Opinión: La animalización del rival en el deporte peruano

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El Comercio

Una querida entrenadora se refirió recientemente como “llama” a una jugadora rival mientras aconsejaba a sus pupilas. En los estadios se lanzan gritos simiescos contra jugadores de raza negra que provocan risotadas entre los espectadores. Los hinchas rivales se insultan unos a otros con nombres de animales que tienen doble sentido: los aliancistas son monos (no humanos), los de Universitario gallinas (cobardes), los de Cristal pavos (tontos). A todos estos animales, además, se los puede ‘comer’, palabra que en el mundo futbolero tiene connotación sexual.

La práctica de alentar a los tuyos y bajar la moral del rival es parte de la competencia deportiva, pero esta debe cumplirse en parámetros de respeto al adversario, y así está regulada por las autoridades deportivas internacionales. Sin embargo, no cumplimos la norma, ganados por la obsesión de animalizar al adversario. Sin duda, el clima cultural y moral permisivo a la violencia que predomina entre nosotros facilita expresiones y comportamientos de este tipo. Una sociedad en que además el maltrato a los animales es extendido y los agresores no reciben legalmente ningún castigo, como hemos presenciado en las redes en los últimos días con cachorros degollados y mostrados con orgullo por mentes enfermas.

Pero el problema es aun más serio. Caricaturizar a los rivales como animales y no como seres humanos facilita la agresión física y verbal contra ellos. Los rivales son transformados en seres humanos degradados, deshumanizados, individuos sin rostro ni derecho a los que se les puede vapulear, insultar e, incluso, golpear sin miramiento. En un contexto permisivo a la impunidad resulta relativamente sencillo actuar así contra estos individuos sin tener que enfrentar la justicia. La animalización del rival revela que somos una sociedad racista, y que en contextos de tensión y competencia afloran prejuicios y miserias muy arraigadas. No podemos mirar al costado cuando eso sucede y menos creer que nos tomamos las cosas muy en serio y que todo es una broma, como lamentablemente se escucha con frecuencia.

Y es que la definición clásica del hombre como “animal racional” colisiona con la noción de “animalidad” que enfatiza el elemento instintivo y no racional. Es verdad que la historia de la humanidad muestra en sus ritos, mitos y leyendas criaturas que asemejan ser un animal en forma humana. Pero en este caso, en el fútbol o en el vóleibol, no se trata de una representación antropomorfa, es decir, de un animal humanizado o que cuenta con dos brazos a ambos lados del tronco, una cabeza sobre este y dos piernas inferiores, asemejándose a una persona. No, en el fútbol se trata de un ser humano degradado de su condición a través de un proceso de animalización. Es decir, un ser humano animalizado.

Lo peor es que la animalización de las personas va ganando terreno incluso entre los políticos, la policía y el periodismo deportivo. De allí que frente a la violencia en los estadios, leemos con frecuencia que los barristas de los clubes son “bestias” y “animales salvajes” que solo “entienden a golpes”. Justos y pecadores, todos sin diferencia son animalizados. Situación que da pie a que, con frecuencia, la policía golpee e insulte a los hinchas de las tribunas populares en las colas de ingreso al estadio. El espíritu de las bestias parece instalarse entre nosotros y no nos damos cuenta.

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