Está claro que ninguna experiencia por más desarrollada que tenga en años o por más acabada que pudiera sentirse como propuesta, se puede considerar acabada. Más aún, si se considera que pretende seguir desarrollándose y creciendo. Es el caso de Fe y Alegría con sus casi 50 años y que nos invita a sentir en ella una fresca brisa del paso y esfuerzo de miles de personas que han apostado por ella en el Perú (y en América Latina y en otros continentes), así como las decenas de miles de otras tantas que se han visto beneficiadas por ella de modo directo o indirecto.
Donde su caminar ha sido hecho no sólo con la voluntad de querer sacar adelante un proyecto educativo significativo o apostar a una necesidad política de los sectores más débiles de nuestra sociedad. Todo ello ha existido y ha sido bueno, pero se ha dado dentro de las consideraciones de un deseo de amar lo que se hacía, de moldear con fe las esperanzas de los diversos pueblos que apostaron de modo conjunto al crecimiento de la experiencia y que, con ellos, sus hijos, sus amigos, sus padres de familia y toda la comunidad educativa específica que se involucraba en cada caso, supieron sacar adelante dicha labor, normalmente enraizada en una fe también religiosa pero integradora y convergente en las necesidades que se planteaban y la manera creativa que se daba lugar para hallar respuestas en cada caso, así quedaran algunas cosas sin resolver.
Donde normalmente se ha respetado la singularidad de los caminos de cada institución educativa en esa llamada autonomía funcional que se ha seguido, sin perder de vista la misión y los criterios de trabajo común vertebrados en un movimiento también llamado de educación popular, porque entre otras cosas desafiaba a la propia educación pre-existente en la apuesta de construir y hacer llegar “educación de calidad” a los sectores populares, en las zonas donde “termina el asfalto”, haciendo el bien pero “haciéndolo bien”, confrontándose con los temas de la replicabilidad de la experiencia, de cómo volcar sus bondades hacia otros y, también, hacia las llamadas políticas públicas.
Son muchas cosas las que nos puede sugerir la riqueza de una experiencia como la del movimiento educativo de Fe y Alegría. Susana Helfer, quien se ha hecho cargo de sistematizar su propuesta educativa, nos presentó buena parte de ese caminar en el llamado Conversatorio sobre “Educación pública de calidad: el caminar de Fe y Alegría”, realizado el pasado 3 de setiembre en la Universidad del Pacífico. Fue un momento propicio para intercambiar una serie de puntos necesarios de profundizar y que es importante ir identificándolos para su mejor procesamiento.
Empezando por los elementos que tienen que ver directamente con la propuesta educativa propiamente dicha, la misma que se identificó en razón de cuatro grandes componentes:
(1) Identidad; (2) Gestión; (3) Propuesta pedagógica; y (4) Compromiso de sus actores.
No había un afán de querer abarcar todo de todo, aunque sí una imagen muy totalizadora de la unidad de sus diversos elementos y la comprensión en esa trama compleja que significa hacer educación pública con las limitaciones de un Estado, en muchas ocasiones con escasez de recursos o por sus limitadas ideas o capacidad de encaminar un proyecto educativo como parte de una propuesta de desarrollo más amplia para el país o la realidad más específica de cada región.
Es ese tinglado especial lo que hace a la propuesta educativa de Fe y Alegría, lo que le da vida, compromiso, continuidad, esperanza, deseos de crecer y expandirse; lo que le da logros y capacidad de desarrollarse como parte del desarrollo de cada pueblo con el que se ha ido insertando. No el pueblo en abstracto sino los pueblos concretos de cada localidad en las que ha crecido cada uno de las ocho decenas de instituciones educativas (y más con las redes rurales) que se han encaminado. Tejidas en esa identidad envuelta en marcos ideológicos, de valores y de aspectos prácticos para la vida del trabajo y emprendimiento. Donde se apuesta a un buen currículo, al crecimiento de las personas, así como a todo lo que nos dignifica. Partiendo de las necesidades concretas y desarrolladas con mística y compromiso de sus actores, formando a los profesores con el perfil que Fe y Alegría requiere, dentro de un clima de confianza y de relaciones humanas acordes, sustentado en una organización sustentada en la planificación y liderazgo participativo en todos sus niveles de labor.
Atendiendo la gestión con compromisos diversos y complementarios. Porque la “creación de una escuela es producto de la suma de intereses, voluntades y esfuerzos de muchos”. Tanto la comunidad local, el Estado y la oficina central de Fe y Alegría, se dan lugar para converger en la constitución de un colegio específico. Descansando su gestión en un equipo directivo; con diversos acompañamientos mutuamente aceptados, con unidad en la misión pero respetando la singularidad de cada proceso (la llamada autonomía funcional). Donde se pone mucha atención y tiempo a necesidades de profesores, alumnos, familias y público en general.
Entendiendo la propuesta pedagógica como un sano trabajo en equipo, dentro de comunidades de aprendizaje; formación, asesoría y acompañamiento permanente; con apuestas por currículos que atienden capacidades y competencias y en los cuales se integra conocimientos y actitudes. Con mucho esfuerzo de programación y altas expectativas puestas en los estudiantes. Donde los profesores de alguna manera son la columna vertebral de todo ello.
Lo cual no puede entenderse sin los actores diversos que convergen, incluyendo a estudiantes, padres de familia, personal administrativo, población local (además de otros ya mencionados), en sus diversos roles. Que creen, confían y se comprometen. Con mucha vocación e involucramiento voluntario. Apostando por la educación como vehículo de desarrollo sostenible y de servicio.
Sin dejar de señalarse elementos críticos explícitos (o desafíos) como el cuidado de la identidad, el cómo se toma en cuenta mejor a las regiones. Lo relativo a redes y su fortalecimiento, así como su mayor comunicación entre niveles diversos. El cultivo de la relación con el Estado de modo más empático y de mutuo aprendizaje. El vencer inercias en los aspectos pedagógicos. Una mayor atención a la educación rural (y a la educación bilingüe por supuesto). Un involucramiento más creativo de los actores en el tiempo. Cómo se aprende de dichas experiencias para sacarles mejor provecho. Se podría decir también, cómo recreamos la experiencia de Fe y Alegría después de 50 años, qué habría que dejar o apuntalar mejor; con los medios de comunicación y la revolución tecnológica del internet que nos plantea como cambios; es el aula el centro de la vida educativa del alumno… En fin hay muchas cosas y preguntas por seguir profundizando.
Todo lo cual nos devuelve a la hermosa apuesta que sigue siendo Fe y Alegría, por los niños y niñas, por la suma de voluntades puesta en juego, por ese sentido de compromiso y esperanza, por esa apuesta por un país más grande de corazón que late y en constante movimiento.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 15 de septiembre de 2015