El gozo de nuestro cristianismo – A propósito de celebrar el día mundial CVX

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Hay que gozar el ser cristianos, de la alegría de ser cristianos, de esa experiencia primera y más importante que es encontrarnos a gusto con Dios. Esa experiencia, va muy a tono con el tiempo de Cuaresma que transitamos y, por cierto, en sintonía con la celebración del día mundial CVX (y cierre de nuestro año jubilar por los 450 años de las comunidades laicas ignacianas).

Así lo hemos vivido, acogidos por la CVX “Mi Perú” de Ventanilla (Callao), una vez más, asombrándonos en su arte de celebrar, reflexionar, convocar, compartir, jugar, brindar y algunos puntos suspensivos. Tanto así que tomamos de modo muy natural que pudiera haber alguna descoordinación en el uso del templo, por cruce de labores pastorales; hasta lo podíamos sentir como parte del programa.

Desde una CVX que reflexiona se centró la celebración eucarística en lo que nos invitaba el evangelio, de sabernos relacionar con los diferentes (“samaritanos”, lo intercultural e interreligioso), guardando el sentido de género (varones / mujeres, su presencia, espacio y aporte de cada cual), explicando con sencillez el sentido de dar vida (“agua de vida”) y la sabiduría que nos viene del amor, de su profundo sentido. Trasladado a lo que el Papa Francisco nos viene invitando a vivir, con sencillez, humanidad, seguimiento de Jesús… Importante ha sido la recomendación de leer y reflexionar algunos de sus escritos, como la “Exhortación apostólica Evangelii gaudium”, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual.

Temas de preocupación que se pusieron de relieve: la importancia de nuestra formación para aportar mejor en lo que nos desempeñamos y crecer como personas y comunidades de fe y acción; la educación, la dimensión familiar, nuestra condición de ciudadanos y las motivaciones que se manifiestan en cada caso, como la preocupación del Centro Poblado de Mi Perú por ser Distrito. Lo significativo de seguir creciendo en la experiencia de los ejercicios espirituales y en proporcionarlos a terceros; de contar con planes que nos orienten y nos encaminen mejor en nuestro accionar formativo y de labores comunitarias. Lo esperanzador que significa la presencia del Papa Francisco en nuestra Iglesia, recuperando en nosotros una mayor cercanía, compromiso e identidad.

El calor no llegó a incomodar nuestro gozo. En otros contextos podrían haber sido los mosquitos, las moscas, el polvo o arenilla, los fuertes vientos o el frío. Sentíamos calor y podíamos sentir que faltaba un poco el aire, tanto en el Templo como después en el comedor donde compartimos un agradable almuerzo, para todos. Aun así, fue acertado que hasta pudiéramos realizar un par de “dinámicas” que nos agitarían más en pleno sol de uno de los patios del colegio Fe y Alegría 33, a donde nos dirigimos después de la Eucaristía.

Eso de contar los orígenes de nuestros nombres, además de presentarnos, parecía demás… pero descubrimos que no sólo pueden haber historias interesantes o anecdóticas, sino recurrencias comunes, sentidos generacionales similares y o que todo ello puede encerrar como mayor sentido de vida o simpleza de su discurrir. No faltó que descubriéramos hasta un cumpleañero (de José del Carmen, nada menos), a quien le improvisamos un saludo comunitario “al paso”.

Después de todo, nuestro nombre es algo que nos acompaña a diario y es un factor de acercamiento, cuestión que se logró de muy buen modo. De allí pasamos a un juego de concurso (el “tanque”) que lo dejo para la imaginación de quienes no estuvieron; lo importante es que pudimos jugar juntos, cosa que de adultos vamos dejando de hacer con mucha “normalidad”.

Como ya dijimos, el almuerzo estuvo muy grato (postre incluido). Me tocó compartir la mesa entre integrantes de las comunidades de El Agustino y San Pedro; podrían haber sido otras comunidades o la mía propia de origen (Siempre). Lo importante era que nos reconocíamos también en comunidad al compartir el pan, a modo de almuerzo. Ese es uno de los desafíos que nos deja ésta experiencia. Saber llevar ello a nuestra vida cotidiana y darle sentido de misión, uniendo de mejor manera nuestra fe y vida, haciendo más consciente la vida que llevamos, profundizando en nuestro ser humano, aprendiendo de lo que otros nos aportan y de la alegría de ser y reconocernos cristianos.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 23 de marzo de 2014

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