Versos Mis Plegarias

Versos a mi Creador y a su creación

46.- De pie estoy en lo alto

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De pie estoy en lo alto
y no se cuál de mis cuatro costados mirar.
El viento frío helando mis costillas
y mis brazos,
el cielo en lo alto
se ve tan inmenso
como desde las las profundidades
del abismo.

Y estoy extasiado,
porque puedo ver
tanta belleza a mi lado,
captar el silencio
y los gritos ahogados
ver las cumbres inaccesibles
para meros pasos,
los niños me atropellan
al correr jugando.

Es éste el poema
de la vida,
es este el paraído
de tus manos,
el bosque blindado
por rocas inmensas,
las hojas caídas
de las ramas
de los árboles.

Y sentor el viento
como un susurro
de tus labios,
ver el sol que me ciega,
como sonrisa de tus labios,
recrearme en la soledad
y en el calor de tu regazo.

Ver los cuerpos agitados,
cual ramas
y las hojas de los árboles…
Ver sombras, ver pasos,
ver casas y paisajes,
y no ver lo desordenado,
caminar y seguir caminando,
caminar y seguir agradeciento… (31/08/85). (más…)

45.- Para tí es, Señor

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Para tí es , Señor
el poema mejor,
el cantar de la vida
ni paraíso
ni infernal,
mi primer pensamiento
del día,
mi última palabra
de la noche,
el llorar de mi tristeza,
la alegría sin soberbia,
mi esperanza, mis martirios
y mi tiempo.

Te veo en un madero clavado,
y te digo: “ven a mí”
y me dices:
“carga tú mi cruz
y contigi estaré
para siempre”.

Tú lo sabes todo, Señor,
y sabes que estoy triste,
fueron muchos mis pecados,
mis angustias y mis faltas:
¡qué difícil es seguirte!

Tú haces milagros,
tú todo lo puedes,
yo solo soy un fariseo,
yo solo soy un hipócrita,
el de vanos juramentos.

Guíame Señor
en los primeros pasos,
guíame también
por el estrecho recorrido,
guíame en la vida,
guíame en las sombras,
que el pecado
envenenó mi corazón.

Tú eres tan grande
y yo sólo un pródigo,
tú perdonas porque amas
y yo me contamino
en el rencor.

Ver los cuerpos agitados
cual ramas
y las hojas de los árboles…
ver sombras, ver pasos,
ver casas y paisajes,
y no ver lo desordenado,
caminar y seguir caminando,
caminar y seguir agradeciendo… (31/08/85)
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41.- A la naturaleza

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Vivir entre colinas,
lejos de las sierpes de asfalto,
refugiado en las alturas,
en los montes serranos,
lejos del mar
y de las moles de concreto urbano.

Vivir entre soledades
donde se pueda ver
el amanecer inmaculado,
lejos de las garras vejadoras
del smog urbano,
lejos de vivir pendiente
del reloj y del horario.

Vivir junto a un río
y ver las aguas cristalinas
nacer de las alturas,
sentir la lluvia y el granizo,
lejos de las minas,
las haciendas y los pueblos.

Vivir entre pastizales
y chozas hechas por las propias manos,
solo, como un ermitaño
contemplar el rocío matinal
como sudor límpido
de la hierba verde
tachonada de tréboles
de múltiples hojas.

Ver animales salvajes
y domesticarlos sin evitar el riesgo,
ver las aves volar
y pensar
que podemos imitar su vuelo,
oirlas cantar
y hacer nuestro el dulce canto.

Ver el sol
despejando las tinieblas,
mañana y tarde,
y oir el viento silbar canciones
tan viejas como el tiempo.

Ver lagunas,
patos navegando entre sus aguas,
ver los tallos felices
crecer y llegar a ser totalmente plantas,
gritar y por nadie ser escuchado,
sentir las voces altisonantes
perderse entre la inmensidad
de la llanura,
por entre rincones inaccesibles
de los Andes,
escuchar el eco
y saber que es el único
que nos escucha.

Y captar a Dios
en lo poco de ese universo intangible
que una vez creara,
ver su grandeza plena
y compararla con la
capacidad del hombre,
sentirnos pequeños
y verlo a ël tan inmenso.

Y darle gracias,
porque nuestros ojos
captan la belleza del paisaje,
porque nuestros oídos
sienten la acústica del viento
en el horizonte,
porque podemos tocar
si nos lo proponemos
un poco de esa grandeza,
porque podemos sentir
la fragancia de los prados;
lejos del estiércol de las ciudades,
porque podemos beber
del cáliz de la esperanza,
del cáliz de su grandeza,
del cáliz de las maravillas
que nuestro mundo encierra.

Podemos sentirnos
hechura suya,
transformadora
de la naturaleza
pero no su verdugo,
podemos apreciar
el ser a Él ser iguales,
el ser poco
y a la vez tan inmensos.

¿Qué sentiré
al volver de este viaje imaginario
al hormigueo de las urbes masificadas,
al ruido de motores y personas alienadas,
a las visiones de las casas en los cerros
y mansiones elefantes blancos,
al opulento y al que se muere de hambre,
al hombre joven y al que se hace viejo?

No quiero regresar nunca. (12/08/85) (más…)

29.- Monte Calvario

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Era tarde ya.
A lo lejos se divisaba el Monte Calvario,
imponente, sobrecogedor.

Ahora son tres las cruces,
tres los cadáveres clavados.

Algunos soldados al pie de la cruz;
alguno que otro pagano;
el pueblo ya tuvo su víctima;
está contento.

En el cielo,
ese cielo que tenemos al lado y que nunca vemos, alguien llora.
No tiene ojos, ni lágrimas, ni rostro,
ni siquiera cuerpo, pero llora.

Llora Dios porque su hijo ha muerto asesinado,
lloran también María y once de los doce,
escondidos tras las sombras de la noche.

Dios lloró, y no lo vimos.
Y seguirá llorando por nuestra culpa,
porque cada día hay un nuevo Monte Calvario,
porque cada día hay un nuevo Cristo Crucificado,
una nueva víctima inocente, un hermano.

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23.- Señor, la quiero tanto

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Señor, la quiero tanto,
como el sol al nuevo día,
como quiere a la vida la agonía,
como quieren las aves a su canto.

Señor, la quiero tanto,
como la playa a las olas,
como madre que a solas
mece a su hijo alejándolo del llanto.

Señor, la quiero tanto,
como la noche a las sombras,
como al suelo las suaves alfombras,
como quiere la mujer a sus encantos.

Señor, la quiero tanto,
como fraile a su oración,
como el hombre a la dulce tentación,
como anhela el desnudo un tibio manto.

Señor, la quiero tanto,
como cantor a su tema,
como adora el bardo a su poema,
como adora el apenado a su quebranto.

Tanto la quiero, Señor,
que es el silencio, mi amigo,
y mi cuarto al mundo testigo
de un secreto que yo guardo con temor.

Tanto la quiero, Señor,
que no le digo lo que siento;
porque muy triste yo presiento
que al hacerlo perdería yo su amor

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22.- Viviendo con el Señor

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Viviendo con el Señor
cada amanecer es más glorioso,
el canto de las aves, más hermoso;
cada segundo de tu vida
una existencia prometida
al Dios que nos hizo por amor.

Viviendo con el Señor
hay más belleza en cada cosa,
el pétalo sublime de una rosa,
las negras aguas del río,
las sombras, el viento, el frío,
la pena, la amargura y el temor.

Viviendo con el Señor
fácil es quererse como hermanos;
estrechar con enemigos nuestras manos,
dominar la tentación,
perdonar de corazón,
cada nuevo día ser mejor
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