Vivir proféticamente para renovar el mundo en que vivimos… pareciera ser una invitación demasiado romántica y vaga. Sin embargo, bien podría ayudarnos a centrar un mejor sentido de misión en CVX, en la Mesa de Movimientos Laicales u otros espacios comunitarios. Abriendo cauces de discernimiento y testimonio, motivos diversos de pasión y compromiso. Iluminándonos al modo de un campo lleno de flores muy variadas, como si estuviéramos en un océano lleno de peces de colores o como en una selva tropical con pájaros y mariposas de las más diversas variedades.
Vivir proféticamente podría bien resumir el sentido de saber vincular fe y vida, si sabemos relacionar nuestra relación con Jesús (y a través de Él con Dios) y nuestro quehacer cotidiano, sesgado por una atención especial por los que menos tienen, los más débiles, los más alejados. Porque es importante que el mundo haya superado (o lo este haciendo) visiones sacralizadas de la vida, ganando en autonomía; pero otra cosa es perder sentido trascendente de la vida o intentar descubrir la presencia de Dios en la vida toda que nos a tocado llevar a cada cual.
Necesitamos de las demás personas y del medio que nos rodea para vivir; para aprender a hacer nuestro camino y crecer; para saber descubrir nuestra propia vocación de vida y realizarla lo más plenamente posible. Sin embargo, toda esa dimensión y necesidad vital debiéramos tener la capacidad de descubrir que es poco o nada sin la referencialidad del bien y del amor. Para que tenga profundo sentido el estar aquí y ahora; la propia convivencia y diversidad; la propia realización de vida; nuestro propio paso temporal por el mundo que nos ha tocado y en la forma como nos ha tocado.
Hablar de Dios es expresar el sentido que tiene la vida para cada uno y en conjunto. Si lo tiene y lo vamos descubriendo es que estamos descubriendo a Dios. Descubrir el amor y la significancia que tiene el bien (y el hacer el bien) es descubrir a Dios. Dejar que ello ilumine todo lo que hacemos y lo potencie es semejante a “poner en manos de Dios” nuestra vida y su orientación.
Pese a ello, y es parte de su comprensión, somos más frágiles, débiles y limitados de lo que pensamos. Contradecimos el bien, el amor y tantas cosas equivalentes con mucha facilidad e inconsciencia. Traicionamos muchos de nuestros propósitos, pese a que tenemos constancia fehaciente de lo que nos ayuda mejor a crecer y a realizarnos. Pero también estamos hechos de capacidades y somos siempre una y mil posibilidades. Que nos puede impulsar en diferentes direcciones.
Lo importante es saber direccionarnos y saber coger las riendas apropiadas de nuestra propia vida y vivir de manera lo más consciente posible. Consciente, por supuesto, de lo bien que podemos hacer, de lo mucho que podemos amar, pero también de nuestros propios desaciertos y errores que seguiremos cometiendo; lo inoportunos que podremos ser en muchas situaciones; lo fuera de lugar que serán muchas de nuestras impresiones, creyéndonos que ya tenemos alguna experticia de ser “buenos” o de Dios.
Para encaminar mejor lo que decimos, es bueno mencionar que tiene pleno sentido el saber establecer una referencia a lo profético (al “vivir proféticamente”), al hecho de saber y aprender a ver con los ojos de Jesús, saber escuchar con los oídos de Jesús, saber sentir con el corazón de Jesús. Vivir proféticamente, asumiendo a Jesús como centro de nuestra vida, supone por lo tanto conocerlo cada vez mejor, porque confiamos que es la mejor revelación que hemos tenido de Dios entre nosotros; es más, confiamos que no sólo reveló a nuestro Padre mayor sino que fue (y es) su hijo directo; de alguna manera, él mismo hecho carne.
Renovar el mundo ¿qué nos podría significar? En realidad, debiéramos empezar por decir que hay que cambiarlo todo. Todo entendido como la lógica y sentido en el que vivimos. Donde lo que manda es la economía, entendida ésta por la búsqueda de la mayor rentabilidad / ganancia / plusvalía / dinero. En todas sus formas, niveles y semillas, la misma que se basa en “la explotación del hombre por el hombre” y la posibilidad de holgura de unos pocos.
El resultado es una gran mayoría excluida en el mundo, una pobreza extendida y la ausencia de sentido humano respecto a los propios seres humanos que somos nosotros mismos, nuestro vecino, el de más allá. Al respecto, no sólo necesitamos humanizar más al sistema capitalista; requerimos transformarlo en otro sistema de entendimiento de la vida, de las personas y de la manera de vivir y realizarnos cada uno y la convivencia respectiva a la que corresponde o debiera dar lugar.
Jesús en su época fue y supuso un enorme sentido de novedad por lo que nos reveló, nos aproximó y nos amó. Invitándonos a saber siempre poner al centro de nuestra vida el amor; el amor a Dios Padre y toda su creación. Traducida como amor a los demás (al “otro”, a “los otros”), a nosotros mismos, a la naturaleza y a todo cuanto nos rodea. Tanto así que, desde entonces, nunca dejó de ser novedad. Porque su discurso del “reinado de Dios” aún no se ha realizado entre nosotros, pese a los más de dos mil años de historia que ha transcurrido. Porque hemos seguido de espaldas a un sentido de servicio y de bien para todos.
Por todo lo dicho hasta aquí, tengo la impresión que hablar de vivir proféticamente y renovar el mundo son dos caras de una misma medalla e indisolubles. Será muy importante las mediaciones que nos demos para hacerlo posible y encaminarlo. Es a la luz de ello que debemos saber descubrir la voluntad del Padre y darle carácter de misión en el envío que nos hagamos como Iglesia. Abarcando la totalidad de cada uno, integrándola y disponiéndola siempre para el mayor servicio.
Guillermo Valera Moreno
24 de septiembre de 2011.
Gracias por invitarnos a profundizar en este tema… a veces dejamos el ser proféticos a la espiritualidad y la evangelización pastoral y no llegamos a traducirla a la vida ciudadana, política, económica. Ahí está el reto de los laicos…
Ese punto fue central en nuestra última asamblea mundial en Fátima (2008). Todos estamos llamados a ser profetas desde lo que hacemos, la vida que llevamos, nuestra vocación en la vida y nuestra aspiración a realizarnos personal y socialmente. Alimentemos de sentido a nuestras comunidades y forjemos nuevas utopías que posibiliten que el amor y el bien triunfe en la vida de todas las personas.