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Columna en El Comercio: “La otra oportunidad mundialista”

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Esta columna fue publicada originalmente en la web de El Comercio 

Que el fútbol es una ventana privilegiada para observar los procesos de cambio de una sociedad es un axioma cada día más aceptado. Esto a pesar de que algunos con nostalgia setentera continúan pensando que este deporte es el opio del pueblo o el creador de una “falsa conciencia” que nos hace olvidar nuestros problemas cotidianos. Todo lo contrario, nuestra participación en el Mundial Rusia 2018 muestra que vivimos un momento excepcional de cambio cultural que es necesario consolidar. También los desafíos que debemos superar. En general, la cultura de un pueblo está constituida por un conjunto heterogéneo de contenidos transmitidos por las instituciones educativas, de costumbres que provienen del pasado y que se reproducen de generación en generación, y de creencias de sentido común nacidas de las experiencias de la vida cotidiana. Por lo tanto, es una arena donde coexisten contenidos diversos, algunos modernos y otros retardatarios.

Precisamente, como señaló Alexander Huerta-Mercado, en esta misma página, el fútbol y el Mundial nos han hecho vernos como sociedad frente a un espejo. Una acuarela de lo que es el Perú hoy en día. Un inédito y fuerte sentimiento de identidad nacional, un entrañable espíritu comunitario y celebratorio, pero también machismo, ignorancia y vulgaridad con la que algunos compatriotas creyéndose “vivos” maltrataron a mujeres rusas en las redes sociales. Lo mejor y lo peor de nosotros. Frente a esta amalgama, es el momento de actuar y consolidar los elementos positivos del cambio cultural, dejando de lado aquellas taras que nos retrasan y avergüenzan. Una cruzada que debe involucrar al Estado, especialmente el Ministerio de Educación, al sector privado, a la clase política (háganse una, por favor) y al conjunto de la ciudadanía.

La oportunidad no puede ser más propicia. A pocos años del bicentenario de la república, es alentador que el sentimiento de identidad nacional que nos hermana esté mutando de significados que provienen de experiencias históricas de derrota o frustración a otros de triunfo y orgullo nacional. Una selección nacional modesta y luchadora, que confía en sus propios recursos para competir en igualdad de condiciones frente a cualquier rival, transmite confianza y autoestima, especialmente a las nuevas generaciones que no cargan la mochila del derrotismo, del casi ganamos, y del grito plegaria del “sí se puede”. Nuevas generaciones que sin complejos ni envidias agradecen a quienes se sacrifican por nosotros y que nos representan limpia y heroicamente. Tenemos la posibilidad, entonces, de acabar con ese triste dicho de que “el enemigo de un peruano es otro peruano”. También dejar atrás el mito con el que hemos sido educados las generaciones mayores que dice que fue el mismísimo Hitler quien nos robó e impidió ser campeones del mundo en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Un mito que inaugura una larga etapa de buscar culpables de nuestras propios fracasos y limitaciones.

Hoy contamos, además, con un recurso importante para el cambio cultural. Una sociedad movilizada por los logros de la selección nacional, que es capaz de enviar a cerca de 40.000 personas al otro lado del mundo, y dar muestras entusiastas de su identidad patriótica. Sin duda, un Perú más cosmopolita e integrado al mundo, y donde la diáspora de migrantes peruanos que residen en Europa y América han encontrado un espacio para ser actores de la peruanidad más allá de las remesas que envían a sus familias regularmente. Necesitamos, entonces, poner en la agenda pública la necesidad de desarrollar una cruzada de educación ciudadana que consolide en nuestras escuelas y centros de enseñanza los valores y las actitudes cívicas y democráticas que han surgido en las últimas semanas. Presidente Vizcarra, primer ministro Villanueva, el balón está a su disposición.