Los Carnavales en Lima congregaban una enorme multitud que participaba activamente ya sea en los desfiles callejeros con carros alegóricos o en las fiestas privadas. Fuente: Archivo Histórico del Diario La Prensa (PUCP)
La lectura del libro de Rolando Rojas, Tiempos de Carnaval. El Ascenso de lo popular a la cultura nacional (Lima: IFEA-IEP, 2005), y una serie de fotos y revistas que tengo a la mano me animaron a preparar este post justo antes del inicio de los días de Carnaval en Lima.
Las fotos y el material gráfico corresponden a inicios de la década de 1920, años en que el Carnaval alcanza a todos los sectores sociales aunque con diferencias como veremos luego, pero sobre todo es asumido y reivindicado como una fiesta oficial. Allí está el corso de 1922, organizado por la propia Municipalidad de Lima, y que incluía concursos de carros alegóricos, disfraces, máscaras, juegos desenfrenados con agua limpia o de acequia y otras sustancias no tan santas, y reinas de belleza entre otras prácticas. Son los años en que el carnaval ocupa los espacios públicos de la ciudad en proceso de modernización. Incluso el propio Presidente Leguía (1919-1930) es considerado como uno de sus más connotadas promotores como veremos en las fotos.
Pero la aceptación del Carnaval, según el libro de Rojas, es un proceso que se inicia luego de la Guerra del Pacífico y marca una enorme diferencia con el período 1822-1879 en la que se le consideraba una práctica indeseable, bárbara e inculta y se intentó proscribirlo varias veces. La legitimación del Carnaval no significa que hubiera solo un tipo de Carnaval. Frente “al regocijo de una multitud, que libre de convenciones sociales salía a las calles con cubos de agua y harina con añil para mojarse y pintarse (…) otro sector de la elite prefería jugar con jeringas de zinc, agua perfumada y batalla de flores en fiestas de carnaval al estilo veneciano y europeo “(pp.25-26).
Finalmente para aquellos interesados en los estudios de Carnaval, además del libro de Rojas, recomiendo dos libros pioneros y excepcionales: El bellísimo libro de Mijaíl Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y Renacimiento (1964, 1974) donde se argumenta que el carnaval era un espacio de trasgresión de la cultura oficial, de las instituciones y personajes del poder, y de las normas y valores jerárquicas establecidos como legítimas en la vida diaria, donde la sátira y la risa tienen un sentido corrosivo del orden social y político. Además recomiendo el libro del brasilero Roberto Da Matta Carnavais, malandros e herois (1997), donde se señala que el carnaval es ambiguo y que si bien hay una crítica que apunta a trasgredir el orden establecido y a la creación de uno nuevo también hay un sentido de continuidad y de retorno a un orden pasado.El material gráfico que acompaña este artículo proviene de mi colección de la Revista Mundial, específicamente a los números 197, 198, y 199 que corresponde al mes de febrero de 1924. Las fotografías de otro lado forman parte del Archivo fotográfico del diario La Prensa, parte del cual se encuentra en proceso de calificación en la biblioteca central de la Pontificia Universidad Católica del Perú.