Fue de un momento a otro, quería quedarme viendo un partido de fútbol y uno de mis hijos me dijo para ir a la Feria del Libro… no estaba mal, aunque hubiera preferido hacerlo el día anterior y no se dio. Fuimos almorzando algo rápido, había que alcanzar la presentación del libro de Fischman sobre algo de la inteligencia y ya no alcanzamos, pues el aforo del lugar no daba espacio. Sin embargo, había otras opciones y nos permitió compartir algo sobre poesía y nuevos poetas (al menos para mí), en este caso a Diego Martín Eguiguren.
De alguna manera me devolvió a la magia de las letras y de las tramas (y traumas) que acompañan normalmente a cada autor, lo cual siempre está rodeado de diversos misterios, empezando por cómo cada quien trata de entenderse a sí mismo y descubrir su propio camino en la vida. Cómo ello está rodeado de experiencias de soledad diversas, penas profundas aunque gratuidades de amor que permiten avanzar sin “tirar la toalla”. Sensibilidades que van permitiendo describir mundos aparentemente muy propios pero que no hacen otra cosa que comunicar lo que mucha gente quisiera hablar y no sabe cómo. Y logra captar y lograr una sintonía en la cual rápidamente alguna (o mucha) gente va identificándose. Pero, sobre todo, lo sabe hacer con ese arte del verso, con la pausa y el verbo que le da la lozanía necesaria para asentarse con la armonía necesaria.
Encontrando las palabras que, desde el mismo nombre del poemario lo expresan, como mencionar algo como las “luces dormidas”. Después coincidimos con Elid Brindis, a quien tampoco conocía realmente. Se trata de un mexicano que radica en Perú hace unos 7 años, por voluntad propia, cumpliendo un “autoexilio” como lo alude también el nombre de su libro (“Poemas del autoexilio”). ¿Cómo no apreciar la vida a través de autores que nos narran algunas dificultades propias pero que nos transmiten ante todo vida y valoración de todo lo que les rodea, casi sin darse cuenta? Resulta muchas veces contradictorio y es parte de una de las magias que transmiten los escritores. Se quejan del amor y te enseñan a valorar mejor el amor, desde tan diversas aristas y situaciones…
No podía faltar el cuento. Debo confesar que me jaló especialmente el tema del libro, pues decía “Mirar más allá”. Inicialmente pensé que se trataba de alguna reflexión filosófica o política (bien vendría). Fue grata mi sorpresa que se trataba de un cuento infantil, estando ya en el lugar, algo estrecho, en el que tocó este coloquio. Más gusto que la editorial a su cargo fuera Santa María, con quien tengo cercanías por otras labores. Personajes del cuento como Micaela, encierran una significación que nos ayudan a descubrir los retos de niñas y niños en su caminar diverso. Cuya trama se vive desde muy pequeños, porque es desde la primera infancia (incluso desde la propia barriga en que se gesta), el que se va haciendo cada persona. Donde la figura del padre marca un derrotero formativo desde la simpleza de sus enseñanzas, como decirle ”Micaela, aprende siempre a mirar más allá, pero sin tropezarte”. Así también, los escenarios de migración, el contraste cultural de ir del campo a la ciudad, la importancia de encontrar espacios como una ludoteca para encaminarse mejor en su formación y otra serie de detalles.
Entre poesía y relatos diversos me sentí como en una sesión maratónica de filosofía, despertando deseos de inspiración y ganas de amar más y mejor, de construir sueños y seguir queriendo hacerlos realidad. Empezando por mis hijos y mi esposa. Siguiendo por mi familia ampliada, mi comunidad CVX, mis compañeros/as de trabajo. Así tantas personas con las cuales he recorrido mi propio camino. Gracias a cada uno por todo lo que me aportan y me permiten compartir.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 29 de julio de 2017