Estamos a unos días del curso “Reflexionar la vida con Vaticano II”, organizado por la Mesa de Movimientos Laicales – MML, y es importante hacernos de cierto ambiente sobre los temas que empezaremos a abordar. Digo empezaremos porque no será el único evento que se realice al respecto, ya que tenemos todo un itinerario por desarrollar por los 50 años de Vaticano II que van desde 2012 al 2015. Queremos recordarnos qué significo ese abrir puertas y ventanas de una Iglesia que se había avejentado y no respondía a los tiempos actuales. Y qué debe de significarnos en el día de hoy.
También queremos retomar esa actitud profética de saber mirar los signos de los tiempos en nuestra realidad y aprender a “mirar lejos”, como solía decir Juan XXIII. O afrontar de manera más coherente ese desafío de vincular fe y vida al modo de Jesús y, obrar en consecuencia, en su seguimiento y discipulado (como también nos lo recordaría hace poco Aparecida).
De allí, que traer a colación algunas de las estrofas iniciales de una Encíclica como la Gaudium et Spes (GeS) sea muy significativo. Porque por momentos, leerlos pareciera que todo hubiera sucedido hace tan poco tiempo y esta dicho en términos tan actuales que tenemos que volver sobre ellos. Por ejemplo, cuando se dice: “En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador.” (GeS 3)
Y después se nos hablará de que es “la sociedad humana la que hay que renovar” y, “por consiguiente, el hombre”. De sabernos admirar por el prodigio del que los hombres somos capaces. Del llamado al diálogo con el mundo que se nos hace y, especialmente, de la conciencia de renovación que necesitamos imprimir en el mundo a todo nivel.
“El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es así esto, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa.” (GeS 4)
Y parece que estuviéramos hablando de cosas que no son de medio siglo atrás sino –con sus peculiaridades- de cosas muy actuales y sobre las que no hemos sabido dar respuestas adecuadas o convincentes. Pese a que toda persona en el mundo “Quiere conocer con profundidad creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la vida social, y duda sobre la orientación que a ésta se debe dar.” (GeS 4)
Seguimos confrontados y desafiados con temas tan elementales como la pobreza y miseria de tantos seres humanos como nosotros. Pese a que “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. (…) y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.” (GeS 4) Es admirable que habiendo cambiado muchas cosas en los últimos 10 lustros, seguimos sin resolver adecuadamente esas y otras tensiones.
Ojalá que como se inicia el discurso de la Encíclica GeS sea una de las cosas que recuperemos, en el sentido de que “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” (GeS 1)
Así mismo, cuando se reclama que “Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.” (GeS 3) Que así sea, la Iglesia universal esta para servir, para “salvar” y hacer de la verdad un propósito de testimonio amoroso de la presencia de Dios, como Jesús nos enseño. De ello tenemos que seguir aprendiendo laicos, religiosos, obispos, cardenales y el propio Papa.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 19 de junio de 2012