Archivo por meses: agosto 2011

Gracias, celebración y motivo para soñar

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Se ha convocado a una nueva Asamblea Nacional de nuestra CVX (para el 4 y 5 de noviembre de 2011) y será motivo para hacer un alto en el camino desde cada Núcleo y comunidad CVX pero también desde cada uno de sus integrantes. No se trata de una actividad más ni un trámite que haya que cumplir como rutina necesaria.

Una nueva asamblea es en primer lugar algo por lo que debemos dar gracias, por la confianza que nos hemos tenido en éstos años para caminar juntos, más allá de las dificultades y exigencias a las que nos hemos visto confrontados, cada quien en su propia actividad. Gracias porque nos vamos confirmando en nuestra vocación CVX y se nos va abriendo la posibilidad de un camino que no sólo es historia recorrida sino capacidad de incidir en el presente y de ayudar a configurar un futuro que permita el “reinado de Dios”. Por cierto, debemos decir también gracias a nuestro Señor, a nuestro Padre, al Abba del que nos habla Jesús en su oración constante de diálogo con Dios.

Así como dar gracias, es un motivo para celebrar. Celebrar nuestro caminar y búsqueda sincera y diversa, de crecimiento personal y de compromiso; celebración respecto a que vamos configurando una comunidad común y factible de hacerse un “cuerpo apostólico” también común. Cuestión esta última que no hemos logrado establecer aún, pero que la propia asamblea nos abre la posibilidad de dar nuevos pasos (o afirmar mejor los que ya hemos dado) en una misma dirección. Sin prisas aunque también sin pausas excesivas. Buena parte de la respuesta la hallaremos en cómo hemos ido trabajando y profundizando en los Proyectos Apostólicos de cada Núcleo (el PAN).

Es también un motivo para soñar en cómo nos vamos haciendo “profetas de nuestro tiempo”. Cómo podemos dar pasos en ser comunidades proféticas, en tanto sabemos leer verdaderamente y al nivel que a cada quien le toque los “signos de los tiempos”; tanto individual y comunitariamente. Este año nos ha tocado vivir un cambio de autoridades nacionales (como el año pasado sucedió con los niveles de gobierno municipal y regional), lo cual nos abre a plantearnos posibilidades de inserción en lo que sea factible de colaborar con el desarrollo de nuestro país, región y localidad pequeña en la que nos movemos, cuestión que nos ha tocado vivir con un mayor sentido de esperanza y posibilidad de cambios.

A todo lo anterior, el Consejo Nacional CVX nos plantea una reflexión renovada por nuestro sentido de misión hoy en el país y nuestra Iglesia, situándonos más allá de los apostolados concretos en los que cada quien pueda estar y lo que en cada Núcleo se haya podido avanzar como PAN (lógicamente, a partir de los que ya hacemos y hemos ido ganando en experiencia). ¿A qué nos sentimos llamados hoy como comunidad nacional CVX en el país y la Iglesia? ¿Dónde debiéramos situar nuestra mirada y esfuerzos?

Sobre ese sentido de misión más de conjunto, vale recordar que ya hemos tenido esfuerzos realizados, al menos, en las últimas 3 asambleas y han salido siempre varios temas de misión que han quedado como orientación importante. Normalmente vinculados al tema educativo, a la labor con los jóvenes, a la formación en distintos aspectos (las ESPERE por ejemplo), a labores pastorales y sociales diversas. Volver sobre ello, a mi parecer, es muy significativo, en tanto podamos ir dilucidando un norte común como orientación. Así como en cuanto nos ayude a potenciar, inspirar y hacer más fecundo con ello lo que hacemos de forma concreta en cada caso, empezando por dar mayor vida y mejor sentido a nuestras experiencias de comunidades pequeñas, base y sostén clave del sentido de misión que nos demos.

Entre otras cosas para no hacer de la experiencia comunitaria una lógica activista y poner más acento en la revisión de todo lo que somos y hacemos sus integrantes. Porque queremos que desde cada comunidad pequeña (y su núcleo CVX respectivo), se ponga siempre el acento de hacer de ella “un modo particular de seguir a Jesucristo y trabajar con Él para hacer realidad el reinado de Dios” (N.G. I., 1, 7).

Preparemos con atención la nueva asamblea nacional que tendremos próximamente. Aquilatemos y discernamos bien los pasos que corresponde dar, hilando mejor lo que nos ayude a integrar fe y vida, a ser fieles a nuestro caminar y a sincerar lo que hemos recorrido y tenemos hoy como experiencia. Siempre con un sentido profundo de misión, desde la experiencia de seguimiento de Jesús.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 30 de agosto de 2011 Sigue leyendo

Vivir desde la oración, orando la vida

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La oración es una forma de relacionarnos con las personas y la naturaleza, para tratar de hacer presente a Dios en nuestras vidas, en la vida del mundo y en la vida de las demás personas, especialmente en las relaciones que encaminamos con unos y otros, así como lo que buscamos construir y desarrollar como propósitos.

Ese hacer presente a Dios significa, por tanto y entre otras cosas, hacerlo consciente. Hacernos conscientes, desde la oración y el discernimiento, de su presencia y aprender a visualizarlo, escucharlo, palparlo… Porque él es parte de nosotros y nunca “desaparece”, por más que nosotros decidamos o no “podamos” verlo, oírle o tocarlo. Él siempre esta presente, a pesar de sus “ausencias”. El asunto esta en cómo sabemos o aprendemos a hacernos conscientes de su presencia y las maneras cómo él se manifiesta, normalmente de forma muy sencilla.

Significa también la oración, aunque no únicamente, comunicación; vínculo que se establece. Capacidad de comunicación con él, quien es parte nuestra; porque somos su imagen y semejanza; sin embargo, muchas veces una serie de “ruidos”, falsas imágenes y diversas interferencias nos impiden relacionarnos adecuadamente. O nos puede pasar, como ocurre muchas veces entre dos ó más personas, que pueden relacionarse todos los días y no se logran comunicar, ya sea porque lo hacen tan mal o nunca encuentran puntos de encuentro real, como si fueran islas que se “observan” una a otra pero no coinciden nunca sus orillas.

La oración nos permite disposición para entrar en relación con alguien que nos inspira la vida toda. Alguien que sabemos “superior” (aunque siempre este curiosamente a nuestro servicio); alguien que esta muy por encima de todo y de cada uno, pero nos cuida, vela por uno (así como por el conjunto), como madre-padre que nunca renuncia a su hijo/a. No sólo me contempla, sino que quiere que crezca y logre lo mejor en el camino del bien, la verdad, la solidaridad. Por tanto, no sólo es comunicación sino factor de inspiración de vida, orientado indudablemente hacia el bien.

Pero esa disposición no sólo me llena gratuitamente de un camino de crecimiento sino que me descubre un ser libre y con ansias de libertad, de caminar bajo la “propia responsabilidad”, sin que nadie me tenga que decir “lo que tengo que hacer”. Y eso es muy bueno, muy significativo. Sólo que requiere de aprendizajes. No se nace libre, se aprende a serlo; y se realiza a lo largo de toda la vida, con avances y retrocesos, qué duda cabe. Allí quizás se da una diferenciación en lo similar que somos a Dios y al Padre, revelado en Jesús; cuestión que para los cristianos es vital, aunque podríamos decir para todo ser humano. Por ello, desde la experiencia de cada uno estamos llamados a hacer camino en lograr ser personas verdaderamente libres y hacedores del bien. Que también lo podríamos denominar como promover el “reinado de Dios” o el “volver a Dios”.

Sin embargo, lo que Dios Padre en última instancia nos revela, como profundidad de cada ser humano, reflejo de sí mismo, hechura de su propia sustancia, es la incondicionalidad de su amor, su amor como pauta de camino hacia el bien y abarcante del bien mismo; principio y final; sentido pleno de todo cuanto hay. La oración también nos permite descubrir ello y la manera de situarnos en la vida para hacer una experiencia que nos permita revelar de mejor manera dicho misterio. Sabiéndonos limitados y pecadores, como el propio Jesús nos lo repitió tantas veces.

He mencionado una serie de aspectos vinculados a la oración (forma de relacionarnos, nos hace más conscientes, comunicación, nos inspira, me descubre un ser libre, incondicionalidad de su amor) que para mí son claves de tomar en cuenta. No sólo para efectos de darle mayor significado a nuestro orar diario la vida que nos toca a cada uno vivir. Sino porque en ella debiera situarse el eje de ordenamiento de la vida toda, partiendo del espacio de la oración personal y remitiéndolo a los espacios de oración comunitaria que es desde donde debiéramos lograr darle centralidad a nuestra vida.

Para quienes participamos en CVX (Comunidades de Vida Cristiana), es bueno recordar que en el numeral 5 de nuestros Principios Generales se nos dice que “reconocemos la necesidad de la oración y del discernimiento –personal y comunitariamente-, del examen de conciencia diario y del acompañamiento espiritual como medios importantes para buscar y hallar a Dios en todas las cosas.” Casi podríamos decir que estamos invitados ha constituir en sacramento a todo cuanto nos rodea, a todo cuanto somos y estamos llamados a ser y hacer.

Es importante recuperar el sentido de la oración, en cuanto comunicación con Dios Padre, rodearnos de su espíritu (Espíritu Santo) y hacerlo en la confianza de su hijo Jesús, a quien conocimos y nos reveló de manera cercana lo que significaba (y significa en cada persona) hacer la voluntad de nuestro Padre universal, tanto individual como comunitariamente.

En tanto la oración sea esa comunicación integradora (y el conjunto de vínculos que supone); en tanto esa nuestra oración sea lo que nos ordene en la vida y nos haga caminar y encaminarnos, obraremos más fieles a lo que nos puede realizar como personas y como comunidad de todos y para todos. Con seguridad despertará en nosotros alegría y sobriedad.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 21 de febrero de 2011 Sigue leyendo

Orientaciones generales para la gestión de proyectos

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Se puede creer que la eficiencia de una gestión o la bondad en su ejecución tiene que ver con personas que reúnan capacidades profesionales para el buen desempeño de la misma y se estará en lo cierto siempre y cuando se tenga en cuenta una serie de condiciones de contexto institucional que debe acompañar dicho desempeño en cada organización que aspira a la misma, especialmente con un sentido de excelencia.

Si bien se requiere niveles de especialización entre dirección y administración de una organización (se diría entre lo político de una gestión y lo técnico de la misma), cada vez encontramos indesligable la relación que puede haber entre una y otra para hablar de posibilidad de éxito en una gestión.

Es decir, si queremos un buen desempeño directriz de una entidad, debe acompañarse de un componente técnico cabal de su desempeño; si queremos un buen ejercicio técnico de la gestión tiene que haber una voluntad política de acompañamiento que lo garantice. Pueden diferenciarse pero no es recomendable que cada una vaya por su cuenta, porque se hará menos ágil (la gestión) o pueden generarse falacias o sueños descentrados de la misión que debiera ocupar su labor, sin medir las reales capacidades (y todo puede convertirse en un continuo ensayo de labores).

Ahora sólo quiero referirme a cuatro cuestiones que debieran ayudar a engarzar mejor una gestión entre su componente político (de direccionalidad) y su desempeño técnico (en lo que se refiere a lo propiamente administrativo contable), poniendo énfasis al buen desempeño de esto último. Ellos son: existencia de una voluntad política adecuada de dirección institucional; formalización; transparencia; y hacer bien las cosas.

1. Existencia de una voluntad política adecuada de dirección institucional: El tema no solo viene a colación de tener claridad de objetivos, del “hacia dónde” se quiere enrumbar a la organización. Nos referimos de manera especial a que si, desde el más alto rango de una entidad, hasta el “último” de sus componentes no están “avisados” del importante rol que juegan para que haya un exitoso rendimiento y funcionamiento de la misma, cada quien tenderá a pensarse como compartimento estanco respecto a los demás, “cuidando” de no involucrarse con los demás, a riesgo de ver complicada su actividad (o percibirla así).

La comunicación en ello juega un factor de vínculo pero que puede ser frágil si no se ejerce un efectivo acompañamiento (horizontal y no jerárquico) de los distintos niveles de responsabilidad. Y, además, si se generan mecanismos diversos de incentivo y reconocimiento al buen desempeño y no sólo al hacer lo que ya se tiene que hacer (por razones de contrato).

2. Formalización: mientras más institucionalizada (y formalizada) una entidad, tendrá menos problemas para responder a distintos requerimientos del Estado y de la propia sociedad civil. Especialmente si se trata de rendir cuentas de lo que se realiza, especialmente en lo que se refiere al manejo de fondos (ya sean propios o de origen externo). Estamos casi acostumbrados a una vida que se mueve en diversos niveles de la informalidad, muchas veces no deseada pero cómplice y que raya con niveles de corrupción u otras expresiones afines (por ejemplo, ser detenido por la policía por pasarse una luz roja y recurrir a pagarle a éste una “propina” en vez de pagar la multa).

El tema es que toda formalización supone costos; requiere una cultura de trabajo donde mercado y leyes van de la mano; exige generar mayores responsabilidades sobre derechos y deberes para con terceros, como pagar impuestos; así, otros aspectos. Pero permitirá un desempeño más institucional en cuanto respeto a las reglas de juego; previsión sobre lo que puede esperarse de ella; mejor capacidad de respuesta para efectos de un manejo de fondos; entre otros.

3. Transparencia: tenerla, es un signo de honestidad en el desempeño organizativo, una forma de impedir la tentación corruptiva de distintas esferas de la sociedad que tienen predisposición a los arreglos “bajo la mesa”, a una gestión “por comisión”, a un completar el sueldo valiéndose de distintos medios como pueden ser “dietas”, “pagos extras”, “complementos” y otras tantas fórmulas que se pueden usar cuando se hacen uso de los mismos tiempos por los cuales uno ya recibe un sueldo de antemano y no se diferencian los espacios correspondientes.

Pero ahora nos referimos sobretodo a la transparencia sobre la que debe rendir honor toda organización en cuanto a procedimientos de funcionamiento; manejo de cuentas (origen y destino de los fondos); propósitos, actividades y resultados de las mismas, entre otros. En realidad, como una forma de “estar en sociedad” y de promover la responsabilidad social hacia los demás sectores y el Estado.

4. Hacer bien las cosas: Puede parecer obvio pero es lo menos practicado muchas veces. Se cree que hay que hacer algo bien como una excepcionalidad; como algo que podría estar sujeto a un merecimiento o reconocimiento. Sin embargo, ella debe ser la condición básica desde la cual se debiera operar, la filosofía de sentido común como uno debiera relacionarse con los otros y con todo lo demás.

Lo anterior, supone poner el mejor desempeño profesional sobre lo que uno sabe hacer y disposición para hacer lo que corresponda. Correspondería tener capacidad de discernimiento para obrar no sólo cosas buenas sino el mejor bien ante cada circunstancia. Facilitar la vida de todo lo que me rodea e intentar mejorar el entorno de la mejor manera. Pasando por cierto por aspectos elementales de cumplimiento de acuerdos, fechas, procedimiento, pagos y un largo etc., según el caso.

Guillermo Valera Moreno
Lima, 16 de agosto de 2011 Sigue leyendo