Se puede creer que la eficiencia de una gestión o la bondad en su ejecución tiene que ver con personas que reúnan capacidades profesionales para el buen desempeño de la misma y se estará en lo cierto siempre y cuando se tenga en cuenta una serie de condiciones de contexto institucional que debe acompañar dicho desempeño en cada organización que aspira a la misma, especialmente con un sentido de excelencia.
Si bien se requiere niveles de especialización entre dirección y administración de una organización (se diría entre lo político de una gestión y lo técnico de la misma), cada vez encontramos indesligable la relación que puede haber entre una y otra para hablar de posibilidad de éxito en una gestión.
Es decir, si queremos un buen desempeño directriz de una entidad, debe acompañarse de un componente técnico cabal de su desempeño; si queremos un buen ejercicio técnico de la gestión tiene que haber una voluntad política de acompañamiento que lo garantice. Pueden diferenciarse pero no es recomendable que cada una vaya por su cuenta, porque se hará menos ágil (la gestión) o pueden generarse falacias o sueños descentrados de la misión que debiera ocupar su labor, sin medir las reales capacidades (y todo puede convertirse en un continuo ensayo de labores).
Ahora sólo quiero referirme a cuatro cuestiones que debieran ayudar a engarzar mejor una gestión entre su componente político (de direccionalidad) y su desempeño técnico (en lo que se refiere a lo propiamente administrativo contable), poniendo énfasis al buen desempeño de esto último. Ellos son: existencia de una voluntad política adecuada de dirección institucional; formalización; transparencia; y hacer bien las cosas.
1. Existencia de una voluntad política adecuada de dirección institucional: El tema no solo viene a colación de tener claridad de objetivos, del “hacia dónde” se quiere enrumbar a la organización. Nos referimos de manera especial a que si, desde el más alto rango de una entidad, hasta el “último” de sus componentes no están “avisados” del importante rol que juegan para que haya un exitoso rendimiento y funcionamiento de la misma, cada quien tenderá a pensarse como compartimento estanco respecto a los demás, “cuidando” de no involucrarse con los demás, a riesgo de ver complicada su actividad (o percibirla así).
La comunicación en ello juega un factor de vínculo pero que puede ser frágil si no se ejerce un efectivo acompañamiento (horizontal y no jerárquico) de los distintos niveles de responsabilidad. Y, además, si se generan mecanismos diversos de incentivo y reconocimiento al buen desempeño y no sólo al hacer lo que ya se tiene que hacer (por razones de contrato).
2. Formalización: mientras más institucionalizada (y formalizada) una entidad, tendrá menos problemas para responder a distintos requerimientos del Estado y de la propia sociedad civil. Especialmente si se trata de rendir cuentas de lo que se realiza, especialmente en lo que se refiere al manejo de fondos (ya sean propios o de origen externo). Estamos casi acostumbrados a una vida que se mueve en diversos niveles de la informalidad, muchas veces no deseada pero cómplice y que raya con niveles de corrupción u otras expresiones afines (por ejemplo, ser detenido por la policía por pasarse una luz roja y recurrir a pagarle a éste una “propina” en vez de pagar la multa).
El tema es que toda formalización supone costos; requiere una cultura de trabajo donde mercado y leyes van de la mano; exige generar mayores responsabilidades sobre derechos y deberes para con terceros, como pagar impuestos; así, otros aspectos. Pero permitirá un desempeño más institucional en cuanto respeto a las reglas de juego; previsión sobre lo que puede esperarse de ella; mejor capacidad de respuesta para efectos de un manejo de fondos; entre otros.
3. Transparencia: tenerla, es un signo de honestidad en el desempeño organizativo, una forma de impedir la tentación corruptiva de distintas esferas de la sociedad que tienen predisposición a los arreglos “bajo la mesa”, a una gestión “por comisión”, a un completar el sueldo valiéndose de distintos medios como pueden ser “dietas”, “pagos extras”, “complementos” y otras tantas fórmulas que se pueden usar cuando se hacen uso de los mismos tiempos por los cuales uno ya recibe un sueldo de antemano y no se diferencian los espacios correspondientes.
Pero ahora nos referimos sobretodo a la transparencia sobre la que debe rendir honor toda organización en cuanto a procedimientos de funcionamiento; manejo de cuentas (origen y destino de los fondos); propósitos, actividades y resultados de las mismas, entre otros. En realidad, como una forma de “estar en sociedad” y de promover la responsabilidad social hacia los demás sectores y el Estado.
4. Hacer bien las cosas: Puede parecer obvio pero es lo menos practicado muchas veces. Se cree que hay que hacer algo bien como una excepcionalidad; como algo que podría estar sujeto a un merecimiento o reconocimiento. Sin embargo, ella debe ser la condición básica desde la cual se debiera operar, la filosofía de sentido común como uno debiera relacionarse con los otros y con todo lo demás.
Lo anterior, supone poner el mejor desempeño profesional sobre lo que uno sabe hacer y disposición para hacer lo que corresponda. Correspondería tener capacidad de discernimiento para obrar no sólo cosas buenas sino el mejor bien ante cada circunstancia. Facilitar la vida de todo lo que me rodea e intentar mejorar el entorno de la mejor manera. Pasando por cierto por aspectos elementales de cumplimiento de acuerdos, fechas, procedimiento, pagos y un largo etc., según el caso.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 16 de agosto de 2011