La reflexión que nos plantea el ExCo mundial CVX sobre la membresía en CVX (Proyectos 150) pareciera que fuera algo ya “sabido” o, por defecto, algo que no se entiende de modo suficiente. Es algo sabido, en cuanto asociar “membresía” a sentido de pertenencia a CVX, o identidad y compromiso en CVX; lo que significa ser parte de una CVX. No se entiende suficiente –o se entiende poco- en tanto la membresía puede albergar otros aspectos más próximos a “marca CVX”, visibilidad de la CVX, proyección de la CVX hacia el mundo…
En realidad nos podemos quedar con la acepción más propia al sentido de pertenencia y lo que se marca como camino para hacerse cada uno “integrante de CVX”. Lo cual, muy bien se afirma, es parte de un sentido vocacional que se debe vivir como proceso; asumiéndose con la gradualidad a la que invitan los llamados “compromisos temporales” y los “compromisos permanentes” en CVX. Incorporando en ello el proceso de crecimiento espiritual que significa la aventura de los ejercicios espirituales en sus diversas semanas y en la regularidad de su experiencia periódica. Por cierto, complementado con temas diversos de formación constante y la capacidad de compartir la vida en comunidad, así como la centralidad de la vida comunitaria en la vida toda (en conjunto), vinculando más adecuadamente fe y vida como consecuencia de ello.
De allí la alusión a los principios generales CVX 10 y 12 , en los cuales se nos habla de los “integrantes” y del “estilo de vida en CVX”, cuestiones que nos conducen a hacer presente que la dimensión comunitaria nos deben afirmar y motivar a un constante crecimiento como personas en los diversos ámbitos que corresponde (espiritual, social, cultural, político, humano); nos debe conducir a trabajar “con Cristo en la anticipación del reinado de Dios”, participando activamente en el desarrollo apostólico que nos pueda corresponder, individual y comunitariamente. Hoy en nuestro Perú, por ejemplo, ¿cómo se pone en juego el ser profesionales competentes y testigos convincentes? Aunado al sentido de solidaridad y esperanza con el que estamos llamados a vivir el amor del Padre. Participando por cierto de las reuniones comunitarias y acompañándonos mutuamente en la creación de sentidos, desarrollos vocacionales, y realización personal desde lo que descubrimos como “voluntad del Padre”, como disposición para realizar dicha voluntad amorosa.
Nuestra partencia a CVX hoy tiene mucho sentido. Desde distintas ópticas. Porque nos puede ayudar a vivir una fe por encima de tantas acepciones de individualismo egoísta; nos ayuda a crecer en la relación con el “otro” y en el manejo de las diferencias. Nos ayuda a construir un sentido mayor de convivencia social y de hacernos ciudadanos más conscientes de la comunidad política que nos corresponde ayudar a construir; a sentirnos nada ajenos en el esfuerzo por orientarnos siempre hacia el “bien común”.
Teniendo presente, en forma permanente, que Dios actúa en nosotros y, su presencia amorosa en nuestras vidas, es muy anterior a cada uno de nosotros, como lo han sido por fuerza los padres que nos engendraron y cuidaron de nosotros a lo largo de nuestro crecimiento, al menos de los primeros (y fundamentales) años. A través del Espíritu Santo se rebela el amor gratuito del Padre. Amor que se nos invita a testimoniar y a que sea nuestro “sesgo” característico, servidores por excelencia, disposición para el servicio, con capacidad para servir en todo y con sencillez. Haciendo de ello nuestra tarea de predicar y de asumir el “envío” comunitario, la proyección apostólica, el magis ignaciano.
Ojala que de todo éste revalorar nuestra pertenencia comunitaria y el valor de la comunidad para el conjunto de nuestra vida (y viceversa), nos permitiera hacernos conscientes que necesitamos aprender a tomar mejores decisiones, a saber tomar decisiones y, por lo tanto, a mejor saber discernir nuestras vidas y el llamado del Señor, para las decisiones que nos pudiera corresponder. Así como decisiones, también aprender a trazarnos metas a diverso nivel, procurando direccionar mejor lo que hacemos y dándole un sentido mayor a rutinas de actividades o activismos más o menos intensos que llenan nuestros tiempos y espacios. Por ejemplo, ¿es posible que cada uno se trace una meta en el año sobre lo que quiere crecer como persona? ¿Es posible trazarnos una meta comunitaria para el año, sobre lo que queremos crecer comunitariamente y vernos todos reflejados en una motivación común?
Hay muchas cosas a las que nos motiva un tema como el de la membresía. Lo importante será que Jesús esté al centro de todo ello y sea él mismo quien nos motive y guíe en todo lo que hacemos y buscamos crecer.
Guillermo Valera Moreno
20 de marzo de 2012