corresponde a cada situación o decisión fundamental.
Normalmente esa intuición fundamental podemos vincularla con lo que Ignacio llama el “Principio y Fundamento”, con lo cual se inicia la experiencia de los EE. “… todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar (…), todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina…”. Porque uno arranca la experiencia deteniéndose, haciendo una pausa fundamental; tomando el reposo necesario para ponernos en paz, en sosiego, descansadamente; y, desde allí, tener la posibilidad de poder preguntarnos sobre lo que quiere Dios y Jesús de mí, de mi persona, sintiéndome universalmente amado/a, plenamente acogido, profundamente parte de él, de su amor infinito y sencillo, solidario y compartido.
A veces la experiencia nos puede invitar a quedarnos allí toda la jornada y será bueno. ¡Qué mejor que descubrir el amor de Dios en nuestra vida y gozar de ello! ¡Qué chévere saber que todo gira alrededor del amor gratuito de Dios y no de lo que nosotros limitadamente podamos hacer, aunque descubriendo también que un amor auténtico nos impulsará siempre a amar de la misma manera, no exentos de errores y dificultades! Cada uno tiene que situar esa referencia clave, sobre la cual se va construyendo lo que viene; puede ser de modo imperfecto, limitado, como una aproximación a seguir construyendo. Pero de modo muy personal y de cómo yo voy haciendo mi relación con el Señor, buscando en todo momento descubrir su voluntad en mi vida, para mi mejor realización como persona. En ello, un sesgo posible al que debemos estar atentos: querer hacer a Dios a mi propia “imagen y semejanza”.
Pero los ejercicios nos abren a muchas riquezas. Menciono tres a continuación que me parecen especiales. (1) Los EE nos permiten encaminarnos en la comprensión del discernimiento, en su ejercicio y significado para mi vida. Ese ejercicio de saber distinguir entre algo bueno y algo malo; pero también el saber distinguir entre algo bueno y algo mejor; o saberlo situar con relación a mi propia vida y proceso, como ejercicio de saber tomar las decisiones más adecuadas en mi caminar. Descubriendo como se dan los “movimientos” al interior de uno y lo que pueden estar expresando en cada caso. Lo cual significa o implica aprender a conocerse a sí mismo de la mejor manera para que el discernimiento se personalice en lo que es cada uno. Ello se descubre como un gran tesoro que hay que saber seguir alimentando posteriormente a través de la oración, la vida comunitaria, el acompañamiento espiritual, entre otros.
(2) Los EE nos abre a una mejor experiencia de la gratuidad en nuestra vida. Lo cual no es otra cosa que ir descubriendo y reconociendo todo lo que hemos recibido. Desde la vida que tenemos, la naturaleza que nos rodea, la formación recibida, las personas que nos acompañan y un sinnúmero de “cosas” que no bastaría todos los días de nuestra vida para agradecerlas. Caer en la cuenta que, ello y más, significa el amor de Dios y que nos viene gratis, sin costo alguno, sin oferta / demanda del mercado, sin venta al mejor postor. Nos viene a cada uno sin condiciones ni tretas de lo que tengo que dar a cambio. Nos viene simplemente porque así es la forma como se revela el amor de Dios, entre otras expresiones.
(3) Los EE nos sugieren caminar en esos aprendizajes a partir de un modelo básico que es Jesús (por si acaso, no es igual a decir un “molde”). Se trata de aprender del discernimiento y de la gratuidad del amor de Dios a partir de la vida de Jesús, como esa persona desde quien se nos ha revelado más cercanamente la “imagen y semejanza” de Dios. Pero que por la fe, también la descubrimos (o estamos llamados a hacerlo) en cada una de las personas. Jesús como nuestro referente inspirador de vida (“camino, verdad y vida”).
No abundo más porque se trata de dar solo algunos elementos de algo sobre lo que debemos volver y profundizar. Hacer los EE no nos hace perfectos ni cosa parecida. Nos procura algunas pautas de mejor convivencia y crecimiento. Ojala todos podamos vivir experiencias así y aprovecharlas.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar (Lima), 6 de abril de 2014