Es agradable la paz del hogar, la tertulia con los hijos o mi esposa, el almuerzo hogareño que nos inunda la tarde de cualquier domingo o día en que coincidimos para ver también un partido de fútbol juntos y gritar con fuerza los goles de nuestro equipo y apreciar (también) el buen fútbol o las buenas jugadas (aunque sea) del rival de turno. Habiendo recogido un chanchito al palo hecho por la vecina de una amiga a la que tuve que ir a ver hasta su casa para recogerlo y gustar de una buena preparación.
Si, tuvimos un almuerzo variado, con su “bajativo” para consolidar una buena digestión y dar más gracias aún por tener la gracia de la salud, de poder correr 3 ó 4 veces a la semana cierta distancia que me resulta siempre muy gratificante, aunque a veces me hace estornudar un par de veces por el viento que no deja de circundarnos y el sol otoñal que aún se anima a acompañarnos como recordándonos el verano que empieza a irse pero no termina de decidirse. Más aún en Piura, donde desorientadamente ha estado lloviendo algunos días (¡a finales de abril!), según me ha contado mi madre y algunas noticias de los diarios.
A veces es como dibujar unas cuantas figuras geométricas desde las cuales de pronto, vinculadas con trazos adicionales permite emerger un paisaje breve o el modelo de una casa tradicional de campo. Un barco o una arboleda. Con un poco más de esfuerzo, algunas personas conversando o el paisaje de una playa en su atardecer o algunos pajarillos departiendo esa posibilidad infinita de comer y reproducirse, cantar y volar. Todo tan gratuitamente que nos devuelve a nuestra propia condición de seres creados y gratuitamente situados donde estamos… muchas veces sin haber caído en la cuenta de ello.
En medio de ello, nos tocan los momentos que también nos sobresaltan, para entrar y salir de casa, comiendo algo ligero (o no tanto, pero rápido), para llegar a tiempo donde nos esperan para una reunión tal o la actividad cual. Siempre todas importantes para lo que corresponde hacer. Como aquella de darnos un espacio tipo jornada para detenernos un momento en la vida de todas las integrantes de la comunidad que acompaño en El Agustino (“las seguidoras de Cristo”), con quienes tuvimos ese compartir siempre tan hondo y de tanta significación: su revisión de vida.
Con heridas diversas en los trazos de vida de cada una de sus integrantes, ejemplos cada una más significativa que la otra, pero todas tan importantes en su experiencia, en ese caminar tan singular que nos hace también humanos y diferentes. Con algunos elementos de desgracia que se comparte siempre dentro de un sentido de esperanza como la que el Papa Francisco constató que existe de modo muy explícito en nuestro Perú, en esa visita que nos hizo en enero pasado.
Cada caminar lleno de oración, de aspectos que les marcaron en su incorporación a colaborar en la misión más activa con la Iglesia (desde su capilla, comunidad, familia…); de cómo decidieron continuar entre iniciativas varias; de cómo se han seguido sintiendo invitadas por Jesús a seguir en ésta ruta y opción, pese a contratiempos, sinsabores, aparentes rechazos o indiferencias; pasando por situaciones de frustración, expectativas venidas a menos y tanto de lo que nos da la vida en clave de “cosas negativas”(y aparente ausencia de Dios).
Si, toda una tarde – noche conversando / escuchando relatos de vidas, de personas entrañables, de amigas que uno no sabe cómo agradecerles su confianza y cariño oculto. Esa cercanía que se va acercando sólo con el tiempo y de modo poco explícito, pero reconocido y de mucha aceptación. No por eso, manifiesta con sus propias expresiones y sentimientos. Y así se pasó esa fecha que escogimos para el propósito y que nos supuso seguramente otros sacrificios (como dejar de ir al teatro u otra reunión prevista). Pero era muy importante y valió la pena.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 29 de abril de 2018