Mamita, ¿te ayudo a que te levantes? ¿… te llevo al baño? ¿Qué te gustaría comer el día de hoy? En realidad las preguntas se pueden volver interminables según los casos y los requerimientos de cada caso. Pero es nuestra mamá (nuestro papá, u otro familiar) y debemos atenderla con cariño, mucha veces con rutina y sin obviar las pequeñas discusiones que se formulan en esa relación. Pero, es nuestra madre y necesita toda nuestra consideración…
Los años ya han pasado y la naturaleza se va haciendo frágil. Algunas personas son más fuertes que otras y pueden seguir con muy buena salud después de los 80. Sin embargo, es ya una gran proeza haber cruzado dicho umbral. En esa circunstancia, sólo queda la admiración por la vida de una persona, varón o mujer, quien nos puede brindar tantas lecciones de vida y quizás nos olvidamos con facilidad de ello.
Hablo de éstas cosas, consciente que ya va tocando la partida de muchas mamás en dicho umbral de vida, años más años menos. Por ejemplo, éstos días ha sucedido con un familiar muy cercano, la madre de mi concuñado Walter Paredes; también con un destacado integrante de mi promoción de colegio “Vizcardo 75”, Walter “Filin” Baca. Ambas, situaciones diferentes, pero sentidas por el mismo lado de tratarse de la partida de un ser tan cercano, como lo es una madre.
No sabemos cuándo nos tocará partir. Lo que es real es que algún día a todos nos toca. Por tanto, tiene que ser un momento que, ojala, todos pudiéramos encontrarle sentido y lo recibiéramos con la paz de una vida realizada (aunque también es cierto que para muchas personas la cosa se anticipa). Por instinto, siempre desearemos seguir viviendo, tanto uno mismo como nuestro entorno más apreciado (y que nos aprecia).
Algo que he ido descubriendo con el tiempo es lo importante de valorar a nuestros “viejitos/as”. Tanto por su condición de fragilidad que pudieran tener; el valor de su experiencia vivida; el descanso que con justicia les puede corresponder; cuántas cosas… El asunto es que por ello y porque valoramos la vida en sus más diversas circunstancias, nos hace pensar en lo fundamental que puede ser obrar con plena gratuidad con las personas “mayores” (digamos de 75, 80… o más años). Intentar darles lo mejor por el hecho mismo de haber llegado hasta donde están.
No es fácil. Pero creo que hay una regla que podría ayudar a ello. Puede no ser la única. Se trata de que hacia esas apreciadas personas mayores debiéramos siempre considerar lo que les puede hacer sentir bien. Ordenar nuestra relación, atención y toda consideración alrededor de lo que les puede hacer sentirse bien, siempre. No se trata de discutir con ellas quién tiene la razón sobre algo cuando entra un tema en controversia; simplemente hacerlas sentir bien asintiendo en lo que les puede agradar mejor y hacer bien. Con mayor razón mientras más limitaciones físicas o psicológicas pueda tener la persona en cuestión.
No dejar de consultarles sobre lo que está en sus manos decidir; ya sea porque está bien que mantengan decisión sobre cosas tan elementales como qué desean comer, qué programa de TV les puede resultar más grato (dejarles el control, en lo posible); salir (o llevarlos) a pasear de cuando en cuando (si es posible y les agrada), entre otros. No perder de vista que su manera de razonar las cosas que les afectan (como la limpieza de su habitación, el darse un baño refrescante, la ropa que se ponen, etc.) pueden ser temas muy significativos. Mejor si se trata de leer un libro, hacer un crucigrama, pintar, ver una película o tratar de temas vinculados a negocios o más, según los casos.
Puede parecer demasiado elemental lo que mencionamos. Pero la fragilidad de la vida nos va poniendo en el camino de poner los mejores medios para quienes pueden tener la circunstancia más desfavorable y buscar siempre hacer de su vida lo más grata posible, aceptando que se trata de ese sentido del amor más pleno que es el que se transmite en gratuidad, la más plena gratuidad. El mismo que lo podemos también vivir como correspondencia, como reciprocidad siempre querida.
Hay tantas cosas que podemos seguir deshojando. Todo nos remite nuevamente a ese amor siempre renovado en la gratuidad que hemos recibido y que hemos aprendido a transmitir. Derrotero en el que estamos llamados a seguir creciendo y a estar atentos y conscientes todo lo posible. Todo ello es parte de un misterio que, para quienes compartimos o tenemos una fe religiosa (cristiana), llamamos Dios.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 15 de febrero de 2015