Son muchas las cosas que no nos hacen detener en nuestra vida, normalmente agitada por la diversidad de actividades en las que estamos involucrados, porque nos gusta tener los tiempos a tope, sentirnos que hacemos muchas cosas, quizás nos hacemos más importantes sabiendo que estamos activos, en fin… Nos resulta difícil detenernos para hacer otras cosas que no sean ya la rutina adquirida; cambiar de planes puede ser muy complicado, incluso para proponerse compartir temas de formación, la presentación de un libro o departir con un amigo/a de modo más gratuito, “perdiendo” nuestro tiempo.
Sin embargo, qué gratificante es el sentirnos libres para obrar lo que nos puede corresponder hacer. Dedicando tiempos a lo que puede ser aparentemente banal, como estar en casa con los hijos, proponiéndose ayudarlos en alguna tarea, conversar sobre algún tema o detalle que les pueda atraer u ocurrírseles. Tener el gesto de lavar los platos de la cena o salir a comprar alguna cosa que alguien se olvidó y puede necesitarse. No siempre nos provoca una sonrisa el hacerlo y podemos renegar un tanto, pero qué grato que se pueda hacer. Dejar lo propio y darle tiempo a otras cosas.
Diría también el ir a la misa dominical. A pesar que sabemos que el cura que hace la Eucaristía a esa hora es aburrido o habla con ideas distintas a las mías. Lo importante es encontrarse en Iglesia y saber dar gracias a Dios por todo lo que nos da, por todo lo que uno recibe; saber agradecer por tanto bien que recibimos sin darnos cuenta. Y por el hecho de sentirnos parte de los demás, con nuestras limitaciones y defectos. Como nos quiere gratuitamente nuestro Padre grande, Dios.
Conforme uno desarrolla (y pasan los años), se da cuenta que hay muchas cosas que se hacen o se asumen no porque simplemente “me gusten” o sean de mi “mayor agrado”. Las vamos haciendo porque creemos que es algo bueno o colaboran a algo bueno. Contribuyen a un propósito mayor a mi propio interés, muchas veces, limitados o mezquinos. Vamos aprendiendo que al relacionarnos tenemos que saber depone r algunos propios intereses para llegar a acuerdos comunes con otros; de lo contrario corremos el riesgo de quedarnos bastante solos con nuestras “buenas ideas”.
Es importante aprender a detenerse en la vida. No solamente porque la vorágine de cosas en la que nos podemos ver envueltos nos pueden llevar cual corcho flotante sin un rumbo deseado, sin hacerme yo mismo “señor de mi propia vida”. También porque necesitamos reflexionar sobre lo que hacemos para saber cómo vamos, si estamos obrando bien o de qué manera. Para saber saborear las propias experiencias que vamos teniendo, preguntándonos también si son de Dios o hacia qué nos conducen, por más agradables que parezcan.
Detenernos, por ejemplo, en darnos un momento diario para orar sobre nuestra vida, lo que nos transcurre, lo que queremos hacer. Saber comunicarnos con nuestro Padre grande, Dios, y conversar sobre lo que él quiere de nosotros. Puede parecer algo pasado de moda, pero es algo que uno encuentra muy marcado en la vida de Jesús. Él se comunicaba constantemente con su Padre y conversaban de modo muy cercano, intenso, afectivo, querido. Como quien lo hace con otra persona en la que confía profundamente. Lo cual es una clave de la importancia de saber detenernos en nuestra vida para reflexionar, orar, discernir, conversar espiritualmente.
A ello puede y debe ayudar un espacio como la comunidad. A saber comunicarnos con nuestro Padre grande, sabiéndolo hacer también de modo comunitario. Alentándonos a saber darnos esa pausa, a no caer en un activismo que asfixia otras dimensiones de nuestra vida; a saber detenernos para preguntarnos personal y comunitariamente ¿cómo voy? Normalmente en comunidades cristianas ello se conoce como la “revisión de vida”, la cual es un medio de acompañamiento comunitario, tan necesario de tomar en cuenta de modo periódico, como modo de objetivar mi propio caminar.
Pero también es importante saber detenernos para saber escuchar. Saber escuchar al otro adecuadamente, lo que nos dice, lo que nos quiere comunicar. No solamente oírle sino escucharle. Porque ello también es clave para dialogar, algo tan elemental en las relaciones humanas (pero que poco practicamos). Al punto que el Papa Francisco nos lo insiste en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: debemos saber y dar ejemplo de dialogar, dialogar, dialogar. Tanto así como saber discernir, discernir y discernir.
Por eso es importante saber detenernos recurrentemente en nuestra agitada vida, hacer oración y dejarnos ayudar de la comunidad en la que participamos. Como ven, puede ser bueno orar y aprender a vivir la fe en comunidad. Hagamos pedagogía de ello, empezando con el propio ejemplo.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 30 de junio de 2014
Muy buen comentario, FELICITACIONES