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Columna en El Comercio: “La danza de las emociones”

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Columna publicada en el diario el Comercio el 3 de setiembre de 2017. Foto: Reuters

Aldo Panfichi

Un día después del angustioso triunfo de la selección peruana, el entusiasmo de muchos aficionados ha renacido, y el sueño de asistir al próximo Mundial aparece ahora como una posibilidad heroica. Las tribunas murmullan. Gracias, Gareca, por sacar a los fantásticos aburguesados y poner a los jóvenes. Gracias, Santa Rosita de Lima, por desviar el remate del jugador boliviano en el último segundo del partido. Gracias, Foquita, porque finalmente te portaste bien y pudiste jugar como antes.

No faltan, sin embargo, los pesimistas o realistas que se niegan a creer en el milagro ya que, según ellos, ganamos de suerte, los próximos rivales son superiores, y vaticinan que en el próximo partido con Ecuador, el sueño terminará en pesadilla. Para qué ilusionarse, no hay que sufrir. Seremos eliminados una vez más, como ha ocurrido en los últimos 35 años, ya que la última vez que el Perú asistió a una Copa Mundial fue en 1982.

¿Qué tiene el fútbol para desatar tremenda danza de emociones? ¿Por qué los peruanos pasamos en un santiamén de la euforia futbolera a la amarga frustración? ¿Por qué a pesar de las opiniones encontradas, a la hora de la verdad, todos o casi todos están pendientes de los partidos de la selección?

A estas alturas es evidente que el fútbol no es un deporte racional, sino de emociones y sentimientos fuertes, los cuales se expresan con libertad – o libertinaje si así lo prefiere el lector– antes, durante, y después de los partidos. Sobre todo en aquellos en los que se definen victorias importantes, como una clasificación mundialista. Sin duda, aquel es el torneo más prestigioso del mundo, donde todos quieren estar representados, pero son pocos los que lo logran. Al respecto, el pensador francés Pascal Boniface señala con autoridad que los mundiales se han convertido en un espacio geopolítico clave, donde los estados se confrontan pacíficamente y consolidan prestigios y liderazgos internacionales.

Si las emociones y los sentimientos corresponden con las experiencias históricas y culturales de los pueblos, es indudable que para los peruanos los largos años de fracasos deportivos han sedimentado un amargo descreimiento. “No le ganamos a nadie” o “estamos en nada” están entre las frases más usadas en el argot popular. Peor aun: el crecimiento económico y el progreso alcanzado en varios ámbitos de la sociedad peruana no han tenido un correlato en el mundo del deporte, en particular en el fútbol. Por el contrario, estos se encuentran estancados, atrasados, y se han convertido en uno de los reductos más resistentes del Perú tradicional e improvisado. Lo más decepcionante es que los líderes políticos no tienen conciencia de la importancia del deporte, no solo en términos de la salud pública y de autoestima nacional, sino que este también constituye un ‘soft power’ en las relaciones entre los estados.

Pero si los líderes no son conscientes de estos importantes aspectos culturales y políticos del deporte, los aficionados y los ciudadanos sí lo somos. Cada derrota o eliminación la sentimos en carne propia, con alegría o euforia, tristeza o desesperación. Incluso en las conversaciones entre amigos o parientes, un tema recurrente es la preocupación porque nuestros hijos e hijas nunca han experimentado la emoción de ver clasificar al Perú a un torneo importante y que, por ende, se acostumbren a las derrotas. Es por ello conmovedor cuando los menores preguntan qué se siente en los momentos felices de una clasificación. Son una generación que recibe a cuentagotas la alegría que produce ver triunfar a la selección y ser reconocida por el mundo.

Estoy seguro de que las emociones encontradas y desbordadas que se observan en estos días, tienen mucho que ver con la posibilidad remota, pero posibilidad al fin, de quebrar la historia reciente y poder sentir el triunfo de clasificar al próximo Mundial y competir con los grandes. El carácter impredecible de los resultados del fútbol, que van más allá de cualquier cálculo racional, y donde David puede vencer a Goliat, alimenta la ilusión. Los próximos días serán de mucha tensión y nerviosismo. Ojalá se pueda sostener la alegría, lo necesitamos como pueblo. Pero no hay que olvidar que, así como el fútbol despierta ilusiones también produce enormes frustraciones. Nos jugamos muchas cosas los siguientes días.

 

Entrevista en la Revista Somos: “El fútbol y la política están muy vinculados”

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Foto: Elías Alfageme (El Comercio)

Los amigos de Somos, revista sabatina de El Comercio, me visitaron hace unas semanas y pudimos conversar sobre una de mis pasiones, el fútbol. Comparto con ustedes esta entrevista a tono con estos tiempos futboleros.

Ana Núñez 26.08.2017
Al mirar hoy la figura de Ricardo Gareca, uno podría pensar que en el fútbol, como en la política, nuestro país vive buscando un caudillo, un salvador.
Desde sus orígenes, el fútbol y la política están muy vinculados y de alguna manera las características que tiene el fútbol de cada país están vinculadas a su historia y la forma política que en esas sociedades se desarrolla. Desde ese punto de vista, no solo tenemos un régimen político presidencialista, sino también una personalización de la política muy fuerte. Ante la ausencia de construcción de partidos ideológicos, lo que ha habido en el Perú es la preeminencia de ‘los grandes hombres’ que nos van a dar un sentido, una luz a la oscuridad y que, gracias a ello, vamos a superar circunstancias adversas.

Y ahí encaja Gareca.
Gareca encaja perfectamente. Después de un largo período de sequía de triunfos, de frustraciones deportivas, de ausencias de resultados en las canchas internacionales, de quiebra económica en los principales clubes y acusaciones de corrupción, el Perú está en su peor momento en el fútbol y en ese contexto han fracasado varios hombres. Ese tipo de liderazgo es bastante provisorio y débil, puedes ser endiosado o repudiado.

Como en la política, también…
Así es. A los presidentes los eliges y al final terminas tirándoles piedras. Todos los presidentes terminan con un nivel de aprobación por los suelos, porque la gente siente que no solucionó los problemas como debería haberlos solucionado. Lo mismo ha ocurrido con nuestros directores técnicos. Gareca, creo, ha tenido cierta lucidez y cierta claridad en este rol.

¿En qué sentido?
Lo primero que hizo fue renovar el equipo, sacar a los ‘fantásticos’ y poner a los jóvenes. ¿Y por qué a los jóvenes? Porque siempre son vistos como la esperanza del futuro. El joven es liberado de las culpas del pasado, es la esperanza, es el mañana. En segundo lugar, creó un colectivo y, sobre todo, lo aisló de la crisis deportiva cotidiana; creó una especie de cápsula sociocultural y se la creyeron: él fue un motivador. Entonces, él entra en esta matriz de los caudillos, de los grandes hombres, de los salvadores que pueden llevarnos al cielo y hacernos escapar de los infiernos.

¿Qué pasó con los anteriores entrenadores y nuestros equipos?
Si tú miras a los directores técnicos, los más exitosos han sido los paternalistas: Marcos Calderón, que era el padre castigador, ha sido el más exitoso de las últimas décadas. Pero ese estilo ya no funciona en el nuevo contexto, ya los jóvenes no aceptan que alguien los ponga contra la pared y los insulte como una forma de motivar. Entonces, ese estilo fue reemplazado por el del abuelo [Sergio] Markarián, el entrenador mayor que protegía a sus ‘fantásticos’ no importara lo que hicieran. Él era paternalista puro, pero apostaba por ellos y le fue mal porque no tenía –creo yo– disciplina.

La indisciplina llegó a niveles vergonzosos, internacionalmente.
Después del escándalo de indisciplina en Panamá [2010], Markarián nos convocó a varias personas. Recuerdo que estaba [Juan Carlos] Oblitas, había varias personas… Markarián nos dijo: “Ya no sé qué hacer. Todas las técnicas de vinculación con jugadores las he utilizado, porque ya no hay más en el mundo, y he fracasado. Por favor, ayúdenme a entender por qué lo que funciona en otros lados no funciona acá”. La misma noche que se escaparon de la concentración, él había pasado por sus cuartos y había hablado con ellos.

¿Qué le dijiste a Markarián?
En ese momento, los jugadores de la selección eran de la generación de los años 80. Mi interpretación era que, así como hay una década económica perdida, así también hay una década de juventud perdida en los años 80 en el Perú. Son los jugadores de la crisis económica, que se alimentaron de pan popular y leche ENCI. No tenían disciplina y son frágiles ante las adversidades. Además, reproducían la figura del barrio dentro de la selección. Con sus políticas de abuelo bueno, Markarián nunca pudo imponerse a la lógica de los ‘barrios’. Gareca ha roto con eso y empezó con los jóvenes que ya son de la generación de los 90 y el 2000. Adicionalmente, incorpora individualmente a algunos que necesita de la antigua generación, como [Jefferson] Farfán. Pero lo ha tenido afuera hasta ahora. Y ya sabe Farfán que viene sin ‘barrio’. Uno puede mirar que en esos tres entrenadores –Marco Calderón, Markarián y Gareca– hay tres perfiles distintos, pero algo en común: los tres son los caudillos.

Más allá del puro espíritu competitivo, ¿por qué es tan importante para los peruanos llegar al mundial?
El fútbol es un deporte que despierta pasiones, pero también es base de frustraciones enormes. Yo escucho a gente que dice: “Me preocupa mi hijo, que nunca ha visto un triunfo deportivo, que nunca ha visto al Perú ir a un mundial”. ¿Por qué la gente piensa de esa manera? Porque emocionalmente un triunfo deportivo es muy importante y no solo en fútbol, sino también en vóley. Si tuviéramos un gobierno lúcido, invertiría en deporte porque, además de ello, tiene una serie de beneficios a la salud pública.

Los presidentes siempre llegan a saludar a la selección el día del partido…
Claro, están buscando la foto, pero no están trabajando para que esa foto sea recurrente. Además, vas a saludar a una selección que no trae triunfos y eso tiene repercusiones económicas: las marcas no se quieren asociar con la derrota. Entonces, es un círculo vicioso: no tienes un deporte competitivo y tampoco tienes inversión privada. Y esto [el triunfo en el fútbol] es tremendamente importante para la fortaleza o debilidad emocional de la gente.