Podría decirse que la Plaza de Armas de Lima esta acusando visibles cambios de fisonomía e, incluso, hasta se podría decir que se esta adecentando un poquito más. Primero Susana Villarán es elegida Alcaldesa de Lima (octubre del año pasado), dejando atrás la experiencia del llamado “gerente” Luis Castañeda; luego ha ocurrido la elección de Ollanta Humala a la Presidencia y dejará atrás lo que ha sido un opaco gobierno de Alan García, ocupando uno de los cuatro frontis de la plazuela. Pareciera que el siguiente cambio debiera producirse en la acera siguiente, en los edificios que salvaguardan la cruz de la Catedral limeña, aunque por razones históricas (a estas alturas del siglo XXI, ya no muy claras), sus autoridades no se someten a un veredicto muy popular.
Por hoy asistimos a un escenario de centro izquierda que marcará el rumbo de la política peruana para los siguientes años, los cuales se espera se hagan con la pausa e inteligencia necesaria. A ello acompañarán con sus variantes, una buena parte de quienes presiden los gobiernos regionales (y por qué no, muchos de los gobiernos municipales electos a fines del año pasado), ya fuera porque directamente son de vertientes similares o autoridades dialogables.
En el país estamos ante una economía aceptablemente encaminada y en crecimiento. El Congreso de la república no debiera significar un factor de inestabilidad, más aún si se maneja como un escenario privilegiado de concertación nacional y fiscalización (como corresponde), cuestión que deberá trasladarse como política a todos los escenarios posibles, ya fueran en el ámbito social, de la mass media, del Acuerdo Nacional ya existente (y por hoy reconocido por todas las principales fuerzas políticas del país), de la cultura, de la política internacional (empezando por valorar mejor el Parlamento Andino y otros instrumentos ya existentes). Aportando una densidad de diálogo que permita crecer y afianzar la institucionalidad democrática con mayor solidez y amplitud.
Aunque no hay que gritarlo a voz en cuello, es evidente que estamos operando un cambio que no veíamos ni en las mejores épocas de la izquierda con Alfonso Barrantes Lingán en los años ochenta. Si bien no es estrictamente la izquierda la que ha ganado las elecciones, el panorama y escenario político ha “virado” hacia la izquierda y tendremos que mirar con ese matiz indispensable lo que se tenga que hacer y se deba hacer en adelante (al menos en los cinco años siguientes). Matiz que debe supone tender sobre la mesa cambios significativos, en razón de atender prioritariamente a los pobres del país y sus necesidades. No sólo como tema económico de redistribución o de servicios (que ya supone una buena chamba), sino y principalmente de dignidad y de ciudadanía, de respeto como personas y de superación de racismos y discriminaciones de toda índole, los cuales existen en muchos imaginarios de nuestra población, de la más diversa manera (empezando por la propaganda televisiva o los mediocres programas de “humor”).
Es necesario que se abra hoy un gran esfuerzo de creatividad constructiva; de recuperación de la confianza en las posibilidades de emprendimiento con las que cuenta nuestra población (la gastronomía y personajes como Gastón Acurio nos han dado lecciones ejemplares); de esperanza que debe verse potenciada por diversos mecanismos participativos; de sentar bases para con una alimentación más sólida y una educación y salud de calidad para nuestros niños, sin distinciones de origen social; de florecimiento cultural acorde a nuestra diversidad y riqueza de riquezas. Sustentada por una plana de profesionales y representantes que marquen una línea de profesionalismo y humildad.
Porque si algo deberá distinguir por encima de todo al nuevo gobierno de “Gana Perú” (Ollanta Humala) que empieza a germinar, tendrá que ser su definición ética y su sentido de bien común, cuestión que de por sí lo hará ya diferente. Pero no diferente por ser distinto (como simple juego de palabras), sino por generar una renovación de la política en todos los ámbitos de la vida del país, por marcar una pauta con otro sentido de servicio en la cosa pública, incorporando la justicia y la verdad como parte elemental de nuestro sentido común. No más “todo vale”; no más el “no importa que robe si hace obra”; como tampoco no más el “ojo por ojo y diente por diente”. Tenemos que recuperar a nuestra patria de las distintas rupturas vividas en lustros anteriores (de corrupción, de violencia, de exclusión, de narcotráfico, etc.) y superar la cultura política de la medianía a la que estuvimos acostumbrados.
No se trata sólo de soñar. Cada quien, desde lo que hace, tendrá que revisar lo que vino haciendo hasta hoy y cómo, renovar sus propias pautas, darse un renovado sentido ético a su propio caminar. Hagamos un alto necesario para discernir y dar paso a un momento de superación tanto personal como del conjunto social en el que nos inscribimos y, ciertamente, como país. Hagamos realidad la nueva etapa de concertación que se abrirá para el país, empezando por ser cada uno más dialogante en lo que hace, mejor concertador de opiniones y acuerdos, más reconocedor de las virtudes y aciertos, más positivo en la crítica y comprometido con lo que vea necesario de cambiar. Se abre otro tiempo político para el Perú en el que podemos adecentar un poco más la política y revolucionar nuestras relaciones.
Guillermo Valera Moreno
8 de junio de 2011