Archivo por meses: octubre 2019

La Revolución y la Tierra

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Una vez cuando tenía unos cinco o seis años estábamos con mi familia en el canchón de nuestra casa en Andahuaylillas. Mientras mi papá y algunos tíos tomaban un ron alrededor de una fogata, yo cogí una rama que había estado cerca de las llamas. La punta de la rama ya había empezado a quemarse y se había vuelto como una pequeña brasa. Al mover la rama encontré divertido empezar a sacudirla y a moverla en círculos, viendo cómo la ilusión óptica hacía que apareciera un redondo anaranjado por donde yo movía con rapidez el pedazo de madera que había convertido en una suerte de antorcha. De pronto mi mamá se acercó a mí y me exigió que dejara de hacer aquello. Sin prestar demasiada importancia pero sin tampoco hablar en tono de broma, me dijo que no hiciera esos movimientos, que esas señales eran las que hacían los senderistas.

En medio de las palabras del relator, aparece de fondo la imagen de unos cerros en casi total oscuridad, seguramente vistos desde la ciudad, desde alguna ciudad en la sierra, ¿tal vez Cusco? ¿tal vez una ciudad oscurecida por el atentado contra una torre de transmisión eléctrica? Y lo único que resalta es la imagen de la hoz y el martillo. Una señal anaranjada dibujada en la pendiente del cerro a través de fogatas y antorchas, una de las tantas acciones de Sendero que manejaba tan deliberadamente su maquinaria propagandística.

Hace algunos meses, Marco Avilés, autodenominado periodista, cholo e inmigrante, fue a una entrevista en RPP. Lo entrevistaron con suavidad Patricia del Río y con evidente hostilidad Aldo Mariátegui. El tema de la discusión fue el de la identidad peruana, la identidad chola, la discriminación y la Lima migrante actual. El video de la entrevista circuló un poco por las redes sociales mostrando la forma déspota de Mariátegui de tratar al entrevistado, reproduciendo con la entrevista las interacciones que a diario se dan en una sociedad como la peruana y, en particular, la limeña que no se ha encontrado a sí misma y que cada vez parece más lejos de hacerlo con la velocidad a la que va desarrollándose. Apenas vi la entrevista comenté en el post la frase “el problema del indio”. Evidentemente un par de personas me comentaron de inmediato reprochándome la frase que ellos sentían dirigida despectivamente a la actuación de Marco Avilés en la entrevista. Sabiendo que ello sucedería respondí inmediatamente que con el término “el problema del indio” me había referido al problema de identidad del peruano que se discutía en la entrevista. Mencioné que ese era el término que el mismo José Carlos Mariátegui usaba en sus siete ensayos para referirse al tema de la discusión entre Avilés y Mariátegui (Aldo) – José Carlos se refería entonces más que todo al problema del indio desde una perspectiva económica marxista, lo que naturalmente no incluí en el debate en redes sociales – y me di por satisfecho con haber compartido con un par de peruanos más eso que comento desde hace diez años a aquellos con quienes nos surgen conversaciones profundas: el problema fundamental del Perú es el problema del indio. Lo dice José Carlos.

En la pantalla gigante del cine veía que José Carlos Mariátegui aparecía al fondo en banderolas y gigantografías en las actividades del SINAMOS durante los años setenta. Sin embargo, al frente siempre estaba el sombrero de copa y cabello largo del peruano original: Tupac Amaru. Al ver ello me molestaba ligeramente que se hubiera exaltado en los años de Velasco a la figura de Tupac Amaru, José Gabriel. Un mal estratega militar a juzgar por sus erróneos cálculos en el sitio del Cusco y cuyas cartas no mostraban una clara idea de cómo proceder en caso de tomar el poder, ¿abolir todos los tributos y cargas y después qué? José Gabriel, una persona más bien pasional y descarrilada, más que un líder astuto. Tal vez su utilidad histórica está más en la relación magnífica de complementariedad que tenía con Micaela. Pero bueno, al final del día, tenía que ser Tupac Amaru, el hombre al que los caballos no pudieron descuartizar, solo a él le podían dibujar esos músculos y ropa rasgada, no al enjuto José Carlos Mariátegui.

El Congreso

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El Congreso no es una asamblea de personas, es un edificio. Y mis padres lo visitaron. Mi padre y mi madre habían tenido muchos vaivenes en su relación. Yo siempre miré todo ello expectante. Sin embargo, en esos vaivenes un día visitaron juntos el Congreso de la República y fueron felices. La ocasión quedó registrada en una foto, no recuerdo ahora si fue en las graderías superiores desde donde se ve el hemiciclo o si tal vez fue en esa explanada posterior que da hacia el Jirón Andahuaylas. No recuerdo tanto, solo pienso en las sensaciones que me generaron esa. Me parece que la tomó mi tía Roxana Rivera, ella vivía y vive en Lima, tal vez les habría acompañado en su paseo por la ciudad, en su paseo y sus papeleos, creo que estaban en Lima por tener que hacer algo como renovar alguna licencia o quizás sacar el pasaporte. En esas idas y venidas, Roxana les habría conseguido la manera de visitar el hemiciclo del Congreso a través de algún familiar o conocido, o tal vez ya entonces había algún programa de visitas ciudadanas al edificio, aunque dudo que haya sido algo así de sencillo. Lo cierto es que era significativa la ocasión porque nosotros vivíamos en Cusco y el Congreso es algo con lo que se convive solo por los periódicos y la televisión. Imagino que durante ese día caminaron por el centro de Lima, visitaron Gamarra y el Barrio Chino y se pasaron luego a la visita del Congreso. Contra lo usual, mi padre estaba solamente con una camisa blanca de manga corta y mi madre con una blusa encajada negra, es decir, no estaban vestidos informalmente pero tampoco había nada en su atuendo que demostrara la tensión del quehacer diario. Estaban de visita, estaban paseando, estaban relajados y sonrientes, estaban incluso con unas bolsas de compras en las manos. Yo vi esa foto y la miré por largos instantes. Me alegró mucho por la feliz ocasión de esa visita. Valoraba la visita por la importancia del lugar, por lo inaccesible de la institución. Eso le daba el valor a ese reencuentro de ellos. Habían ido juntos a visitar el Congreso y aquello representaba algo para ellos, y para mí. No sé y no me he preguntado quiénes eran los congresistas entonces.