Hay muchas cosas que se pueden apreciar en la labor de la Iglesia con relación a los laicos; son muy diversas las experiencias y algunas hasta se podrían apreciar como contradictorias. A continuación comparto algunas valoraciones hechas más desde mi experiencia con los Jesuitas, a quienes considero profundamente amigos y compañeros.
Desde Vaticano II, pienso que la relación (y su valoración) entre laicos y religiosos se ha ido haciendo más positiva en cuanto maneras de relacionarse más horizontales y cercanas. Sin embargo, tengo la impresión de que ello no basta o no ha sido suficiente, puesto que también se requiere ir a terrenos más estructurales de nuestra Iglesia, así como a los procesos de formación que se brinda a los nuevos sacerdotes.
Una cosa es cómo se tiene presente a los laicos y se les aproxima mejor; cómo se logra una relación más de compañeros, tanto en las obras de Iglesia como fuera de éstas. Pero en el mundo de hoy también se requiere formas y mecanismos para sentirse partícipe de las decisiones y derroteros que se busca como Iglesia y actuación en el mundo. Por ejemplo, convendría decir “en voz más alta” que son insostenibles estructuras organizativas tan medievales en nuestra Iglesia, donde muchas veces se tiende a ejercer la autoridad de forma feudal, cuestión que se reproduce en las parroquias, en las diversas jurisdicciones eclesiásticas (Vicariatos, Prelaturas, Diócesis, Arquidiócesis, etc.) y demás ámbitos de desempeño. Aunque con muchos matices, creo que la CJ no deja de ser ajena a ello.
Sin embargo, hay cuestiones que ayudan a valorar grandemente el espíritu de muchos religiosos en la Iglesia (jesuitas también ciertamente), tales como su carácter siempre abierto, amplio, flexible, sin renunciar a principios o cuestiones claves, pero sin encerrarse en los dogmas. Especialmente cuando nos forman en la creatividad y nos abren a nuevos caminos, impulsándonos a iniciativas interesantes, innovando compromisos con la vida de la gente y, especialmente, cuando nos motivan a nuevas maneras de ser y de pensar los retos actuales y de la nueva etapa histórica que está naciendo.
Sin dejarse llevar por la tentación del activismo y sin perder el sentido del compromiso. Ello suele dar mucha cercanía, apoyo y confianza entre religiosos y laicos. Ojala, también se acompañaran de mayores canales formales o institucionales, desde los cuales se pudiera llegar a acuerdos y líneas de acción común, agendas, procesos de formación, gestos públicos, etc.
De otro lado, si miramos actualmente la composición de muchas obras promovidas por congregaciones religiosas (también las obras jesuitas), se observa una buena presencia de laicos asumiendo responsabilidades en los diferentes sectores (especialmente, si nos aproximamos a obras de carácter social). No obstante, se puede apreciar una disociación entre un discurso positivo y que anima a fortalecer la colaboración y limitados canales de coordinación y falta de claridad en los modos cómo ésta se da.
Esta realidad nos sugiere una amplia experiencia práctica de colaboración, a la cual debiera agregarse un mayor trabajo planificado que permita construir con más claridad ésta relación (entre laicos y religiosos). Sobre todo en espacios de reflexión y búsqueda de una direccionalidad común y mejor compartida.
Guillermo Valera M.
13 de febrero 2010