La última carta del Papa Francisco a la VII Cumbre de las Américas (reunión de presidentes de todo el continente), realizada en Panamá, nos vuelve a recordar temas vitales como “la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, (lo cual suele ser y) es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos”. Un tema así lleva al Papa a volvernos a preguntar sobre el “gran reto de nuestro mundo (el cual) es la globalización de la solidaridad y la fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia”.
Un tema tan delicado no se queda en un saludo formal; supone exigencia de lograr “una distribución equitativa de la riqueza”. Porque no basta, y hace rato se ha demostrado falaz e insuficiente, la “teoría del “goteo” o “derrame” (cf. Evangelii gaudium 54)”. Porque “no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos”.
También aborda lo relativo a los migrantes y las poblaciones indígenas, situándolo en el modo como lo vivimos en nuestro continente, señalando que “Sin una auténtica defensa de estas personas contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad”.
En realidad, nos vuelve a recordar y “al más alto nivel” cuestiones que tienen que centrar el sentido de nuestra práctica cristiana, sea católica, “evangélica” y de otras vertientes tan presentes en nuestro continente, en sus diversos países. Es muy importante que temas como el mencionado no sólo tiendan a diluirse entre otra serie de aspectos que logran mayor impacto periodístico, como ha sido el avance muy importante que se ha dado para el restablecimiento de las relaciones de EE.UU. y Cuba.
De hecho, no son temas que se puedan resolver en una “Cumbre”; no es suficiente la buena voluntad y consenso que aún hay que construir al respecto; hay un tema de confluencia de intereses y de cómo se mueve la rueda del dinero y los negocios a nivel mundial, incluyendo tráfico de armas, narcotráfico y una serie de submundos de negocios negros existentes. ¿Es posible pensar en otro tipo de sistema económico que no se guíe por la maximización de la ganancia para unos pocos? ¿Es posible un sistema que incluya a todos y todas en su realización como personas, como un asunto “no negociable”?
¿Es posible vincular lo que cada uno hace en su vida cotidiana con dichas aspiraciones? Ya que garantizarlo no es sólo responsabilidad de nuestros gobernantes, aunque también hay que exigírselos y colaborar a un proyecto o proyectos políticos que respeten esos propósitos. Ojala ello no fuera un tema que distinga a izquierdas de derechas. Pero, ¿cómo establecer acuerdos comunes a dichos propósitos que no se queden como simple saludo a la bandera? En todos está la posibilidad de ayudar a pensar y vivir solidariamente a dicho propósito.
De alguna forma, es una manera fiel de plantearse con radicalidad el seguimiento de Jesús y de vivir al modo de Jesús. Lo cual cruza transversalmente a toda la sociedad y a todas las personas. Porque a todos nos demanda un sentido de responsabilidad en hacer un mundo mejor para todos, donde todos podamos vivir con esperanza y alegría.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena, 12 de abril de 2015