Para muchos la democracia del voto se pone en juego sólo cada cinco años. Después, el resto del tiempo, nos olvidamos o ponemos en hibernación nuestra condición ciudadana. Así también, tendemos a olvidarnos muchas veces de los pobres y la exclusión, muy vigente en nuestro medio, a pesar de que hemos crecido sostenidamente en la última década; hemos bajado 20 puntos de la pobreza en los últimos 10 años; y hemos pasado, en las cifras de organismos internacionales, a ser un país de “ingresos medios altos”.
Suele darse parecida situación con ciertos sectores “serios” del país que solo se acuerdan de los excluídos y de los más pobres cuando tienen que buscarse el favor de su voto en una elección, así tengan que pasar por hacer cierto ridículo o recurrir incluso a la payasada, tal como lo hizo notar bien nuestro premio Nobel Vargas Llosa (la política como entretenimiento que le dicen, porque de lo que se trata es de “vender” y “ganar”). Por eso, cuando surge alguien como Humala que nos recuerda a los pobres en su dimensión más intrincada, con sus varias aristas de frustración, invisibilidad, racismo, autoritarismo y tantas otras formas como se expresan y significan los excluídos, muy rápidamente se pasa a descalificar su liderazgo, antes que establecer una consideración explicativa más de fondo.
Por eso que, en el proceso electoral de éstos últimos meses, en buena medida no hemos tenido un debate de ideas hasta muy a las vísperas de la votación y hecho aún con severas limitaciones. Porque en el fondo, cada vez interesa menos lo que se propone (y menos, cumplir con lo propuesto como oferta electoral). De lo que se ha tratado en todo momento ha sido de ponerse a tono y captar el interés del gran público, escondiendo muchas veces las verdaderas credenciales. En ello se ha tenido mayor ventaja en tanto se pudo acceder al juego mediático de las grandes empresas de telecomunicación, pese a que no resulta ser necesariamente lo único que determina una votación.
En esa lógica, podría ser un autoengaño grave querer atribuirle credenciales sólo autoritarias a unos candidatos (Ollanta Humala y Keyko Fujimori) y querer pasar como demócratas sólo a una parte de ellos (Toledo, PPK y Castañeda). ¿Qué pasaría si los dos primeros pasaran a la segunda vuelta? Más allá de la metáfora predictiva de nuestro literato más destacado, ¿tendríamos que pensar que ha fracasado la democracia y que nada más se puede hacer? ¿No habría que detenerse a pensar (y obrar en consecuencia) sobre las causas más profundas que ello estaría manifestando?
En realidad, en el Perú estamos confrontados a una incipiente realidad democrática que vuelve a forjarse en los últimos diez años y cuya continuidad esta en juego; creemos que no tanto por quién salga necesariamente elegido. Sobretodo esta en juego en tanto la capacidad que tengamos de hacer avanzar y extender la institucionalidad del sistema democrático; en cuanto a continuar cohesionando un sistema de partidos, los poderes centrales del Estado (especialmente el Poder Judicial y el Congreso de la República), así como el rol que tiene que seguir teniendo (y creciendo) la sociedad civil, incluidos los medios de comunicación con sentido responsible.
Es cierto que nuestra democracia presidencialista deja mucho poder a quien sale de presidente y que los riesgos de lo que puede hacer de manera poco controlada siempre estará presente. Lo hemos vivido en varios presidentes que han asumido el gobierno (Alan G. estatizó la banca en su primer gobierno; Fujimori cerró el Congreso) y ha sido caldo de cultivo para que campee la corrupción con la “normal” complicidad de ciertos grupos de poder económico. Sin embargo, no es menos verdad que todo ello también constituye y ha sido parte de nuestros aprendizajes, de lo que se debe hacer y cómo. Y en esa tarea estamos como país.
Por tanto, los temores o sobresaltos que puede producir un determinado candidato o candidata, pienso que no debiera ser determinante en las opciones que podamos seguir al momento de votar. Por ejemplo, puede escandalizarme que cierta opción que me produce rechazo (en mi caso, especialmente Keyko Fujimori), que desearía no hubiera vuelto a tener opción en el país (en tanto movimiento “fujimorista”), porque dio lugar a una mafia montesinista que hizo mucho daño, etc, etc., sin embargo, tiene un caudal significativo de aceptación, de gente que fue cautivada por el clientelismo político de entonces (de su padre, Alberto F.) y que finalmente se identificó con el sentido de “roba pero hace obra” y lo valora así. Podemos estar muy en contra de esa opción y considerarla nociva para cualquier país. Sin embargo, si ganara legimamente las elecciones, tendríamos que aceptarlo; nos quedaría aguzar todo lo más posible los controles de todo tipo para que no nos volviese a invadir el “todo vale” y el sólo “baile del chino”.
Lo anterior tendríamos que saber decirlo de cada uno de los candidatos, cada uno con sus propios matices e intereses (más de uno, defensor de grandes intereses económicos). Porque ninguno es santo ni tiene credenciales democráticas a toda prueba. Tan es así que diciéndose muy democráticos, algunos candidatos no dejaron muy rápidamente de descalificar de anti-democrático al contrincante calificado de “antisistema”, cuando empezó a tener la posibilidad de ganar.
Quizás, porque en el caso de Humala (quien con seguridad llegará en primer lugar a la primera vuelta electoral), su organización política levanta planteamientos de cambio. Tanto en lo político (una nueva constitución política dentro de los cauces democráticos establecidos); como en el manejo de la economía (superar el modelo económico neo-liberal), atreviéndose a decir que no basta sólo las políticas sociales para solucionar los problemas de los más excluidos, sino que debemos ir a cambios más de fondo y potenciar nuestra economía y mercados internos, aunque siempre dentro de una economía de mercado y un manejo más consistente y proactivo del Estado.
Sea cual sea el voto que decidamos dar el domingo 10 de abril, no bastará hacerlo conscientemente. Habrá que hacerlo comprometido en ayudar a consolidar nuestro sistema democrático, sus instituciones, y aprendiendo a convivir entre diferentes, con pleno sentido de justicia y de equidad.
Guillermo Valera Moreno
8 de abril de 2011