La aproximación existente al tema de Educación, en los planes de gobierno de los principales partidos políticos en disputa del sillón de Pizarro, acusa una generosa coincidencia de diagnóstico e incluso de propuestas concretas sobre lo que se debiera hacerse en el siguiente gobierno y, por qué no decirlo, en los siguientes 25 a 30 años.
Ocurre que la preocupación y el debate procesado en los últimos lustros sobre el tema educativo, dio contexto y lugar para que se establezca el Proyecto Educativo Nacional, elaborado por el Consejo Nacional de Educación. Dio lugar a una conciencia creciente en que todo crecimiento económico sostenido del PBI (como ha ocurrido en la última década), requiere ser acompañada de las consiguientes políticas redistributivas (pese a que hasta ahora se hacen esperar), así como de un desarrollo de capacidades técnicas y profesionales mayores en la población. Dicha cuestión, sólo se construye desde una sólida política educativa a todo nivel. Por ello, es tan importante que el tema se haya convertido en un significativo consenso.
De alguna forma se ha superado contradicciones de antaño que tendían a contraponer la solución económica al problema del país con la educación o viceversa, especialmente en cuanto qué era más relevante de atender, desde cuál se podía pensar en soluciones sostenibles o duraderas, o cómo debíamos pensar la solución –desde allí- a otros temas como el problema indígena, el imperialismo o sobre la tierra. De hecho, el debate entre José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez en la segunda década del siglo XX recogió buena parte de dichas inquietudes, las cuales se arrastraron hasta casi a fines del siglo pasado.
Volviendo a nuestro punto inicial, ¿por dónde veríamos que se establecen las coincidencias principales en lo educativo? Pues tenemos que una primera gran cuestión se sitúa en la primera etapa de vida de un niño (de cero a cinco años), lo cual resulta irremplazable para el conjunto de su vida posterior. Si un niño o niña crece desnutrido, sin el entorno familiar afectivo adecuado y sin una adecuada estimulación, será más difícil conseguir que sea una persona con buenas condiciones para afrontar de manera autónoma su realización, limitará su crecimiento humano y el despliegue de su vocación y del conjunto de sus capacidades.
Por tanto, el binomio educación – salud en la atención de los infantes y del acompañamiento de la madre son cuestiones que cada vez se vuelven más imprescindibles de tomar en cuenta, si queremos pensar en un país con proyección y donde su principal recurso (las personas) sean un factor de sostenibilidad consistente.
Otro punto se refiere al tema de completar la cobertura educativa en lo que a educación básica se refiere y, especialmente, a mejorar la calidad de la misma a todo nivel. Es cierto que ello se puede entender de modos un tanto distinto y algunos ponen especial énfasis en la intervención del Estado y otros en el concurso del sector privado. Sin embargo hay conciencia de dicha necesidad y lo más probable sea que tenga que actuarse de manera concertada, sin dejar de lado la vital responsabilidad del Estado en garantizar la misma en toda su dimensión y como prioridad.
Una tercera cuestión es relativa a que la mejora de la calidad educativa pasa como factor clave por la atención de los profesores, tanto en términos salariales, formación pedagógica, técnica y especializada, así como de mejores condiciones laborales, especialmente para las zonas rurales. Aunado a ello a condiciones de evaluación periódica e incorporación a la carrera pública magisterial, en la cual existen discrepancias de estilo y contenido aunque cada vez menos en la necesidad de exigirla como un requisito válido de desempeño y superación.
Esto significa pensar en distintas estrategias para potenciar la educación en el país que pasan por poner de relieve modelos que ya vienen funcionando (tipo Fe y Alegría), potenciar colegios ejemplares por regiones, interconectar virtualmente la educación y dotarle de equipos e insumos requeridos, entre otros.
Alrededor de la educación superior se sitúa un cuarto punto, donde hay también otro foco de coincidencia, especialmente reconociéndose que cantidad no es sinónimo de avance ni de calidad. Es decir, tener más universidades y haber pasado a un paulatino proceso de privatización de facto en éste ámbito no es garantía de mejora, como tampoco lo será a otros niveles sino se acompaña de estándares adecuados y supervisión consistente.
Pero lo fundamental es que hay un interés porque se adecue mejor la oferta a éste nivel con las características regionales y demanda laboral que se pueda tener en cada caso. Claro, ello debiera suponer un liderazgo de parte de las direcciones regionales de educación para establecer propósitos claros, en vínculo con el ministerio de educación como con los gobiernos municipales (en el caso de esto último, el tema se torna urgente dada la orientación existente hacia municipalizar la educación).
Un último aspecto que ponemos de relieve es lo relativo a la investigación y desarrollo de tecnologías desde los centros de estudios superiores en vínculo con otras entidades especializadas. Pareciera ya ser otro consenso y existir mayor voluntad política en invertir para que se genere conocimiento, se pueda recoger los conocimientos propios a cada región y gestar condiciones que hagan posible la articulación real entre educación y oferta educativa con relación a mercado laboral y demanda de empleo. En esto último, se pone en juego una vez más los conceptos de desarrollo y modelo de crecimiento económico desde el cual se quiere apostar o es posible hacer viable la educación y el empleo para todos y no sólo para una élite o quienes tengan mejores condiciones económicas previas.
Esperemos que la educación no sea un tema más sobre el que es posible hacer ofertas electorales sin más. Deseamos y habrá que estar vigilantes para que sea uno, entre otros temas, en los cuales se pueda concertar políticas públicas e instituciones de largo aliento.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 5 de marzo de 2011