Al final de la avenida Pershing, justo antes de comenzar el puente que va sobre la avenida Brasil, hay un semáforo. No cruza ninguna calle perpendicular, es básicamente para los carros que voltean en U y para los peatones que van hacia o desde el Hospital Militar. Ahí sucedió aquel episodio hace algunos años. Yo estaba manejando de camino a la Universidad Católica, pasé de la avenida Javier Prado a la avenida Sánchez Carrión, y ya estaba cruzando la avenida Gregorio Escobedo, más o menos la zona en que la misma calle empieza a llamarse avenida Pershing, cuando vi esta imagen: una cuadra y media más adelante estaba avanzando un camión cisterna blanco del cual, a través de una de sus escotillas o quizás de un orificio en el tanque se podía ver a lo lejos que empezaba a salir un humo blanco. Nadie dentro del camión parecía darse cuenta de lo que estaba pasando y siguieron manejando con dirección hacia avenida La Marina. Eventualmente, el camión alcanzó la cola de carros que estaban parados en el semáforo en rojo del Hospital Militar y también paró. En los pocos instantes que me tardó ver esa escena había seguido avanzando en esa misma dirección pero cada vez más lento, no por decisión propia, sino porque los autos delante de mí empezaron a reducir la velocidad o a parar. Más que la propia escena del camión cisterna, lo que había hecho detener al pelotón de carros que venía conmigo era un grupo de carros que había empezado a voltearse hacia la dirección contraria. En particular fue una camioneta la que hizo primero la maniobra y ya había conseguido venir hacia nosotros. En la escena que he descrito no he incluido sonidos pero sí que había bulla en ese momento. Muchos carros habían empezado a tocar la bocina por la interrupción del tráfico. No todos, porque lo que más había era desconcierto. Los que impacientemente tocaban bocina lo hacían se dirigían en particular a la camioneta que venía en sentido contrario. Orillé el carro hacia la izquierda, hacia el lado de la zona de pasto que hay entre pista de ida y la de vuelta y fue justamente en ese momento en que la camioneta que venía de regreso cruzó. Era un señor que parecía estar con su esposa al lado y sus hijos en el asiento trasero, y gritaba a viva voz “¡va a explotar, va a explotar!”, para advertir a la gente, pero tal vez también para justificar su maniobra, para justificar su intento de abrirse paso en la dirección contraria. Y aunque había muchos conductores que no sabían a qué se refería o que pensaban que era una total exageración, ya había algunos carros que habían empezado a seguir su ejemplo y a tratar de dar la vuelta. Es en ese momento, al escuchar la desesperación de ese conductor empecé a pensar si acaso era esto una noticia que aparecería en los periódicos o noticieros en las horas siguientes, si acaso así se veía un accidente o una tragedia desde el punto de vista de un protagonista, empecé a pensar en la forma en que las tragedias solo las escuchamos en la radio o las vemos en twitter, con el sesgo que tenemos de considerarlas ajenas a nosotros y empecé a pensar si una explosión me alcanzaría desde unos 200 metros de distancia, si tal vez eran en realidad 100 metros, si tal vez estar dentro del carro me salvaría la vida, empecé a ver cuánto espacio tenía para subir con el carro hacia el pasto central, a ver si es que había algún surco que me impidiera llegar hasta el carril de regreso, pero también me puse a pensar si quizás todo era una exageración y si me vería tan extraño o ridículo como el señor que acababa de regresar, pensé también que justificaba plenamente cualquier ridiculez del señor, estaba con su familia al fin y al cabo, cómo no poner a salvo a su familia aunque el peligro sea mínimo. Sin embargo, mientras pensaba, la luz del semáforo cambio a verde. Los autos en el pelotón del camión cisterna empezaron a avanzar, creo que nunca se habían enterado de nada. El camión cisterna también empezó a avanzar, se estaba alejando de mí. No había episodio, no había noticia, no había tragedia. Los autos que estaban en el proceso de voltear para venir en contra regresaron a su posición normal y empezaron a avanzar. La corriente de carros seguidamente empezó a avanzar y yo también. Por el retrovisor llegué a ver que solo la camioneta de esa familia había optado por rendirse en su intento por ir contra la corriente y había empezado a atravesar el pasto entre los dos carriles, la decisión de alejarse del cisterna ya la había tomado ese señor de manera definitiva. No me apuré a seguir al camión cisterna porque no estaba seguro de nada, aún salía ese humo blanco de la parte posterior pero tampoco me rezagué tanto como para perderlo de vista, quizás explotaría más adelante, quizás esto sí sería noticia, solo que quizás sin mí como protagonista, me ganaba la curiosidad acerca de esa posibilidad a la vez que me reprochaba tener ese mismo horrible morbo que caracteriza a los periodistas. En cierto momento, tal vez por avenida Sucre, me desvié y simplemente no volví a ver al camión cisterna. Ese día un poco más tarde y en la noche revisé el celular y twitter para saber si había explotado algún camión cisterna en alguna parte de avenida La Marina. Nada. No había ninguna noticia al respecto.
La Revolución y la Tierra
Una vez cuando tenía unos cinco o seis años estábamos con mi familia en el canchón de nuestra casa en Andahuaylillas. Mientras mi papá y algunos tíos tomaban un ron alrededor de una fogata, yo cogí una rama que había estado cerca de las llamas. La punta de la rama ya había empezado a quemarse y se había vuelto como una pequeña brasa. Al mover la rama encontré divertido empezar a sacudirla y a moverla en círculos, viendo cómo la ilusión óptica hacía que apareciera un redondo anaranjado por donde yo movía con rapidez el pedazo de madera que había convertido en una suerte de antorcha. De pronto mi mamá se acercó a mí y me exigió que dejara de hacer aquello. Sin prestar demasiada importancia pero sin tampoco hablar en tono de broma, me dijo que no hiciera esos movimientos, que esas señales eran las que hacían los senderistas.
En medio de las palabras del relator, aparece de fondo la imagen de unos cerros en casi total oscuridad, seguramente vistos desde la ciudad, desde alguna ciudad en la sierra, ¿tal vez Cusco? ¿tal vez una ciudad oscurecida por el atentado contra una torre de transmisión eléctrica? Y lo único que resalta es la imagen de la hoz y el martillo. Una señal anaranjada dibujada en la pendiente del cerro a través de fogatas y antorchas, una de las tantas acciones de Sendero que manejaba tan deliberadamente su maquinaria propagandística.
Hace algunos meses, Marco Avilés, autodenominado periodista, cholo e inmigrante, fue a una entrevista en RPP. Lo entrevistaron con suavidad Patricia del Río y con evidente hostilidad Aldo Mariátegui. El tema de la discusión fue el de la identidad peruana, la identidad chola, la discriminación y la Lima migrante actual. El video de la entrevista circuló un poco por las redes sociales mostrando la forma déspota de Mariátegui de tratar al entrevistado, reproduciendo con la entrevista las interacciones que a diario se dan en una sociedad como la peruana y, en particular, la limeña que no se ha encontrado a sí misma y que cada vez parece más lejos de hacerlo con la velocidad a la que va desarrollándose. Apenas vi la entrevista comenté en el post la frase “el problema del indio”. Evidentemente un par de personas me comentaron de inmediato reprochándome la frase que ellos sentían dirigida despectivamente a la actuación de Marco Avilés en la entrevista. Sabiendo que ello sucedería respondí inmediatamente que con el término “el problema del indio” me había referido al problema de identidad del peruano que se discutía en la entrevista. Mencioné que ese era el término que el mismo José Carlos Mariátegui usaba en sus siete ensayos para referirse al tema de la discusión entre Avilés y Mariátegui (Aldo) – José Carlos se refería entonces más que todo al problema del indio desde una perspectiva económica marxista, lo que naturalmente no incluí en el debate en redes sociales – y me di por satisfecho con haber compartido con un par de peruanos más eso que comento desde hace diez años a aquellos con quienes nos surgen conversaciones profundas: el problema fundamental del Perú es el problema del indio. Lo dice José Carlos.
En la pantalla gigante del cine veía que José Carlos Mariátegui aparecía al fondo en banderolas y gigantografías en las actividades del SINAMOS durante los años setenta. Sin embargo, al frente siempre estaba el sombrero de copa y cabello largo del peruano original: Tupac Amaru. Al ver ello me molestaba ligeramente que se hubiera exaltado en los años de Velasco a la figura de Tupac Amaru, José Gabriel. Un mal estratega militar a juzgar por sus erróneos cálculos en el sitio del Cusco y cuyas cartas no mostraban una clara idea de cómo proceder en caso de tomar el poder, ¿abolir todos los tributos y cargas y después qué? José Gabriel, una persona más bien pasional y descarrilada, más que un líder astuto. Tal vez su utilidad histórica está más en la relación magnífica de complementariedad que tenía con Micaela. Pero bueno, al final del día, tenía que ser Tupac Amaru, el hombre al que los caballos no pudieron descuartizar, solo a él le podían dibujar esos músculos y ropa rasgada, no al enjuto José Carlos Mariátegui.
El Congreso
El Congreso no es una asamblea de personas, es un edificio. Y mis padres lo visitaron. Mi padre y mi madre habían tenido muchos vaivenes en su relación. Yo siempre miré todo ello expectante. Sin embargo, en esos vaivenes un día visitaron juntos el Congreso de la República y fueron felices. La ocasión quedó registrada en una foto, no recuerdo ahora si fue en las graderías superiores desde donde se ve el hemiciclo o si tal vez fue en esa explanada posterior que da hacia el Jirón Andahuaylas. No recuerdo tanto, solo pienso en las sensaciones que me generaron esa. Me parece que la tomó mi tía Roxana Rivera, ella vivía y vive en Lima, tal vez les habría acompañado en su paseo por la ciudad, en su paseo y sus papeleos, creo que estaban en Lima por tener que hacer algo como renovar alguna licencia o quizás sacar el pasaporte. En esas idas y venidas, Roxana les habría conseguido la manera de visitar el hemiciclo del Congreso a través de algún familiar o conocido, o tal vez ya entonces había algún programa de visitas ciudadanas al edificio, aunque dudo que haya sido algo así de sencillo. Lo cierto es que era significativa la ocasión porque nosotros vivíamos en Cusco y el Congreso es algo con lo que se convive solo por los periódicos y la televisión. Imagino que durante ese día caminaron por el centro de Lima, visitaron Gamarra y el Barrio Chino y se pasaron luego a la visita del Congreso. Contra lo usual, mi padre estaba solamente con una camisa blanca de manga corta y mi madre con una blusa encajada negra, es decir, no estaban vestidos informalmente pero tampoco había nada en su atuendo que demostrara la tensión del quehacer diario. Estaban de visita, estaban paseando, estaban relajados y sonrientes, estaban incluso con unas bolsas de compras en las manos. Yo vi esa foto y la miré por largos instantes. Me alegró mucho por la feliz ocasión de esa visita. Valoraba la visita por la importancia del lugar, por lo inaccesible de la institución. Eso le daba el valor a ese reencuentro de ellos. Habían ido juntos a visitar el Congreso y aquello representaba algo para ellos, y para mí. No sé y no me he preguntado quiénes eran los congresistas entonces.
ECONOMIA Fujimorista
Al mes siguiente de terminar de estudiar Derecho empecé a estudiar Economía. Hay muchas explicaciones que me doy a mí mismo sobre esa decisión, siendo una de las más plausibles la inercia de continuar estudiando y trabajando, como había estado haciendo hasta entonces. Pero no escribo ahora sobre los resultados de ese proyecto sino sobre aquellos a quienes conocí a través de esa experiencia. La gran mayoría de los compañeros era alumnos menores que yo por 4 o 5 años, lo cual inmediatamente me generó cierta desconfianza. Tuve que incluso regresar a Estudios Generales Letras para completar los cursos de Estadística, Microeconomía, Macroeconomía y los tres de Matemática para Economistas. Sin embargo, aun con mi lentitud tradicional para estos temas, fui haciendo varios amigos – tres en especial – que traían sus propias historias complejas y que inmediatamente desvanecieron cualquier diferencia de edades o experiencias que hubiera podido parecer atemorizante. El grupo de whatsapp de los 4 tuvo muchos nombres a través del tiempo. El último que tuvo, cuando parecía que los años 90 se nos venían de nuevo encima en el 2016, fue el de “ECONOMÍA Fujimorista”.
Yo conocí a los del grupo a través de Toño. Un día muy temprano en la mañana, antes de las clases que comenzaban a las 8, estaba en uno de esos cuartitos mínimos al frente de la Católica donde un ex profesor dictaba sus asesorías de matemáticas. Seguramente estábamos en la semana de una práctica calificada de Matemática para Economistas 2 o 3 y probablemente no habíamos llegado a entender cómo diablos interpretar la matriz hessiana orlada o algo del estilo. Esa vez fue la primera vez que hablé con Toño, que había ido a la misma asesoría. De entrada congeniamos muy bien al saber que él también estudiaba y trabajaba (algo no tan común en Economía, como lo es en Derecho). Recuerdo que al menos un par de veces lo fui a buscar en su trabajo en La Guay en Avenida Bolívar para recoger o entregarle un cuaderno prestado, de camino a mi propio trabajo que estaba en el cercano San Borja.
La economía en el Siglo XXI, para bien o para mal (más para mal que para bien, yo diría), ha adoptado las matemáticas y, en particular, el cálculo diferencial como su lenguaje oficial. Por eso, eran horas de horas las que nos pasábamos resolviendo o intentando resolver los ejercicios de las prácticas frente a una de esas pizarras que cubren toda la pared en el sótano del CIA en la Católica. Creo que ya estando en la Facultad (de Ciencias Sociales), fue el curso de Matemática para Economistas 4 con Lugón que nos tenía en una tensión que no he vuelto a tener ni en mis momentos más intensos de trabajo o de maestría. Matemática para Economistas 4 debe ser uno de los cursos más biqueados en toda la universidad.
Justamente uno de esos ilustres biqueados era nuestro amigo Alex, el que, a pesar de ello, era claramente el más fino en su conocimiento de las matemáticas, uno de los mejores alumnos que yo conocí estudiando en la Católica. Creo que él era el único de los del grupo que estaba llevando los cursos y la carrera en la edad acostumbrada, y tal vez también por eso tenía más frescos y bien aprendidos los conceptos básicos de derivación, integrales, matrices, optimización y la creatividad que necesitas para resolver ejercicios. Recuerdo siempre un día en que, con mi punto de vista de casi un extranjero en los temas económicos, le estaba explicando una manera de dibujar en los ejes la dirección de los vectores que obteníamos del ejercicio, cuando volteó y me dijo: “mmm ta mejor no hagas eso on”.
Fue uno de esos episodios el de aquella vez en que para el final nos quedamos toda la tarde y noche estudiando en el CIA y que nos faltaba tiempo para terminar. Esos exámenes finales de matemática son de las experiencias que más me enorgullecen en mi vida universitaria porque de verdad tenía que exprimir esa parte de mi cerebro para sacar un 14. Un par de veces, después de dar el examen me iba directo al estacionamiento a dormir las horas que había perdido en los días previos. En esa ocasión, en algo que va contra mis principios, decidimos subir al carro de uno de nosotros e ir a una casa para seguir estudiando toda la noche previa al examen. Compramos creo que una pizza y nos sentamos en la sala a hacer más ejercicios. Creo que en cierto momento empezamos a hacer competencia para ver quién sacaba la respuesta más rápido. Evidentemente lo que se generaba en esos momentos era no solo una preparación para un examen final sino también un lazo de amistad extra especial.
La casa a la que fuimos aquella vez era la de Jhair, ese nuestro amigo experto en imitar a los profesores, en especial el famoso “ta’en, ta’en?” de Oscar Dancourt. El carro en el que fuimos esa vez también era el suyo. Recuerdo que era una Toyota RAV4 azul, que tenía en la punta de la antena las orejas de Minnie Mouse. Cuando le pregunté por ellas, me contó que estaban ahí por su hija. Creo que su pequeña tenía entonces unos 4 o 5 años. Él también era alguien que tenía mucho más que libros de cálculo y lapiceros en la mochila, pero que igual le daba todo de sí a descubrir qué jugada había puesto el profesor en la práctica calificada. Tal vez ese es el caso de la gran mayoría de personas en la universidad, no lo sé, la vida es compleja para todos, pero en todo caso yo no puedo más que hablar desde donde estoy, y desde aquí, son estos mis amigos de ese tiempo y sus historias, y el recuerdo que yo tengo de Toño, de Alex y de Jhair, que hoy ha partido.
Chanel n.º 5
En la entrevista de trabajo del trabajo que hasta ahora (creo que) tengo – de algún modo – llegué con Eduardo Barboza a un tema ligeramente impensable: la supervivencia de los libros. Le dije que mi opinión es que los libros nunca desaparecerían, me parece que le hice una referencia a la lectura del periódico por la mañana, tal vez le mencioné lo que significa el acto de pasar una página, ante lo cual Eduardo concordó, y me contrató. Ahí en el Estudio Echecopar me quedé siete años, esa es historia conocida, hasta que de algún modo terminé cambiando de domicilio de Avenida de la Floresta 497, piso 5 a este lugar llamado Gund Hall. En los meses que he pasado acá he conocido personas que realmente tienen zafado un tornillo, lo cual parece ser tan valioso como un Toefl mayor a 105 en una aplicación a la escuela. Yo, por lo general, pienso que tengo varios de esos como mis amigos, e incluso uno de ellos como uno de mis mejores amigos. Pienso en Harry, que mientras deja cargando en su laptop el video de su presentación del taller durante 2 días seguidos me lleva al ensayo de una banda improvisada de músicos de distintas escuelas donde él finamente toca los timbales o un huevito que hace sonidos. Pero luego, cuando crees que lo tienes todo controlado, y que como habitante cotidiano de Gund Hall ya has reducido tu capacidad de impresión a un nivel aceptable, llegas a uno de los lectures que hay en Piper Auditorium a las seis y media de la tarde uno que otro día y recibes de un porrazo una redefinición de lo que consideras la no convencionalidad. Eso fue esta presentación de Irma Boom en el lecture de hoy día, de la que te pido que escuches del minuto/segundo 58:49 al minuto/segundo 1:05:35, y quizás te animes con ello a escuchar la conferencia entera. Quisiera escribir aquí quién es Irma Boom, pero la verdad es que eso aún no lo he comprendido. Sé que enseña en Yale, aunque creo que ni eso es correcto, creo que viene de Yale. Hizo una presentación de unos libros. Podríamos decir que hizo un “book presentation”. Ha sido como darse cuenta de improviso que aquel autor de El Monstruoso Libro de los Monstruos tuvo que tener un encuadernador y un diseñador gráfico, o una persona que hiciera ambas tareas, que materialice el concepto de lo que sería su libro. A eso es a lo que aparentemente se dedica Irma Boom, a llevar al extremo la materialidad de un libro para que con muchas más herramientas que la mera imprenta un autor pueda transmitir ideas a través de un vehículo físico; en buena cuenta, a asegurarse de que, aunque el cd haya reemplazado el disquete, y los análogos hayan pasado a ser indesigners, poca duda debe caber acerca de la supervivencia de los libros.
Inti Raymi
Se ha elegido hace poco a un nuevo actor para el papel de Inca en la ceremonia del Inti Raymi que se realiza cada 24 de junio en Cusco. La escenificación por años ha sido una tradición teatral alimentada por la industria del turismo, el motor económico de la región. Pero siempre ha tenido un componente solemne, identitario; en cierto momento de la ceremonia el Alcalde de la Provincia del Cusco se acerca al anda del Inca y simbólicamente recibe sus consejos para gobernar a su pueblo. El “Encuentro de Dos Tiempos” le llaman. El nuevo actor de Inca reúne unas cualidades particulares. No solo habla bella y enérgicamente el quechua, su lengua materna. Tiene una reconocida trayectoria en el arma de Ingeniería en el ejército habiendo llegado al grado de General de Brigada. Resaltó por su labor social especialmente en el rescate de personas en La Convención durante los deslizamientos de la última época de lluvias. Goza de la cultura y cosmopolitismo que da haber vivido en varias ciudades durante su carrera militar. Nunca, sin embargo, ha dejado de estar en Cusco en las fiestas de junio y julio. Por si fuera poco, también afirma tener un parentesco con el Inca Huayna Capac. Los periódicos de la ciudad celebraron su elección pero las redes sociales lo hicieron aún más. La primera ceremonia del Inti Raymi con él trajo algo más de gente que lo habitual. Lo mismo sucedió en las siguientes ceremonias. A través de los años el Inca ha empezado a ganar un gran reconocimiento por los cusqueños; interpreta magistralmente al Inca, pero también tiene un gran carisma como personaje público. El entusiasmo por el Inca se ha contagiado en los miembros de la ceremonia del Inti Raymi, muchos de ellos jóvenes soldados de la Cuarta Región Militar Cusco. Los bailarines de las comparsas se sienten cada vez más identificados con sus personajes y los cultivan cada vez más durante el año que transcurre entre cada ceremonia. La política formal y los notables contemporáneos de la ciudad ya no pueden sino elogiar el ascenso del Inca. En el Encuentro de Dos Tiempos de los años recientes, ambientado en la Plaza de Armas de la ciudad, el Inca ha empezado a dar al Alcalde consejos cada vez más reales y acertados. Le exhorta a liderar el paro regional por el aeropuerto de Chinchero. Le impele a paralizar la construcción de dos nuevos hoteles lujosos en el Centro Histórico. No pasan más que unos días hasta que las exhortaciones son Ordenanzas en el Diario Oficial El Peruano. En momentos de crisis los periodistas y la sociedad civil han empezado a recurrir al consejo del Inca. El Inca aprovecha siempre la oportunidad para persuadir al pueblo para reproducir los ideales andinos en la sociedad de hoy. El Inca empieza una progresiva reivindicación de la estructura política Inca y con ello va aumentando el respaldo de la sociedad cusqueña. Los jóvenes no dejan de crear páginas y perfiles en redes sociales con sus imágenes y de compartir los videos de sus discursos. Pero los militares son su mayor capital de apoyo y legitimidad. Siguiendo la influencia del Inca, las propias brigadas de la Cuarta Region Militar cada vez tienen una mayor identificación con el mundo incaico y empiezan a usar trajes más andinos en sus entrenamientos y desfiles. El Inca ya es una figura regional y nacional y empiezan a entrevistarlo en medios internacionales. Una periodista de la Deutsche Welle le ha llamado el Pachaquteq del Siglo XXI. En Cusco los historiadores lo comparan más bien con la figura de Mateo Pumacahua. El Alcalde Provincial lleva la administración cotidiana del Cusco pero las decisiones fundamentales de la ciudad tienen que ahora pasar necesariamente por la opinión del Inca. Hace poco vetó una iniciativa del Alcalde de concesionar uno de los parques de la ciudad a una empresa de estacionamientos. Los jóvenes acogen el movimiento y las comparsas del Inti Raymi son ahora multitudinarias por el entusiasmo de los escolares y universitarios. Ya hay tantos aspirantes a participar en la ceremonia que una gran parte se tiene que contentar con apoyar como voluntarios en la organización. Estamos hablando ya de miles de personas. Este año, tras la revelación de unas grabaciones de llamadas telefónicas de políticos y empresarios, se produce una crisis política profunda en el país por casos graves de corrupción que involucran a empresas transnacionales brasileñas, los políticos del partido mayoritario del Congreso, los últimos cuatro presidentes del país y singularmente el Gobierno Regional del Cusco. El Hospital Antonio Lorena y la Vía de Evitamiento en esta ciudad han sido casos de corrupción tan graves que han terminado con el Gobernador Regional en la cárcel. La gente sale a las calles cada vez más frecuentemente para exigir responsabilidad y la remoción de todas las autoridades actuales. Hay quienes exigen una reforma política. Hay quienes exigen una refundación del país. Hay quienes reivindican el sur andino y la centralidad del Cusco milenario. Cada vez más reclaman la voz del Inca. Con todo, Junio ha llegado. Los cusqueños se vuelcan a las calles para las procesiones, desfiles y danzas, pero esta vez cada celebración es un motivo para reivindicar el aspecto político de lo cusqueño, lo andino y lo sureño. El 24 de junio del año 2019 el Inca toma la palabra en la explanada de Sacsayhuaman y, ante una multitud sin precedentes venida de todo el sur del Perú y ante las cámaras de las mayores cadenas de television mundiales, anuncia el restablecimiento del imperio Inca, el Tawantinsuyo, con su capital en el Cusco y condena a la desaparición a la fallida y corrupta República. Hace, además, un llamado para que las poblaciones de Lima, Arequipa y todo el territorio inca se unan a la causa de la refundación del imperio. La gente presente aprueba el anuncio por aclamación y empiezan a corear el Haylli Qosqo y el Haylli Tawantinsuyo. El Inca toma la palabra una vez más instando a los presentes a prepararse a descender a la ciudad y tomar el Palacio Municipal. El teatro ha terminado.
Grabaciones del Evento:
The end of career assessment tests
Every second matters. Literally. Every particle of time is carefully billed to the client – 300 dollars per hour, partners; 150 dollars per hour, associates. That is how law firms make their money. And there is a timer in my computer that I must activate when I take a phone call, when I talk to a colleague, when I get a coffee in the kitchenette, when I check my twitter, when I look through the window. At the end of the year, I will have billed fifteen percent over the goal of 1,700 hours and receive two extra monthly pays from the firm. On the weekends, I often sit to read a book and a few seconds pass until I realize that I don’t have to activate any timer for that.
You, on the other hand, have a more relaxed rhythm. Every day you ride your bicycle to your classes and greet the smiling custodial staff in the entrance. You are now studying at the school of design, a place where there seems to be a fascination for anarchic attitudes. You use a portrait instead of the required landscape layout and you get the attention of the professor. You bluntly disregard the prompt of the project and you get praised in the final review. Tomorrow you have a mid-semester review for your project. But no pressure. You sneak in a visual art talk and start drawing some diagrams while listening. You just have to make sure to come early tomorrow to find space in the busy plotters. And of course, you must come dressed all in black – that is an essential part of professional design.
* * *
My father is also a lawyer but in an entirely different world: he has been a judge for more than 20 years. My grandfather was also a judge, so probably for my father the career choice came in a similar way: as naturally as without thinking if it was truly the right one. Not that the profession was imposed, but how to choose anything else if law was always there?
In primary school, sometimes my father would pick me up and take me to his office. Always dressed in his custom-made suits, he would never lose the friendliness with which he would greet so many people in our way to the Courthouse. The Courthouse, a typically unpleasant experience for anybody. To me, it meant the chance to use my father’s desktop and play Hover. The workers, serious and sometimes hostile with most of the public, would come to me and say hello to the perhaps future lawyer and judge. I think by them I still wanted to be an astronaut or a firefighter.
House as a child was full of legal books. And of course, case files – stitched towers of documents describing (not always truthfully) the lives and actions of people. Sometimes my father would call me to where he was working,
– “Son, you want to help?”; It would surprise me that children could be of help with legal work.
– “Mmm Ok!”; Not that helping sounded thrilling, but I was always glad to see him at home.
Your father is someone who since you can remember was either visiting a new plot of land or supervising the construction of his building. You would often go with him. The projects were always small scale but still you wondered how those beams hold themselves up. You preferred not to ask because the foreman was requesting his pay “will there be tip today, boss?”
He would always consider moving to the new house when finished – it would only happen once. But he would always tell you “This will be your room, son, what do you think?”. You would cautiously take possession by walking around the room and looking through the window.
Although he developed this occupation with no professional design degree, no surprise to see you now putting together the model of a house in the school of design. You went to college in a different city and visited your hometown a couple of times a year. Your father would pick you up from the airport and ask you:
– “Son, do you want to give a look to the construction?”. He might even have some cement bags in the back of his truck.
– “Mmm Ok!”. Not that the visit sounded thrilling, but you were always glad to be home.
And it was true enthusiasm what you would see in his eyes. He would immediately drive you to the place and show you the advances as an architect would do with the owner. Maybe he did see you as the owner.
* * *
My father and I could not have more different personalities. He has that magic of getting anybody who talks with him to like him. We are sitting in the table with my family and he tells a story. When I realize that I was also there when it happened, all are already laughing their heads off – Could I have told the story?
For me, beginnings – in high school, the university or the workplace – meant always an enormous unrest. Perhaps the reason is the fear to interrupt, to ask the obvious, to look lost, in short, the fear to bother – so powerful in me and almost non-existent in my father. With the years I came to appreciate his character and put greater and greater effort in creating and keeping friendships as he does. Never, however, has he stopped being the center of our family celebrations. That is an axiom that I wouldn’t try to question.
You never came to terms with your father’s personality. He is someone who not only knows how a column is built, but also what the basics of adulthood are. He washes his car at least once a week, he cooks an amazing “piqueo”, he knows how to open a bottle of beer without opener. You never learned those.
You spent your life just reading and writing, and only recently your hands made a debut putting together small models. He had many times tried to teach you things. Never succeeded. Perhaps there has always been a connection there. That excitement of your father trying to teach you something. Then his smile at your “mmm, yes maybe” with which you would immediately start forgetting it.
* * *
My work in the firm usually entails meetings and review of documents. It is other lawyers who check my reports and take on the crowd of the Courthouse. Until today, I even didn’t need to sign a lawsuit. But if the client wants me on a case, and so does my boss, who am I to contradict them? especially if all the extra hours will be paid in advance.
I finish my beautiful lawsuit, it goes through the double-check of the firm, and the moment to sign it comes, and I am not sure about that little detail: the client signs in the center and the lawyers in the right side? Was it the opposite? The bureaucrats of the court might make problems for something as minimal as this. There is a procedural lawyer in an office five steps away from mine. But I take the phone and call someone who is even closer.
You have to design a whole neighborhood from scratch. Two weeks have passed of you talking about the increase of the demographics and the vernacular architecture of the area. Now it is time to draw. It is just interesting how it is easier to design with some kind of constraint, a hill, an existing group of houses, a landmark. However, this time you have a site that is completely flat, no hills, no vegetation, no buildings. It is your call the design of the streets, the blocks and the houses.
You see the white page in front and ask yourself where to begin. What is the basic size of a block? Of a floor plant? How does a beam hold itself up? There is an architect seating two desks away from you. But you take the phone and call someone who is even closer.
* * *
– “Dad, can you talk? I need help with something”.
– “Son, how are you, what is it?”
That is how our phone calls would begin when I was working in the law firm and now that I am studying in the design school. Always he has made the time to talk either in the court or in his construction site. Never, however, I had stopped to think, how come I could rely on him both for things of law and design.
The official version of my mind has always been to consider my father a very different person. That has been challenged now that I came to graduate school to complement law with design. I am not sure if my father is complementing anything with anything. He is more likely juxtaposing his profession with his original vocation; the Courthouse in the mornings and the construction site in the afternoons. But is it a coincidence that I am following a similar path? Or was it determined by my relationship with my father? And are our paths actually similar?
I think all of that is true and false. We both do law, but he would never become a scholar on it. We both do design, but I want to study it, not practice it. Perhaps we are identical, and at the same time the opposite. I always thought myself as choosing my path by preference, but I now realize that preference is shaped by life. What else could be chosen by a teenage reader of case files and construction supervisor. Perhaps this is the end of career assessment tests, and maybe I am just trying to fulfill the job description of a good son.
Smokescreens
It was so old that it felt natural to see it closed. Its look, its smell. Its locks were extremely worn-out, and its covering leather was so dark that its geometric decorations were almost lost. The old trunk was the place where for years my grandmother had kept her valued objects. It was also the place where she would keep the gifts that she used to bring from her trips to the US. Those treasures. I recall seeing the old trunk open only once every few months.
What might be inside now? Perhaps an extra-large bag of M&Ms.
As opposed to my other grandmother – my maternal grandmother, who had spent her retirement traveling around the world, I had always questioned the repeated trips of my paternal grandmother to the US – why spend so much money going always to the same place? The reason was that she used to go to visit her daughter about every other year. My grandmother’s oldest child had married an American about 30 years before. She had left Cusco and moved to Gothenburg, a small town in the American Midwest, that, as my father said to me with a smile when I tried to find it in the map of the US, “It’s not there, Gothenburg isn’t even in the map of Nebraska”.
From those trips, my grandmother would usually come back charged with a bunch of gifts. Except for some specific requests of my father or his brothers, my grandmother would be very cautious with what she brought. Most of the gifts would rest in the trunk awaiting the next birthday or Christmas celebration.
In those days in Cusco, she would spend her time seating in her bedroom, wrapped up with her immense jackets and always wearing her SAS shoes, watching ballet shows in the Film & Arts channel and perhaps eating some artichoke. But always just in an angle that allowed her to look in the direction of the trunk at the end of the corridor. Inevitably, as kids that trunk would cause my cousins and me a lot of anxiety every time we would visit my grandmother’s house.
What might be inside now? Maybe some board games as fun as the Guess Who game that arrived last year.
However, despite the curiosity and the consciousness of being so close to the content, we never did much advance in order to force it open. The fact is that not only the old trunk was locked, but it was also blocked with other objects. A candelabrum was always impassive on top of the trunk as a tribute to the painting of my deceased grandfather that hanged in the wall behind. The smell of the fire and the wax of the candle. The habit of my family of always leaving the lights of this room off. Everything seemed to warn you to be careful.
The only couple of times that I saw the trunk open were the occasions when Elena opened it. Elena used to be my grandmother’s aide. As such she was not only the keeper of the whole house but also the only person entrusted with the key to the trunk. She had been with my grandmother since before I was born and our affection ties with her had grown as much as her authority over all of the grandchildren of the house. Forcing the trunk and knocking down the candelabrum? I would not want Elena to catch me in that moment.
One day, she came with the keys that were hidden god knows where and opened it to take out a request of my grandmother. I was with Alvaro, maybe also with Arturo. Our children eyes immediately searched the interior looking for toys or candy. We could not see any. The trunk was full of documents and some office supplies. Perhaps legal documents, perhaps title deeds, nothing that I as a kid would be interested about. However, our disappointment was quickly broken when Elena took out a bundle of candy canes and gave one to each of us. We received them with immense joy, no such candy could be found in my hometown.
In an instant, the trunk would be closed again, the candelabrum replaced, and its contents hidden to us. All until it would be briefly opened months later to reproduce the same scene. In the new occasion, it would be some cherry Twizzlers the smokescreen to distract us from the old trunk and to keep alive the permanent curiosity about its content.
Napoleon
My name was given by my parents. My mother wanted me to be named after her father “Jose”, and told my father that he could add any other name before or after. He chose to add his own name after and I ended up being called “Jose Carlos”.
It is for me a little annoying to live with my name because it is impractical. Two names, though common in Peru, ends up being too long when sharing it with people. However, I can not share only one of the two names as many people do, because “Jose” or “Carlos” alone are too generic names. And I don’t identify myself with them, I am not Jose, nor Carlos. This has been even more problematic outside of my home country. It is quite difficult to share my name with foreigners for whom even its pronunciation gets complex.
I wonder how it would have been to have a more simple name. I think I would hate to have a very common one such as “Pedro” or “Diego”. In that case, I would prefer to keep “Jose Carlos”. However, it might have been incredible to have an uncommon one-word name such as “Hercules”, “Ulises” or “Napoleon”.
Despite of all, I think I have come into terms with Jose Carlos. The nickname of “Seca”, that people have used to call me since I can remember, helps to have a one-word label. And also it has helped to think about people like Mariategui and Borges that might have shared this thought at least for some moments.
Los Respetuosos
No importa tu tamano, ni lo que en ese momento tengas entre las manos, al ver la senal te tienes que agazapar, tratar como sea de esconderte entre los chatos arbustos y quedar en silencio. Los ojos todos se enfocaran en esas dos personas. La mama que lleva de la mano a su pequeno y que se detiene de improviso. Con esa naturalidad en su movimiento se agacha a los pies del nino para amarrarle las zapatillas. El nino casi instintivamente extiende sus brazos a los costados, preparandose para mantener el equilibrio y con una gracia casi torpe trata de levantar su pie pero consigue mas que todo levantar su rodilla. La mama lo regresa a su posicion normal, con solo un distraido gesto, con casi solo su voluntad, sin tocarlo o mirarle a los ojos. Y tirandose el bolso hacia la espalda empieza a atar los cordones. Y lo hace en tres partes. Primero entrecruza las agujetas y tira de ellas fuertemente. Luego hace una oreja y la asegura con un nudo. Finalmente hace la segunda de las orejas, asegura el nudo y acomoda los excesos. Cuando se levanta y lo toma de la mano para seguir caminando, las imagenes vuelven a difuminarse y la bulla de los espectadores renace progresivamente. Ya se escuchan algunos gritos. Se escuchan algunos reclamos. Y sientes que alguien esta detras de ti, esperando a que dejes de interrumpir el camino.