Javier Diez Canseco: a mi izquierda y en mi recuerdo

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Va a continuación un artículo que me envió mi amiga Eleana Llosa, con el cual me siento bastante identificado. Javier D.C. nos deja un legado que se se sabrá continuar, que saberemos dar continuidad… Va el artículo de Eleana, gracias por ello.

Cuando se supo que Javier Diez Canseco estaba enfermo, que estaba enfermo de verdad y que seguramente no se recuperaría, no pude dejar de pensar en que algo tenía él que ver conmigo. No es que haya sido verdaderamente su seguidora, ni que estuviera en todo de acuerdo con él, ni que me gustara del todo su estilo, su forma de mantener presentes un montón de cosas que sabemos que suceden, que son, esa sensación de que “hay, hermanos, mucho que hacer”.

Pero fui pensando en algunas cosas con cierta claridad. Por ejemplo, que en las últimas elecciones me di cuenta de que era indispensable que él salga elegido congresista porque era el único que representaba –con seriedad‒ esa posición de izquierda fuerte, segura, derecha, una izquierda que sigo sintiendo cercana, que entra en conflicto con las tantas comodidades que brinda eso que ahora solemos autodenominarnos: liberal de izquierda.

La cosa es que en el periodo político anterior Diez Canseco no estuvo en el congreso y realmente fue una vergüenza y un desastre que no hubiera alguien firme y confiable de izquierda. Y decidí entonces votar por él (aunque al final me di cuenta de que iba a salir elegido de todas maneras y opté por dar mi preferencial a algunos que están en la segunda fila, tras él).

Y ahora, en las últimas semanas, estuve pensando mucho en la importancia del político Diez Canseco. Su presencia en mi vida y en la del Perú. Intuitivamente, el año 78 voté por él para la Asamblea Constituyente. Se había formado la UDP y parecía razonable. De Vanguardia Revolucionaria sabía también, pero todavía no me interesaban mucho esas cosas. Era mi segundo año en la universidad y ya distinguía entre prosoviéticos, prochinos, troskistas y la famosa llamada nueva izquierda. Voté por él, creo, porque ahora me pregunto si hubo entonces voto preferencial.

Claro, las izquierdas de entonces y las de ahora son muy diferentes. Entonces eran todas revolucionarias, si descontamos a las que llamábamos reformistas y dejábamos de lado. Todas tenían un fusil en alguna parte de sus banderolas y de sus ideales. Ahora hay las radicales, las conservadoras, las caviares… aunque parece no haber ya un ideal político, un sueño realizable. Las revoluciones reales nos jugaron muy malas pasadas.

Pero sin duda el compañero Diez Canseco se mantuvo bien plantado en la estrecha línea que se trazó, creo que desde sus inicios políticos, y que al final le concedió una especie de justicia poética por la estupidez de los congresistas que pensaron que lo abofeteaban al suspenderlo de su cargo. Hasta el final, pues, queriendo apartarlo, invalidarlo, esos que pasan por la política ganándose cositas. Y así, se podría decir que Diez Canseco consiguió su forma de vencer, su propia forma de llegar “hasta la victoria, siempre”.

Con todo esto en mente me propuse participar, estar presente en los homenajes tras su muerte. Fui el domingo, al anochecer a su velorio en el Parque Universitario. Caminé como hacía treinta años atrás por La Colmena ‒de ida y de vuelta‒ pensando en cómo todo ha cambiado algo, pero ni tanto. Hice la larga cola de serpentín, sorprendida de no ver casi ninguna de esas figuras que durante años he sabido siempre que iba a encontrar en las marchas y mítines de la gelatinosa izquierda. Pero encontré algunas de nuevos conocidos y me alegré de esto así como me apené de las ausencias. También lamenté no haber llevado algo: una flor, un afiche, un libro, algo para que acompañara el cuerpo de quien ya no es, su soledad eterna. Algo que dejar a mi paso cerca del ataúd, solo cerca porque no me gusta mirar a los que ya no son. Así que seguí de frente, salí de la casona de San Marcos y me esfumé otra vez por La Comena.

Luego, el martes, me hice tiempo para ir al homenaje. Y acompañé pues al cuerpo sin vida, a lo que es ahora la huella, la idea, el recuerdo de Javier Diez Canseco. Hice todo el recorrido con las masas. Nuevamente no llevé nada, pero se me apareció un globo rojo y con él caminé a lo largo de la avenida Abancay, en el homenaje oficial en la plaza Bolívar, en el regreso por la misma avenida hasta La Colmena, en el homenaje combativo en la CGTP y, finalmente, en el último trayecto por Alfonso Ugarte para el homenaje partidario frente al Partido Socialista. El último partido de Diez Canseco, luego de Vanguardia, luego de las experiencias de la UDP, el PUM y seguramente otras que yo ya no supe.

Había previsto encontrar multitudes. Más bien deseado. Pero no: ¿dos mil, tres mil personas? El grupo grande era el de su partido. Pero, claro, no es un partido de masas. Más bien de jóvenes estudiantes entusiastas y algunos mayores con la pinta de los antiguos dirigentes sindicales o de los viejos comisarios partidarios. En conjunto, militantes no pitucos, tampoco demasiado populares, de esa clase media urbana basante definida: mestiza, con ciertos medios, con ideas democráticas, supongo. Además, había varios otros grupos de izquierda de otros jóvenes entusiastas, cuya diferencia principal parece ser el color de sus banderas: verdes, celestes, moradas y rojas. También algunos pocos sindicatos, organizaciones de discapacitados, de los que tienen opciones sexuales afirmándose, curiosamente una gran banderola de la universidad Villarreal con la foto de Diez Canseco. Y varias gentes como yo, sueltas, despistadas. Entre todos, uno que otro de esos que siguen siendo izquierdistas de cara conocida. Todos coreando las ya trasnochadas consignas, cantando la Internacional. No sé hasta qué punto repetía yo todo como a veces cuando tengo que ir a alguna misa y sorprendo mi voz cantando las viejas canciones del colegio.

Pero no puedo dudar de que me siento más cerca de esas consignas y esas canciones que de las oraciones, crucifijos y buenas intenciones que normalmente rodean los ritos de muerte. La muerte es el fin. Y, me gusta la consigna: “Compañero Javier Diez Canseco ¡Presente!” porque afirma que cuando una persona muere queda en lo que recordamos de ella, en lo que hizo, en lo que era.

Y por eso, quizá, pensé en que mucha gente, masas, iban a estar ahí. Pero somos parcos los peruanos. Olvidamos. No nos dejamos conmover por nada. Y cuando en un arrebato mostramos un poco más de emociones que las corrientes, nos avergonzamos y buscamos justificaciones y hasta nos arrepentimos o nos burlamos casi sin darnos cuenta.

Antes de que esto me sucediera, decidí pues escribir esto y enviarlo a los amigos, los de otros tiempos y los de ahora. Todavía tenemos (creo que todos) un poco de corazón de izquierda y de ganas de un Perú con más justicia, más igualdad, menos criollada.

eleana llosa, mayo 2013

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