Hay muchas cosas por las por las que agradecer siempre. El sentido del amor de una madre por supuesto, aunque lo visibilizamos en un día especial, para tenerlo de modo especial presente. Sabiendo que no hay día que podamos olvidarnos de ello, aunque lo normal es que nos olvidamos diariamente del hecho, aunque hacemos el esfuerzo por tenerlo presente y tratamos de acoger y retribuir esa maravilla, esa gracia, esa manera de aprender a amar que nos viene de muy pequeños.
Tema sobre el que damos vuelta de página muy seguido y estamos obligados a no olvidarnos de ello, a tenerlo muy presente. Porque de alguna manera a todos nos corresponde amar como una madre ama, espontáneamente sabe amar, como de alguna manera Dios nos revela su amor, ese amor que corresponde a sabernos seres humanos, llamados a descubrir nuestro ser y realizarnos en él, en el propósito de obrar el bien, de ser solidarios y personas de servicio.
Lo anterior lo podemos trasladar a diversas situaciones. Una de ellas es cómo tenemos en cuenta a quiénes nos rodean, las personas que solemos considerar amigos, amigas. Cómo consideramos la amistad, el compartir, las experiencias… Todas están hechas de relaciones entre personas, pocas, varias, muchas… no importa, ya que se trata de personas y todas son importantes, por más que nos empeñamos muchas veces en hacer diferencias, exclusiones, divisiones.
Pensar que nunca terminamos de aprender a ser humanos y conducirnos como tales. Muchas veces pensamos que esa es tarea del hogar; o de la escuela o los diversos niveles de la educación que podemos recibir; o la manera como nos hacemos ciudadanos… Quizás un poco de todo. Habrá que incluir en ello a los medios de comunicación social, la internet, las diversas modas de telefonía. Pero nada de ello nos resuelve el tema de ser humanos, de saber relacionarnos, de saber convivir entre unos y otros, más aún si somos o nos sentimos diferentes. Ya sea por sensación subjetiva, ideas, personalidades, creencias, estatus, vivencias, perspectivas, paradigmas, culturas… Hay tantas maneras de ser distintos y qué bueno.
Pero no lo entendemos como riqueza y abundancia, sino como competencia o rivalidad. No es signo de complementariedad u horizontes diversos posibles, es más motivo de sospecha y de mezquindad solapada. Se dice (decimos) “es muy humano”. Es real, estamos marcados por la envidia, la rivalidad excluyente, el poco aprecio de los valores del otro, el desdén por los éxitos del vecino o (incluso) de mi equipo. Qué sociedad es ésta que nos encamina de maneras tan contradictorias… Y todo eso es parte también de nuestra “humanidad” que no tenemos que rechazar pero si saber que se da, que existe en nosotros (en cada uno), y que tenemos que saber discernir y encaminar de la mejor manera. No negarla, sí saber integrarla.
El amor de una madre como de un padre; de un hijo o hija, de un abuelo o una nuera. Todos son caminos que oradan positivamente nuestros egoísmos mal llevados, mal encaminados, mal integrados o “mal nacidos”. El amor es lo que nos hace humanos y nos da ese distintivo de desinterés. Pensándolo bien, nada más contrario a una lógica de mercado capitalista, donde prima el interés no sólo individual sino el interés por obtener la mayor ganancia, a costa de lo que sea si ello es permitido o no hay obstáculo a que se plasme de cualquier manera.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 29 de mayo de 2017