Normalmente, cada semana que pasa, uno tiene muchas cosas por las que agradecer a la vida en general y a Dios (Jesús) en particular, más allá de cuánto uno se da cuenta de ello o cree que todo lo debe a sí mismo o “al destino”. No obstante, uno no está exento de tentaciones diversas, a modo de sentirse poco valorado, de que las cosas que uno realiza no andan muy bien, que todo pareciera (a veces) un continuo empezar y algunas cosas cayeran en un sinsentido (o en saco roto)… Seguramente alguna de éstas manifestaciones rayan con cosas que uno debe estar atento también a revisar; por qué no, siempre vendrá bien hacerlo.
Sin embargo, deteniéndonos un poco en las cosas que nos transcurren, uno podría también reconocer que siempre están allí los momentos en los cuales uno identifica que Jesús nos habla, nos acompaña, está presente de modo diverso. Si nos detenemos a verlo, podemos reconocerlo hasta en las situaciones más críticas o de soledad. Por cierto, desde los detalles más insignificantes, como la operación exitosa de un amigo, o la que puede estar pendiente de una madre. En la misma consideración de la persona de uno que, de pronto, es muy puesta en alto por personas que a uno lo han ido conociendo en diversas circunstancias y con una larga experiencia de vida.
Otros casos pueden suceder y de modo diverso. Por ejemplo, me tocó a mí la experiencia de sentir un eco especial en mi trabajo de personas que llegaron de fuera (del país), empatando con la experiencia laboral de uno, queriendo aprender de lo que uno les pueda aportar profesionalmente (y personalmente), y con mucha disposición para ello. Lo cual nos hace más conscientes de la labor pedagógica que a cada uno le toca desarrollar respecto a los demás, más allá de situaciones especiales. Además, en los últimos días, tuve la ocasión de abordar el tema de autoestima… como para acordarnos que hay elementos sobre los cuales tenemos siempre que actuar y tomar en cuenta de la mejor manera para llevar una vida consciente, así como equilibrada en el amor y en el obrar el bien.
Tomemos en cuenta que digo “una vida equilibrada en el amor y en el obrar el bien”. Porque a veces nos perdemos en aspectos que pueden ser engañosos. Como aquel que muchas veces repetimos en torno a la felicidad. Todos aspiramos a ello, aunque muchas veces no sepamos a qué nos referimos. No se trata tanto de tomar el sentido de la felicidad desde la banalidad de nuestro propio egoísmo o de lo que nos hace sentirnos bien únicamente a uno, pero diluyendo la relación con los demás y lo que supone obrar el bien común. Pero todo es un manejo de equilibrios según las circunstancias y las realidades que nos corresponde.
En ese caminar, es muy importante saber distinguir el cómo nos sentimos de lo que objetivamente transcurre (de lo ocurrido). Puede ser muy fácil olvidar hechos objetivos o no saber hilar adecuadamente con la experiencia de uno y relativizar o valorar poco la propia experiencia. Es muy común, por ejemplo, que cuando uno desempeña un cargo de responsabilidad en un grupo X (el que fuera, grande o chico), uno sienta que nadie lo apoya o que uno no ha hecho lo suficiente. Siempre se podrá conseguir mayores cosas por hacer y respaldos, pero no hay que dejar de hacer un inventario de lo que efectivamente se hizo y se contribuyó, porque podría tratarse de una idea o sentimiento engañoso.
A todos nos sucede y, en ello, el discernimiento y la oración nos pueden ayudar mucho a saber procesar la propia experiencia con la debida responsabilidad y valoración. Más aún si uno tiene ocasión de contar con buenos amigos, comunidad, un acompañante… Teniendo la confianza que uno aporta lo que puede dar (y de la mejor manera); hay limitaciones con las que uno se puede encontrar y hay que saber aceptar (por ejemplo, tecnológicas, ya que vivimos una etapa de innovaciones muy rápidas de éstas, especialmente las de comunicación). Siendo agradecidos y, en cualquier circunstancia, sabiendo asumir la propia responsabilidad.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 1 de octubre de 2017