Aunque puede haber pocas cosas que dan lugar a sorpresa desde el Vaticano, las suele haber. A veces para mencionar una nueva encíclica o viajes del Papa; algunas para señalar situaciones incómodas de juegos de poder (los asuntos bancarios rondan muchos de éstos casos) o errores y temas más espinosos que se convierten en escándalo (como los casos denunciados de pedofilia).
Gestos mayores suelen venir de modo más incierto. Quizás el más recordado en el último siglo fue cuando el Papa Juan XXIII tomó la iniciativa de realizar el Concilio Vaticano II, ante el escepticismo de muchos cardenales y la expectativa de otros tantos. Fue realmente una decisión histórica, acorde a los tiempos que se vivían y un intento serio de poner a tono y actualidad a nuestra Iglesia Católica. No discutimos acá lo que se avanzó o dejó de hacerse después de 50 años. Lo cierto es que se dejó huella, se marcó camino, se quiso vislumbrar horizonte y sentido de los signos de los tiempos.
Hoy, dos días antes de iniciarse la Cuaresma, marcando la intensidad del inicio de la semana, se nos sorprendió con la renuncia del Papa a su cargo, cuestión que creíamos irrenunciable, quizás como varias cosas que en la Iglesia aparecen con carácter de inmutable (e incluso dogma) y nos damos cuenta que son cosas que se pueden cambiar. Que así como esta hoy establecido que un Papa es elegido de por vida al cargo, ello no tiene por qué ser necesariamente así y podría variarse incluso a una elección más periódica, regulada e incluso participativa (de los fieles laicos, por ejemplo).
Benedicto XVI nos ha señalado que, con su renuncia, quiere ante todo el bien de la Iglesia. Sabiéndose con menos fuerzas para conducirla y la de poder ser un verdadero gestor y pastor. Por tanto, nos marca un sentido muy significativo y podría también interpretarse –ojala- como un hito que desarrolle cambios en otros aspectos.
Primero, por el hecho de saber delimitar el propio cauce y medir las propias fuerzas, poniendo por delante el bien de la responsabilidad que se ejerce, más aún, si se trata de un nivel tan importante o trascendente. Por tanto, saber y poder decir “hasta aquí” y doy lugar a otro/a.
Lo segundo es que nos plantea que la gestión de la Iglesia no puede seguir arrastrando ese concepto monárquico del ejercicio del cargo (de por vida). Que las cosas se pueden gestionar de otro modo, con otros plazos y conceptos. Por tanto, que un concepto como la renuncia al cargo puede ser válida. No sólo para un caso de excesiva edad sino como norma regular que pudiera considerarse de renovación en los cargos; no sólo a nivel papal sino en los diversos niveles que pudiera corresponder. Por ejemplo, ¿por qué los obispos y cardenales son electos de por vida? ¿No sería mejor que tuvieran una durabilidad, por decir de 10 años, quizás renovable?
Lo tercero está en que nos da luz para considerar que muchos temas considerados inmutables (o incluso algunos considerados como dogmas), por el bien de la Iglesia, podrían cambiar y reconsiderarse a una mirada más actual, más profética, más de Jesús. Comenzando por recordar que la Iglesia la formamos todos los fieles y no lo es sólo la jerarquía o los templos. Siguiendo por el hecho, varias veces venido a colación, de la participación de la mujer en el sacerdocio o los cargos de responsabilidad de la jerarquía. Continuando por el rol de los laicos y el modo de ser iglesia de Jesús, desde experiencias de comunidad, sensible a los problemas de la gente, compasiva, cercana a los jóvenes y a todos los seres humanos, capaz de dialogar con el diferente y aprender de ellos y respetar lo propio de cada cual. El propio tema del celibato y la manera de ser pastores en nuestra Iglesia.
Lo cuarto es que nos desafía a todos en la Iglesia a asumir cada quien la responsabilidad que le corresponde, anteponiendo el diálogo y la unidad, dejando siempre que sople el buen Espíritu. Sabiendo situar el vínculo de fe y vida desde lo que somos y hacemos, llamados a intentar vivir como Jesús, confiando en él, construyendo con él. Para el caso de los Jesuitas, el Padre General (Adolfo Nicolás) recordaba el encargo recibido de “alcanzar aquellos lugares físicos y espirituales a los que otros no llegan”. ¿Cuáles son las fronteras, exigencias y gratitud desde las cuales nos toca vivir nuestro propio seguimiento de Jesús? Cada cual, personal y comunitariamente, a qué le toca responder.
Puede parecer extraño, pero de un hecho -a la vez- tan poco casual e inusual, podemos situar muchas pistas que, ojalá, con la elección del nuevo Papa, se marque un derrotero de lo que Benedicto XVI nos deja sugerido o en la libertad de interpretar. Que sople el Espíritu.
Guillermo Valera Moreno
Magdalena del Mar, 23 de febrero de 2013