La oración es una forma de relacionarnos con las personas y la naturaleza, para tratar de hacer presente a Dios en nuestras vidas, en la vida del mundo y en la vida de las demás personas, especialmente en las relaciones que encaminamos con unos y otros, así como lo que buscamos construir y desarrollar como propósitos.
Ese hacer presente a Dios significa, por tanto y entre otras cosas, hacerlo consciente. Hacernos conscientes, desde la oración y el discernimiento, de su presencia y aprender a visualizarlo, escucharlo, palparlo… Porque él es parte de nosotros y nunca “desaparece”, por más que nosotros decidamos o no “podamos” verlo, oírle o tocarlo. Él siempre esta presente, a pesar de sus “ausencias”. El asunto esta en cómo sabemos o aprendemos a hacernos conscientes de su presencia y las maneras cómo él se manifiesta, normalmente de forma muy sencilla.
Significa también la oración, aunque no únicamente, comunicación; vínculo que se establece. Capacidad de comunicación con él, quien es parte nuestra; porque somos su imagen y semejanza; sin embargo, muchas veces una serie de “ruidos”, falsas imágenes y diversas interferencias nos impiden relacionarnos adecuadamente. O nos puede pasar, como ocurre muchas veces entre dos ó más personas, que pueden relacionarse todos los días y no se logran comunicar, ya sea porque lo hacen tan mal o nunca encuentran puntos de encuentro real, como si fueran islas que se “observan” una a otra pero no coinciden nunca sus orillas.
La oración nos permite disposición para entrar en relación con alguien que nos inspira la vida toda. Alguien que sabemos “superior” (aunque siempre este curiosamente a nuestro servicio); alguien que esta muy por encima de todo y de cada uno, pero nos cuida, vela por uno (así como por el conjunto), como madre-padre que nunca renuncia a su hijo/a. No sólo me contempla, sino que quiere que crezca y logre lo mejor en el camino del bien, la verdad, la solidaridad. Por tanto, no sólo es comunicación sino factor de inspiración de vida, orientado indudablemente hacia el bien.
Pero esa disposición no sólo me llena gratuitamente de un camino de crecimiento sino que me descubre un ser libre y con ansias de libertad, de caminar bajo la “propia responsabilidad”, sin que nadie me tenga que decir “lo que tengo que hacer”. Y eso es muy bueno, muy significativo. Sólo que requiere de aprendizajes. No se nace libre, se aprende a serlo; y se realiza a lo largo de toda la vida, con avances y retrocesos, qué duda cabe. Allí quizás se da una diferenciación en lo similar que somos a Dios y al Padre, revelado en Jesús; cuestión que para los cristianos es vital, aunque podríamos decir para todo ser humano. Por ello, desde la experiencia de cada uno estamos llamados a hacer camino en lograr ser personas verdaderamente libres y hacedores del bien. Que también lo podríamos denominar como promover el “reinado de Dios” o el “volver a Dios”.
Sin embargo, lo que Dios Padre en última instancia nos revela, como profundidad de cada ser humano, reflejo de sí mismo, hechura de su propia sustancia, es la incondicionalidad de su amor, su amor como pauta de camino hacia el bien y abarcante del bien mismo; principio y final; sentido pleno de todo cuanto hay. La oración también nos permite descubrir ello y la manera de situarnos en la vida para hacer una experiencia que nos permita revelar de mejor manera dicho misterio. Sabiéndonos limitados y pecadores, como el propio Jesús nos lo repitió tantas veces.
He mencionado una serie de aspectos vinculados a la oración (forma de relacionarnos, nos hace más conscientes, comunicación, nos inspira, me descubre un ser libre, incondicionalidad de su amor) que para mí son claves de tomar en cuenta. No sólo para efectos de darle mayor significado a nuestro orar diario la vida que nos toca a cada uno vivir. Sino porque en ella debiera situarse el eje de ordenamiento de la vida toda, partiendo del espacio de la oración personal y remitiéndolo a los espacios de oración comunitaria que es desde donde debiéramos lograr darle centralidad a nuestra vida.
Para quienes participamos en CVX (Comunidades de Vida Cristiana), es bueno recordar que en el numeral 5 de nuestros Principios Generales se nos dice que “reconocemos la necesidad de la oración y del discernimiento –personal y comunitariamente-, del examen de conciencia diario y del acompañamiento espiritual como medios importantes para buscar y hallar a Dios en todas las cosas.” Casi podríamos decir que estamos invitados ha constituir en sacramento a todo cuanto nos rodea, a todo cuanto somos y estamos llamados a ser y hacer.
Es importante recuperar el sentido de la oración, en cuanto comunicación con Dios Padre, rodearnos de su espíritu (Espíritu Santo) y hacerlo en la confianza de su hijo Jesús, a quien conocimos y nos reveló de manera cercana lo que significaba (y significa en cada persona) hacer la voluntad de nuestro Padre universal, tanto individual como comunitariamente.
En tanto la oración sea esa comunicación integradora (y el conjunto de vínculos que supone); en tanto esa nuestra oración sea lo que nos ordene en la vida y nos haga caminar y encaminarnos, obraremos más fieles a lo que nos puede realizar como personas y como comunidad de todos y para todos. Con seguridad despertará en nosotros alegría y sobriedad.
Guillermo Valera Moreno
Lima, 21 de febrero de 2011