Diálogo y reconocimiento

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Pensaba que lo sucedido en España, con la autoproclamada “independencia” de Cataluña, podía dar inicio a un proceso singular para el mundo. Aquel en el cual se decida revisar la historia de manera conjunta, entre España y Cataluña (en este caso), estableciendo y ubicando cuáles fueron los momentos críticos que alejaron a unos y otros; los hechos que generaron heridas que pueden parecer insalvables y que fueron convenciendo el razonamiento de una improbable convivencia dentro de un mismo país y la necesidad de separarse.

Debo decir que soy de los que piensan que no es necesario ni el mejor camino plantearse la independencia de ésta o de otras pequeñas repúblicas para aprender hoy a convivir en una misma área regional; no es necesario ya ser un Estado independiente, salvo que estuviera de por medio una flagrante opresión y causas históricas que justifiquen liberarse de una ocupación más bien de carácter imperial o equivalente. No es el caso, creo yo. Aunque a Madrid le correspondería pedir perdón a los Catalanes y a otras regiones por los desaciertos que se cometieron en varios momentos de su historia.

Cómo sería que se intentara iniciar otra forma de construir un Estado común desde la diversidad de experiencias que encierra España como otros tantos territorios europeos como el Estado de Francia, Alemania, Polonia, Inglaterra y qué decir del territorio de los Balcanes. ¿Es posible que podamos pedirnos perdón por las barbaridades que nos hemos hecho como civilización en tantos momentos de nuestra historia común? Tanto en Europa, Asia, América Latina o África. En todas partes del mundo. Con mayor razón, en el Oriente medio y las disputas de tinte aparentemente religioso que allí se dan y que tan directamente cuestionan la paz mundial y nuestro sentido de humanidad.

Para ello se requiere dialogar. Poner por delante un sentido razonable de tratar aquello que se considera insalvable y a veces poco factible de negociar. Echando rienda suelta a nuevas posibilidades de tratar nuestros problemas de maneras más creativas y solidarias. Creyendo que es posible concatenar acuerdos entre todas las partes. Eso, por ejemplo, lo podríamos trasladar a experiencias de nuestro propio país, con lo que viene sucediendo con la llamada reconstrucción de las zonas afectadas por el fenómeno del niño costero.

Varios meses que pasan y pareciera que nada se hace. ¿Falta de comunicación adecuada? Es muy probable. ¿Necesidad de mayor proactividad? Seguramente, buscando realizar iniciativas simultáneas y mejor dialogadas. ¿Estar más cerca de la gente y de los problemas? Sin duda, ya que las cosas no se pueden manejar sólo tecnocráticamente y desde Lima. Es indudable que saber concertar procesos y voluntades es una cuestión vital para todo y no se trata sólo de tener buenas ideas por más buenas que parezcan.

Es fundamental que aprendamos a establecer acuerdos desde el Estado con la sociedad civil que pueda corresponder, con las organizaciones representativas, las empresas y los diversos sectores que puedan estar implicados en los proyectos sobre los que se quiera tomar iniciativa o intervenir. Desde temas tan recurrentes como sobre qué invertir los fondos limitados de cada instancia del Estado, o la validación de políticas públicas centrales o neurálgicas a cada situación o región, ya fuera municipios, gobiernos regionales o entidades del gobierno central.

Si queremos construir Estados – país de modo consistente, tenemos que contar con todas las partes, su participación y decisión adecuada en las cosas que les compete. Ciertamente, de modo responsable, aunque aceptando que todos aprendemos de modo desigual y nos necesitamos. Que hay distintas idiosincrasias y maneras de ver las cosas que también deben tomarse en cuenta y respetarse. Limitando protagonismos personalistas y buscando reforzar instituciones.

Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 29 de octubre de 2017

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