Construir un “nosotros” colectivo, a nivel de nación o algo más amplio, desde donde nos abarquemos todos sin excepción, es una apuesta fundamental para construir una sana convivencia. En el cual nos reconozcamos todos como “República” (comunidad democrática de ciudadanos) o como algo más amplio que podríamos denominar una aldea global compartida y solidaria.
Puede parecer una verdad aceptable pero muchas veces no asumimos sobre ella la menor responsabilidad en términos prácticos. Ya fuera porque no “sabemos” cómo hacerlo, lo vemos como algo demasiado genérico o simplemente rehuimos su abordaje. Sin embargo, en las últimas décadas, desde distintos espacios, se viene haciendo esfuerzos diversos para establecer conciencia de dicha necesidad, sobre la base de una defensa de derechos de lo más diverso, ya fuera de las personas (como el género), la naturaleza (la ecología y el medio ambiente), las condiciones de vida (muy vinculada a la pobreza). Aunque todo revierte a plantearnos la necesidad de una vida más humana en el mundo y en los diferentes ámbitos de la sociedad en la que nos movemos o estamos presentes.
Parte de lo anterior tiene que ver con reflexiones diversas que se han ido planteando. Podríamos resumir la significancia de varias de ellas en torno a lo que hoy conocemos como los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, más conocidos como las ODS. Éstas (y sus avances de implementación en el mundo) son una buena manera de ejemplificar caminos que se han ido consensuando a nivel de Estados y sociedad civil y, las cuales, debiéramos asumir de modo más activo e incluso militante. En ellas recogemos derechos diversos en torno a temáticas claves que permitirían una vida mejor para todos. Se trata de encaminarlas y garantizar su asunción y cumplimiento a todo nivel.
En forma parecida podríamos decir de las políticas de Estado (actualmente llegan a 32) que se han consensuado en los últimos lustros desde el llamado “Acuerdo Nacional” en nuestro país. Desde el cual se ha hecho de una labor meritoria que, sin remplazar los planes de gobierno de los partidos que participan en las elecciones regulares de autoridades, nos plantea un camino común y que debieran ser motivo de compromiso para que, alrededor de ellas, se establezcan las propias propuestas de gobierno que se propongan por los candidatos de turno en cada proceso electoral. Haciendo más factible el seguimiento y exigencia de cumplimiento de los planes de gobierno. En particular de quien llega al poder, después de una elección democrática.
Vinculable a unas y otras, podemos también señalar propósitos más circunscritos como los que se puede dar la Iglesia Católica o una Congregación Religiosa como los Jesuitas, la cual, después de un discernimiento prolongado llegó a establecer 4 preferencias apostólicas universales para su actuación en el mundo (formar en el discernimiento y los Ejercicios Espirituales, atención a los pobres, la Casa común, y los jóvenes). Sin pretender marcar prioridades, se establece un horizonte de convergencia que, de hecho, ayuda a entablar mejores conexiones con otro tipo de esfuerzos como los señalados para los ODS o el Acuerdo Nacional de Perú. Algo equivalente podríamos hallar en las bienaventuranzas que nos propuso el propio Jesús en su tiempo.
Todos ellos hay que reconocerlos como intentos, esfuerzos, para construir “comunidad” o sentido comunitario en niveles más amplios a experiencias micro, como por ejemplo a nivel de una población, un país o de una comunidad de naciones. Hoy necesitamos tomar conciencia, responsabilidad y compromiso en todo ello. Especialmente pensarlo como parte de nuestro quehacer ciudadano y cristiano.
Guillermo Valera Moreno
8 de junio de 2019