Archivo por meses: marzo 2014

El gozo de nuestro cristianismo – A propósito de celebrar el día mundial CVX

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Hay que gozar el ser cristianos, de la alegría de ser cristianos, de esa experiencia primera y más importante que es encontrarnos a gusto con Dios. Esa experiencia, va muy a tono con el tiempo de Cuaresma que transitamos y, por cierto, en sintonía con la celebración del día mundial CVX (y cierre de nuestro año jubilar por los 450 años de las comunidades laicas ignacianas).

Así lo hemos vivido, acogidos por la CVX “Mi Perú” de Ventanilla (Callao), una vez más, asombrándonos en su arte de celebrar, reflexionar, convocar, compartir, jugar, brindar y algunos puntos suspensivos. Tanto así que tomamos de modo muy natural que pudiera haber alguna descoordinación en el uso del templo, por cruce de labores pastorales; hasta lo podíamos sentir como parte del programa.

Desde una CVX que reflexiona se centró la celebración eucarística en lo que nos invitaba el evangelio, de sabernos relacionar con los diferentes (“samaritanos”, lo intercultural e interreligioso), guardando el sentido de género (varones / mujeres, su presencia, espacio y aporte de cada cual), explicando con sencillez el sentido de dar vida (“agua de vida”) y la sabiduría que nos viene del amor, de su profundo sentido. Trasladado a lo que el Papa Francisco nos viene invitando a vivir, con sencillez, humanidad, seguimiento de Jesús… Importante ha sido la recomendación de leer y reflexionar algunos de sus escritos, como la “Exhortación apostólica Evangelii gaudium”, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual.

Temas de preocupación que se pusieron de relieve: la importancia de nuestra formación para aportar mejor en lo que nos desempeñamos y crecer como personas y comunidades de fe y acción; la educación, la dimensión familiar, nuestra condición de ciudadanos y las motivaciones que se manifiestan en cada caso, como la preocupación del Centro Poblado de Mi Perú por ser Distrito. Lo significativo de seguir creciendo en la experiencia de los ejercicios espirituales y en proporcionarlos a terceros; de contar con planes que nos orienten y nos encaminen mejor en nuestro accionar formativo y de labores comunitarias. Lo esperanzador que significa la presencia del Papa Francisco en nuestra Iglesia, recuperando en nosotros una mayor cercanía, compromiso e identidad.

El calor no llegó a incomodar nuestro gozo. En otros contextos podrían haber sido los mosquitos, las moscas, el polvo o arenilla, los fuertes vientos o el frío. Sentíamos calor y podíamos sentir que faltaba un poco el aire, tanto en el Templo como después en el comedor donde compartimos un agradable almuerzo, para todos. Aun así, fue acertado que hasta pudiéramos realizar un par de “dinámicas” que nos agitarían más en pleno sol de uno de los patios del colegio Fe y Alegría 33, a donde nos dirigimos después de la Eucaristía.

Eso de contar los orígenes de nuestros nombres, además de presentarnos, parecía demás… pero descubrimos que no sólo pueden haber historias interesantes o anecdóticas, sino recurrencias comunes, sentidos generacionales similares y o que todo ello puede encerrar como mayor sentido de vida o simpleza de su discurrir. No faltó que descubriéramos hasta un cumpleañero (de José del Carmen, nada menos), a quien le improvisamos un saludo comunitario “al paso”.

Después de todo, nuestro nombre es algo que nos acompaña a diario y es un factor de acercamiento, cuestión que se logró de muy buen modo. De allí pasamos a un juego de concurso (el “tanque”) que lo dejo para la imaginación de quienes no estuvieron; lo importante es que pudimos jugar juntos, cosa que de adultos vamos dejando de hacer con mucha “normalidad”.

Como ya dijimos, el almuerzo estuvo muy grato (postre incluido). Me tocó compartir la mesa entre integrantes de las comunidades de El Agustino y San Pedro; podrían haber sido otras comunidades o la mía propia de origen (Siempre). Lo importante era que nos reconocíamos también en comunidad al compartir el pan, a modo de almuerzo. Ese es uno de los desafíos que nos deja ésta experiencia. Saber llevar ello a nuestra vida cotidiana y darle sentido de misión, uniendo de mejor manera nuestra fe y vida, haciendo más consciente la vida que llevamos, profundizando en nuestro ser humano, aprendiendo de lo que otros nos aportan y de la alegría de ser y reconocernos cristianos.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 23 de marzo de 2014

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Lo pedagógico a descubrir

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El ejercicio profesional, como todo lo que se conceptúa como “económico”, suele verse como aquello que puede permitir un ingreso o una ganancia. Es más, mientras más elevada se logra establecer (el ingreso o la ganancia), pasa a considerarse como una situación de “éxito”, importando poco (muchas veces) los medios de los cuales se valen las personas para conseguir o alcanzar dicho propósito.

Sin embargo, el ejercicio profesional, más que un sentido genérico de lo que permite” ganarnos la vida” (cuestión que puede ser uno de sus varios componentes), debiera permitirnos sobre todo (y principalmente) el ejercicio de nuestro sentido vocacional, de lo que permite nuestro crecimiento y realización en cada persona. De hecho, estamos en una sociedad que nos genera muchos desencuentros entre uno y otro, predominando de modo casi “normal” el sentido de “ganar dinero a como dé lugar”, con tal de satisfacer las necesidades que le apremian a uno y a su familia.

Más allá de dónde logramos establecer el mejor punto de equilibrio en cada caso, hay otros elementos fundamentales en el desarrollo y el ejercicio profesional. Quizás en contracorriente de lo que es nuestro propio ejercicio y la competencia a las que muchas veces nos llevan la lógica del mercado. Me refiero a que, desde cada profesión (y ejercicio profesional) estamos llamados a ejercer un sentido pedagógico; a exigirnos siempre un sentido pedagógico, tanto de lo que es nuestro propio conocimiento acumulado, nuestra propia experiencia y los horizontes que descubrimos en nuestro cotidiano quehacer.

Lo decimos así porque es una de las mejores formas de construir buenas relaciones y de esforzarnos en desarrollarlas en solidaridad y respeto por el otro. Más aún, en contextos como los que vivimos de desigualdad y exclusión; de individualismos exacerbados en los que nos movemos. Donde el tomar en cuenta al otro, al diferente, e incluso al “amigo”, es algo que pasamos por alto con facilidad.

Hay un sentido elemental y lógico de lo anterior. Se trata de que nadie parte de cero en el conocimiento, sino de un cierto nivel de desarrollo de éste (el que nos ha tocado vivir en cada fase de desarrollo de la humanidad). De alguna forma a todos nos pertenece ese conocimiento acumulado y una forma de inclusión e igualdad debiera darse en la facilidad del acceso y aprovechamiento del mismo; en esa disposición y capacidad de compartirlo con los demás; y, dicho sea de paso, en la conciencia de que aprendemos mejor lo que “ya sabemos”, compartiéndolo con terceros, especialmente si un desafío de por medio es la de laborar en “equipo”.

Al menos es lo que yo siento intentando compartir el modo de procesar proyectos (sociales, pastorales, educativos, etc.) y de construir relaciones interpersonales y sociales con los distintos referentes con los que me toca relacionarme, ya fueran formuladores o ejecutores de proyectos, o donantes de fondos y agentes de cooperación de quienes se logra los recursos para los mismos. Es fundamental ayudar a generar procesos de aprendizajes a todo nivel; en lo que corresponde en nuestro caso, a la gestión de proyectos, distinguiendo roles diversos que toca poner en juego en cada ámbito y lo que ayuda mejor a economizar esfuerzos, recursos y eficiencia en los resultados que se busca encaminar. Donde lo principal siempre son los beneficiarios finales de nuestras acciones, a quienes queremos beneficiar con nuestras buenas intenciones, profesionalismo, asertividad y proyección.

En estos días de marzo que iniciamos un nuevo año escolar, ¿cómo no pensar en ello? Cuando la labor de los maestros será poner en juego el mejor sentido pedagógico con sus alumnos y alumnas en distintos niveles de enseñanza, en sus distintos niveles de calidad, acceso a conocimientos y herramientas, entre otros. Donde la lógica de la enseñanza ya dejó de ser (hace mucho tiempo o en el papel al menos) el que uno sabe (el profesor) y el otro acumula conocimientos, cual libro “en blanco” (el alumno). Ya incluso las nuevas TICs (tecnologías de información y comunicación), lo permiten menos porque hay un acceso cada vez más universal a ellas. Su uso y conocimiento es cada vez mejor aprovechado por los más jóvenes (adolescentes, niños, infantes…) que por sus profesores (directores, autoridades educativas, padres de familia…).

Con mayor razón, una de las formas de dialogar es hacer pedagogía unos con otros. Tanto en el sentido profesional que hemos ido aludiendo, especialmente en el ámbito educativo. Pero también desde los diversos ámbitos de nuestra vida, especialmente la familia. Todo ello nos puede deparar un crecimiento y conocimiento poco aprendido o el que a veces nos provoca “miedo”, por nuestras propias inseguridades. Sin embargo, es un pequeño desafío a descubrir cada uno en lo que le toca.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 9 de marzo de 2014

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