Archivo del Autor: Carlos Arturo Caballero Medina (Charlie)

Acerca de Carlos Arturo Caballero Medina (Charlie)

Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Aspirante al Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Nacional de Córdoba Integrante del equipo de investigación "Cartografías literarias del Cono Sur" y del Centro de Investigaciones de la Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba

“Ni con miles de versos harás la revolución”

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Siguiendo un poco la línea del post anterior, estuve escuchando un poco de Gotan Project, quienes hacen música chill out. Al escuchar esta canción de inmediato averigué si era la adaptación de un poema y sí lo era. Estaba seguro que lo era por el ritmo. La voz inconfundible de Cecilia Roth (la ex de Fito Páez) le daba un cuerpo y una atmósfera especial a este poema de Juan Gelman, poeta argentino recientemente premiado con el Cervantes. (Gelman fue perseguido por el régimen militar y estuvo exiliado fuera de Argentina durante varios años).

Este poema reflexiona como lo pueden ver acerca del compromiso del escritor. ¿Qué tanto la literatura podía contribuir con el cambio social? Muchos de la generación 60 y 70 les parecía que sí. Hoy existe más consenso de que se trata de una cuestión individual. Románticos o no, los viejos socialistas se entusiasmaron mucho con la canción revolucionaria.

Aquí los dejo con este poema. Disfrútenlo. Más adelante les prometo más cine, música otras cuestiones.

Gotan Project – Confianzas (Letra de Juan Gelman)

Se sienta a la mesa y escribe…

Con este poema no tomarás el poder, dicen…
Con estos versos no harás la revolución, dicen…
Ni con miles de versos harás la revolución, dicen…

Y más…
Esos versos no han de servirle para que
peones, maestros, hacheros
vivan mejor, coman mejor.
O él mismo coma, viva mejor.
Ni para enamorar a otros servirán.

No ganará plata con ellos.
No entrará al cine gratis con ellos.
No le darán ropa por ellos.
No conseguirá tabaco o vino por ellos.
Ni papagayos,
ni bufandas,
ni barcos,
ni toros,
ni paraguas conseguirá por ellos.
Si por ellos fuera,
la lluvia lo mojará.
No alcanzará perdón o gracia por ellos.

Con este poema no tomaras el poder, dicen…
Con estos versos no harás la revolución, dicen…
Ni con miles de versos harás la revolución, dicen…

Se sienta a la mesa y escribe…

CLIP de CONFIANZAS – GOTAN PROJECT

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“Ni con miles de versos harás la revolución”

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Siguiendo un poco la línea del post anterior, estuve escuchando un poco de Gotan Project, quienes hacen música chill out. Al escuchar esta canción de inmediato averigué si era la adaptación de un poema y sí lo era. Estaba seguro que lo era por el ritmo. La voz inconfundible de Cecilia Roth (la ex de Fito Páez) le daba un cuerpo y una atmósfera especial a este poema de Juan Gelman, poeta argentino recientemente premiado con el Cervantes. (Gelman fue perseguido por el régimen militar y estuvo exiliado fuera de Argentina durante varios años).

Este poema reflexiona como lo pueden ver acerca del compromiso del escritor. ¿Qué tanto la literatura podía contribuir con el cambio social? Muchos de la generación 60 y 70 les parecía que sí. Hoy existe más consenso de que se trata de una cuestión individual. Románticos o no, los viejos socialistas se entusiasmaron mucho con la canción revolucionaria.

Aquí los dejo con este poema. Disfrútenlo. Más adelante les prometo más cine, música otras cuestiones.

Gotan Project – Confianzas (Letra de Juan Gelman)

Se sienta a la mesa y escribe…

Con este poema no tomarás el poder, dicen…
Con estos versos no harás la revolución, dicen…
Ni con miles de versos harás la revolución, dicen…

Y más…
Esos versos no han de servirle para que
peones, maestros, hacheros
vivan mejor, coman mejor.
O él mismo coma, viva mejor.
Ni para enamorar a otros servirán.

No ganará plata con ellos.
No entrará al cine gratis con ellos.
No le darán ropa por ellos.
No conseguirá tabaco o vino por ellos.
Ni papagayos,
ni bufandas,
ni barcos,
ni toros,
ni paraguas conseguirá por ellos.
Si por ellos fuera,
la lluvia lo mojará.
No alcanzará perdón o gracia por ellos.

Con este poema no tomaras el poder, dicen…
Con estos versos no harás la revolución, dicen…
Ni con miles de versos harás la revolución, dicen…

Se sienta a la mesa y escribe…

CLIP de CONFIANZAS – GOTAN PROJECT

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Los intelectuales y el compromiso social

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Recomiendo leer Sobre los intelectuales y la esfera pública de Gonzalo Gamio

En la cinta Sartre: años de pasión, se narra parte de la vida de Jean Paul Sartre y de Simone de Beauvoir, precisamente, sus años intelectualmente más fecundos. Una de las escenas más entrañables fue cuando Sartre y Beauvoir visitan Cuba y el propio Fidel Castro funge de guía en la isla. Cuando de pronto de topan con un ama de casa quien airadamente reclama al comandante por la refrigeradora malograda que hace semana nadie repara, el mismo Fidel en persona decide solucionar el problema ante la mirada escéptica de Simone de Beauvoir y el éxtasis revolucionario de Sartre. Luego de infructuosos intentos, el comandante indicó a la señora que ordenaría a uno de sus ministros para que en persona resuelva el desperfecto de su refrigeradora. Sartre no cabía en sí mismo de la emoción por el accionar del comandante Castro a quién le preguntó “¿y cómo le llama ud. a esto?”, a lo que Castro respondió “se trata de la democracia directa, todo lo que nos piden, se los damos”. Simone de Beauvoir preguntó de inmediato, “pero dígame comandante, ¿y si le piden la luna?”. Castro se detuvo, dio una intensa pitada a su habano y contestó muy orondo, “bueno, si me piden la luna es porque la necesitan”. Ni hablar, ¡al diablo el existencialismo!

Ahora bien, ¿qué hacer cuando la sociedad les pide la luna a los intelectuales? Creo tener algunas certezas al respecto, más concretamente, en lo que la sociedad debiera esperar de sus intelectuales. Si bien no estamos viviendo la euforia de mayo del 68 ni las marchas en protesta contra la guerra de Vietnam y tampoco disponemos de referentes en la cultura de masas como los íconos musicales que se reunieron en las colinas de Woodstock, existe una variedad de acontecimientos que merecen la atención de los intelectuales, aquella especie aparentemente en extinción a partir de 1980 —hecho coincidente con la consolidación del neoliberalismo a lo Reagan y Thatcher, como política económica en el Primer Mundo— . Dejaré pendiente la pregunta inicial para dar paso a otra no menos importante: ¿Qué debemos esperar de un intelectual en una era post muro de Berlín, post Torres Gemelas y, en general, post ideológica?

Si bien los pronunciamientos de un intelectual, o sus ideas, pueden generar acciones concretas, sus intervenciones poseen un carácter eminentemente simbólico (simbólico aquí no significa inocuo, sino referencial, es decir un conjunto de ideas-modelo a seguir). Es por ello que el resultado del accionar intelectual no debe ser evaluado necesariamente en términos prácticos, como el sastre que mide la talla de una prenda o como el despensero que despacha un kilo de arroz, sino mediante la actitud que el pensador asume, la cual puede oscilar entre la acción directa o la manifestación simbólica de sus ideas. Recordemos a Sartre y a Marlon Brando. Muchos de los más notables intelectuales franceses y europeos criticaron denodadamente a Sartre cuando este rechazó el Premio Nobel de Literatura. Estemos o no de acuerdo con esa decisión, lo cierto es que el autor de La náusea actuó por convicción y en estricta correspondencia y, en primer lugar, con sus ideas entre las que destacaba el compromiso del escritor con su sociedad. El caso de Brando fue similar: a pesar del reconocimiento de la crítica especializada, durante un buen tiempo se convirtió en un paria, ya que ninguna productora de Hollywood quería contar con sus servicios debido a sus actitudes díscolas e impredecibles. Rechazó el Oscar en protesta por el acoso que el gobierno norteamericano aplicaba contra los indígenas en sus propias reservas. Brando desafío las barreras que restringían el protagonismo de un actor más allá del estudio de grabación y decidió hacer manifiesta su protesta. En ambos casos, la frontera entre la manifestación simbólica y la acción concreta de un intelectual o de cualquier figura pública puede parecer difusa, ya que, siempre que estos actúen por convicción, el resultado será el mismo: mostrar y demostrar que el cambio comienza con las ideas.

No obstante, el intelectual, el artista, el académico, el político, el comunicador, el ciudadano común, entre otros, poseen distintas formas de manifestar su disconformidad con lo establecido. Un intelectual, a diferencia de un académico, tiene un compromiso moral con su sociedad y con su época, el cual va más allá de los límites de su especialidad profesional. Sin embargo, no se le puede exigir a un intelectual que resuelva todos los problemas sociales al estilo de la democracia directa de Fidel Castro. Para ello existen instancias competentes, las cuales no deberían evadir su responsabilidad en el cambio social: el Estado y las instituciones sociales, aquellas que nacen de iniciativas privadas como las ONG’s, asociaciones civiles sin fines de lucro, partidos políticos, medios de comunicación, frentes regionales, etc. ejercen todos juntos una influencia determinante en la vida nacional. Entonces, ¿el intelectual debe convertirse en un mero espectador de la miseria humana y contemplarla desde su torre de cristal? No. Lo que sucede es que su participación en dicho cambio tiene varias aristas, las cuales no se reducen exclusivamente a la acción o a la militancia partidaria. Gandhi, la madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King y muchos otros sin ser intelectuales o ideólogos en estricto sentido contribuyeron al cambio social desde el lugar donde mejor lo hacían. ¿Deberíamos recriminarles por no haber formulado un cuerpo sólido de ideas? Análogamente, ¿Sería sensato fustigar a Mariátegui como un intelectual incompleto porque no pasó a la acción? ¿Restaremos valor a las ideas de González Prada porque se refugió en su hogar durante la ocupación chilena? A propósito, es pertinente releer “El intelectual y el obrero”, texto en el cual el autor de Horas de Lucha no encuentra conflicto entre la labor de ambos, sino que las entiende como complementarias: cada uno desde su lugar puede aportar al cambio social.

En este sentido, la exigencia de la acción directa a un intelectual o a un artista, a manera de un imperativo impostergable, podría desnaturalizar sus roles y, lo que es peor, quitarles independencia política e ideológica. En todo caso, se trata de una decisión individual, en la que las convicciones personales deben encontrarse por encima de cualquier coacción social, ideológica o política. De ninguna manera estaré de acuerdo con que la agenda individual de un intelectual esté conducida por otra motivación que no sea el convencimiento interior de creer en lo que piensa para luego hacer lo que piensa por una sencilla razón: no creo en los intelectuales ni en los revolucionarios que actúan por reflejo. La solución de los problemas sociales demanda la movilización de una logística que muchas veces excede las facultades de cualquier iniciativa individual por muy bienintencionada o altruista que esta sea. Siempre que un intelectual, un ideólogo o un revolucionario pretendieron llevar a la acción sus ideas, tuvieron que ampararse en el espíritu corporativo de alguna organización lideraba por ellos o que los apoyara.

Entonces ¿qué debemos exigirle a un intelectual? 1) que sea consecuente con sus ideas, es decir que predique con el ejemplo, 2) tomar postura y pronunciarse frente a hechos concretos, 3) colocar la ética por encima de la ideología y de la política (lo cual sea, tal vez, la demanda más difícil de cumplir: no separar la política de la moral). 4) Proponer iniciativas de cambio y convertirse en un formador de opinión, en un referente para su sociedad y su época. Todo ello, a mi modo de ver, es lo que deberíamos esperar de un intelectual. Pero exigirle la solución de la triste realidad de los más necesitados es un propósito que, como indiqué antes, puede exceder sus facultades, aunque indirectamente contribuya con aquello. En consecuencia, no les pidamos la luna, exijámosles, más bien, que tengan bien puestos los pies en la tierra.
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Réquiem por la libertad de expresión en el Perú

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Arturo Caballero Medina

ACTUALIZACIÓN: Recomiendo también la lectura del interesante post “El encanto de la sumisión” de Gonzalo Gamio sobre este tema

El encarcelamiento de Magaly Medina y los petroaudios y correos electrónicos de Rómulo León son los temas que continúan acaparando los principales titulares en los medios de comunicación nacionales. Atrás quedaron la inflación, los conflictos sociales en el interior del país, los esporádicos ataques del narcoterrorismo, la crisis económica mundial y ni qué decir del juicio a Fujimori. La mayor parte de la opinión pública está interesada en saber si Magaly saldrá o no de la cárcel, en las amantes de Rómulo León y los secretos que guarda, y en quiénes serán las próximos héroes y soñadores en Bailando por un sueño. Sin embargo, en comparación con estos sucesos, muy pocos están realmente preocupados por la salida de Augusto Álvarez Rodrich de la dirección de Perú 21 y de los principales columnistas de ese diario. (Y creo que mucho menos por la reunión de APEC, más bien noto a la población algo dividida: bien por el feriado largo, pero fastidiada por el cierre de calles y avenidas).

Es que existen ciertos temas talismán que provocan en la población una gran fascinación. Esto lo saben muy bien los expertos en marketing y publicidad: el asunto consiste en crear necesidades en el consumidor y convencerlo de que realmente requiere de aquello que, usualmente, prefería prescindir. En el caso de los medios de comunicación social, no es muy distinto, como podemos apreciarlo diariamente, ya que la agenda política nacional no la establecen los partidos políticos ni los intelectuales ni siquiera el gobierno: son los medios de comunicación quienes discuten sobre las cuestiones de interés nacional, son los periodistas de opinión quienes han reemplazado a los intelectuales en el cuestionamiento del poder, a veces acertadamente, y otras, de manera vergonzosa. A los políticos solo les toca la risible tarea de alimentar este circo, sin embargo, también generan pasiones encontradas en la opinión pública.

En este contexto nada promisorio ¿qué hacer con la libertad de expresión? ¿qué tan reales son las libertades cuando se constituyen solo como una arenga y no como una costumbre cotidiana y responsable? Personalmente, considero que la libertad de expresión en el Perú es un tema utilizado de manera oportunista por parte de sus eventuales defensores. A continuación, expongo las razones que sustentan mi postura.

En primer lugar, cuando un gobierno socialista o dictatorial aplica censuras a la información, todos los medios de comunicación, con sus figuras más emblemáticas a la cabeza, cierran filas en defensa de la libertad de expresión. Así ocurrió, recordarán, cuando los periodistas más connotados del país (¿digo bien o debería decir más bien de Lima?) protestaron airadamente frente a la embajada de Venezuela debido al cierre de un canal de televisión en ese país; pero luego de enterarnos de la salida de Álvarez Rodrich de Perú 21, la indignación de la mayoría de esos periodistas brilla por su ausencia: se la guardaron de la misma forma que Federico Salazar, Mónica Delta y Nicolás Lúcar durante el fujimorato. A pesar de que lo de Perú 21 nos toca directamente, salvo algunas voces como Rosa María Palacios, un poco menos Beto Ortiz y, esto hay que reconocerlo, los bloggers y cientos de comentaristas que los frecuentan, en la prensa, radio y televisión ha rebotado muy débilmente esta noticia.

En contraste con lo anterior, cuando se trata de un gobierno liberal, apoyado por cifras macroeconómicas favorables, la indignación de algunos de aquellos periodistas antichavistas es mucho menos intensa. Me viene a la mente el caso de Frecuencia Latina cuando Montesinos favoreció a los hermanos Winter para quitarle el canal a Baruch Ivcher. Contrariamente a lo que sucede hoy, muchos periodistas protestaron abiertamente contra esta decisión. (Aunque también tuvo sus bemoles —Fernando Viaña defendió ardorosamente el canal contra la intervención de los Winter, pero, años después, integró una lista al congreso por el fujimorismo— dicha reacción decía mucho de lo que vendrían los años siguientes).

No sucedería igual con la salida de Fernando Ampuero de la unidad de investigación de El Comercio ni con la de Álvarez Rodrich de Perú 21. Al respecto, Cecilia Valenzuela lamentó la salida de ambos periodistas, pero atribuye la causa a una manipulación deliberada de los petroaudios y petromails que tuvo en ciertos periodistas, como Fernando Rospigliosi, a tontos útiles que le hicieron el juego a los que quieren desestabilizar la democracia. No sé si Cecilia les hace un favor o los recrimina. Como lo dije antes, existen temas más atractivos para la opinión pública y mientras los propietarios de los medios de comunicación estén más pendientes de la rentabilidad que de los principios que conducen la labor periodística, le darán al consumidor lo que le gusta, ya que así aseguran su cuota de participación en el poder entendido como capacidad de influencia.

Siguiendo esta línea, en el caso de Magaly, muchos periodistas de opinión sostuvieron que la sentencia era desmesurada y algunos alegaron que constituía un mal precedente para la libertad de expresión. Paradójicamente, esos mismos no emitieron opiniones tan vehementes respecto al caso Álvarez Rodrich, cuyas reacciones, como dije antes, fueron más bien aisladas, tímidas. Todos se hacían el muertito porque nadie quería comprarse el pleito. La moral de la responsabilidad se impuso a la moral de la convicción: actuaron por cálculo, evaluando reacciones, daños y perjuicios, costo y beneficio; y no por salvaguardar su propia integridad moral que, a la postre, es lo único que sostiene la credibilidad de un periodista. Sino que nos lo recuerde Nicolás Lúcar luego de protagonizar en vivo y en cadena nacional aquel vergonzoso infundio contra Valentín Paniagua.

Jorge Del Castillo explica la salida del director de Perú 21 como una decisión empresarial de los propietarios de El Comercio. Por lo tanto, no es que el Ejecutivo haya tenido algo que ver, sino, por el contrario, se trataría de una decisión autónoma en la que el gobierno no tiene ingerencia alguna. Flaco favor el que le hace Del Castillo a la nueva dirección de El Comercio porque, así como lo plantea, se trata de una decisión empresarial, utilitarista, calculadora, donde la ley de la oferta y la demanda, del costo-beneficio se impusieron a la autonomía que debe garantizar un medio a sus periodistas tanto para asumir el éxito como los perjuicios de su actividad. Asimismo, el mercado también nos explica el porqué del silencio cómplice de los periodistas estilo “protesta frente a la embajada de Venezuela en defensa de la libertad de expresión”. La oferta y la demanda nos dicen que la salida de Álvarez Rodrich no es rentable ¿quién lo conoce? ¿lo leerá el chofer de combi, el datero o el cobrador? No. Todos quieren conocer los faenones de Rómulo o si Lucianita era el cerebro de la operación. Como vemos, la calidad de las exigencias periodísticas de gran parte de la opinión pública son muy pobres, sino pensemos porque Laura Bozzo, Jaime Bayly y Magaly tuvieron tanto éxito.

A gran parte de la opinión pública poco le importa que un medio como Perú 21 haya sido silenciado tan sutilmente. El pretexto de la decisión empresarial es el velo que intenta cubrir el hecho de que existen métodos más refinados para coactar la libertad de expresión. El APRA ha perfeccionado la técnica fujimontesinista, ya que comprar líneas editoriales es muy riesgoso; tal vez los accesos al poder o compartir parte de este es más atractivo para aquellos propietarios de medios y para ciertos periodistas que alimentan la imagen del oficialismo en perjuicio de su propia credibilidad. Entonces, ¿Cómo puede sentir el ciudadano de a pie amenazada su libertad de expresión si no sabe como fortalecerla y mucho menos ponerla en práctica? ¿Cómo hacerlo si quienes deberían cuestionar el poder carecen de espíritu crítico? Tarea difícil. Traslado la pregunta a Cecilia Valenzuela.

¿Dónde están aquellos que se rasgaron las vestiduras por el cierre de un canal de televisión en Venezuela? Hoy callaron en todos los idiomas. Es así como defienden la libertad de expresión en el Perú y así como contribuyen a su desaparición. Muere aplastada por el silencio cómplice de los que no se atreven a decir que condicionaron su indignación a la rentabilidad del mercado. Desde aquí, mi solidaridad con Augusto Álvarez Rodrich, con todos los ex columnistas de Perú 21 y un especial reconocimiento a los que desde adentro, como Eduardo, Giacosa y al entrañable “Otorongo” (quien protesta sin cabeza), entre otros tantos quienes no esconden su rechazo contra una medida tan arbitraria y que no se tragan el cuento de la decisión empresarial autónoma sin ingerencia del gobierno.
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300: la ideología detrás de la pantalla

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Durante el 2007, George W. Bush solicitó al Congreso de los EEUU una ampliación en el presupuesto para solventar la guerra en Irak. Este objetivo era muy importante con vista a las elecciones de 2008, lo cual evidenciaba la premura por obtener resultados positivos y concretos que convencieran a la opinión pública norteamericana de que la “guerra contra el terror” la ganaría EEUU, por lo que, era vital no capitular en ese momento decisivo. En este contexto, se estrenó 300, a nivel mundial, a mediados del año pasado.

Frente a la afirmación de que los medios de comunicación no poseen mayor influencia en la difusión de una ideología dominante y que, en consecuencia, sus productos resultan inocuos o inofensivos, que, a lo sumo, inducen u orientan al consumidor, me adhiero a la postura que sostiene lo contrario, es decir que los mass media, efectivamente, son los vehículos que transmiten y amplifican una determinada ideología. En este sentido ¿cuál es la ideología detrás de la película 300?

Existen antecedentes acerca de producciones mediáticas creadas especialmente con una finalidad más allá que la comercial: el cómic Capitán América fue muy popular durante la Guerra Fría y sirvió para levantar el animo de los soldados estadounidenses destacados en plena guerra de Corea. Durante los años de la gran depresión del 29, Walt Disney diseñó al famoso ratón Mickey Mouse que, deliberadamente o no, contribuyó a disipar las preocupaciones de los norteamericanos acerca de la crisis económica. 300 cumple un papel similar. Cabe resaltar que estas repercusiones no siempre están contempladas por quienes crean el producto.

El filme, dirigido por Zack Snyder, es una adaptación del cómic de Frank Miller basado a su vez en la batalla de las Termópilas. Según la trama, Leónidas, rey de Esparta, enfrenta el dilema de acatar las leyes religiosas que impiden combatir durante determinada época y defender a su pueblo contra la amenaza persa. Leónidas no había obtenido de los éforos, especie de consejeros cuya ascendencia sobre los reyes era notable, concesión alguna: debía renunciar a combatir durante las celebraciones religiosas. En el diálogo que sostiene Leónidas con su esposa Gorgo, ella lo emplaza a que siga sus propias convicciones, ya que la lucha por la libertad es una razón suficiente por la cual combatir. Situación análoga a la que el presidente de los EEUU enfrentó, salvando las distancias históricas y éticas, luego del 11 de septiembre: acatar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo veto a la intervención era inminente, o actuar de manera arbitraria, como finalmente lo hizo la coalición EEUU-Reino Unido-España.

Por otro lado, la petición de la reina Gorgo ante el senado espartano bien podría evocar las que el Ejecutivo de los EEUU demandaba de su Congreso. La paráfrasis del discurso de Gorgo es más o menos así: nuestros soldados se encuentran combatiendo lejos de la patria, en inferioridad de condiciones, por nuestra libertad y nosotros tenemos el deber moral de apoyarlos. ¿Vamos a abandonarlos ahora cuando más nos necesitan? Está en juego no solo el bienestar de Esparta, sino de todo el mundo libre. Basta de discusiones inútiles, es hora de pasar a la acción. De esta manera, las instituciones que se encargan de velar porque las leyes no se transgredan quedan reducidas a un obstáculo burocrático e impráctico que no hace más que dilatar la victoria final.

Otro aspecto que merece ser analizado es el estereotipo reforzado en la trama de la cinta. Los persas son retratados como la encarnación misma del mal, de la barbarie y de todas las tragedias que asolarán al mundo libre. Se trata de una perspectiva dicotomista que no admite matices intermedios: espartanos-occidente-civilización-libertad-sacrificio; persas-oriente-barbarie-mercenarismo. Mientras los espartanos son presentados con unos cuerpos apolíneos, perfectamente cultivados para la guerra, los persas conforman un ejército multiétnico que no lucha por convicción, sino por temor al tirano Jerjes. Estos últimos carecen de estrategias, son cobardes, estéticamente desagradables -los inmortales cubren un rostro deforme con una máscara; los generales de Jerjes son gordos e ineptos para la guerra- y parte de una cultura degradada (los gigantes deformes, las mujeres mutiladas que participan de la fiesta orgiástica de Jerjes, lesbianismo, brujería entre otros dan cuenta de esto). Esta visión maniquea sobre las culturas tiene su principal ejemplo en el contraste entre Leónidas y Jerjes. Aquel es un hijo de Esparta criado para luchar hasta morir por sus ideales, es valiente y físicamente esbelto, lo cual resalta su masculinidad; en cambio, el androginismo de Jerjes lo expone como un ser totalmente opuesto a los valores que encarna el rey de Esparta: no lucha, es delgado y enclenque, y parece más un estilista amanerado que un estratega militar.

Todo esto calza en el discurso que George W. Bush enarbolaba en su lucha contra el terrorismo mundial. EEUU, a la cabeza del mundo libre, tenía el deber moral de combatir a aquellos que quieren imponer el terror y acabar con la cultura de la libertad -a la cual asume como propiedad exclusiva de occidente-. Si 300 hubiera sido estrenada entre 2002 y 2004 (la filmación se inició el 2005) de seguro que habría sido de mayor utilidad para el gobierno estadounidense, aunque, en aquellas circunstancias, lo “políticamente correcto” era apoyar la guerra en Afganistán e Irak. Osama Bin Laden y Sadam Hussein reunían el perfil del tirano que los EEUU necesitaban para justificar su intervención en nombre de la libertad, la democracia y la seguridad mundial. En alguno de los alucinados discursos de Bush, estoy seguro que lo oí decir que esta era una lucha entre el “bien y el mal” y, por supuesto, occidente, en su conjunto, el modo de vida que habían construido, dependía de lo que los EEUU hicieran o dejaran de hacer en ese instante.

La escena final es también muy sugestiva: la batalla de Salamina congregó a todo el mundo griego en una especie de cruzada en defensa de la libertad y contra la barbarie que viene del oriente. En las palabras del soldado que combatió con Leónidas, los espartanos lideraron ese variopinto ejército multinacional cuyos gobernantes comprendieron al fin que el sacrificio de los 300 espartanos en las Termópilas no debía ser en vano.

Entonces, ¿cuál es la ideología subyacente al discurso de 300 en el contexto en el que aparece? Que ciertas culturas son propietarias de valores universalizables y, por consiguiente, tienen la potestad de defenderlas a toda costa, aun si para ello hay que quebrantar la institucionalidad jurídica. Estar convencido de que la libertad y la democracia son consustanciales solo a occidente es una idea muy peligrosa porque implica no solo defensa de estos valores, sino, eventualmente, hacerlos extensivos a otras civilizaciones “por el bien de ellas mismas”. Sin embargo, aunque ello sea justo, racional y correcto, no se justifica la imposición de sistemas por la fuerza.

Antes de que los 300 espartanos fueran aniquilados por los persas, un niño le preguntó a su papá en el cine “si los buenos iban a morir”. No oí la respuesta del padre. En vez de eso, vimos cómo los 300 espartanos fueron traicionados por Efialtes y que entregaron sus vidas por un ideal del cual estaban plenamente convencidos. Por su parte, los soldados norteamericanos seguramente pronto caerán en la cuenta de que ellos también creyeron en Efialtes-Bush: el traidor que nunca les dijo la verdad. Afortunadamente, al menos en esto, acertó Snyder “sin querer queriendo”.

VIDEO PROMOCIONAL DE 300

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Un cuento borgiano

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Estimados lectores, a continuación publico un fragmento del cuento que escribí y que fue premiado en un concurso reciente. Es excesivamente deudor de los cuentos de Borges, pero júzguenlo ustedes.


BERGEN

“Where the curtain of light becomes darkness
Sigfried waits a second opportunity to retaliate”

Kjimlson Däel. Valkyria, I, 234-235.

La ventana dejaba ingresar una tornasolada ráfaga de luz que iluminaba la habitación en penumbras, como un brazo de sol que se abre paso entre las húmedas paredes de una caverna cincelada por el viento y el sol de mediodía. Strindberg, Ibsen, Kierkgäard, entre otros, reposaban sobre el escritorio de Alejandro Alencastre, primogénito de la familia Alencastre Sarmiento, hijo don Manuel Alejandro Alencastre, juez de primera instancia de la comuna de San Francisco.

El joven Alencastre, a sus escasos 13 años, contaba en su inventario de lecturas con libros de asombroso calibre como El viaje imaginario de Sir Warthon Wallace, de Frederick Southampton, escritor proscrito durante la Inglaterra victoriana debido a sus deliberados excesos en materia de astronomía náutica. Southampton había anunciado la llegada de Hercólubus, el planeta rojo, el Ajenjo del Apocalipsis de San Juan, basado en cálculos de dudosa credibilidad para la época, lo cual le mereció la encarcelación y la vergüenza pública de la retractación. El joven Alencastre había llegado a él por medio de una cita de Magno Tracio en su tratado Supranaturalis, donde el cartógrafo escocés daba cuenta del viaje realizado por Sir Warthon Wallace — caballero de la orden de Majorbrigde y natural de Dundalk, Irlanda— en el año de 1425. El diario de viajes de Wallace indicaba que más allá del Círculo Polar Ártico existía un camino que conducía a las profundidades descritas por Dante casi dos siglos antes en su famosa Commedia. También hubo leído el magnífico relato de Roric —el vikingo que atravesó el Atlántico norte siguiendo la ruta inconclusa de sus antepasados, quienes daban cuenta de “unas tierras más allá de Kalaallit Nunaat”— en versión de Därsen Pollack, erudito filólogo de la Universidad de Bergen. Pollack se tomó la licencia de titular el diario del vikingo rojo como La Odisea Normanda.

Pero lo que más llamaba la atención era la fruición con la que el joven Alencastre se dedicaba a estos menesteres ajenos a los muchachos de su edad: provisto de libros sobre la historia de los pueblos normandos, las leyendas de las sagas islandesas y uno que otro dato obtenido en la biblioteca de la comuna de San Francisco, era usual verlo rodeado de notas, pisapapeles, mapas y cartas de condiscípulos que, como él, compartían la devoción por los relatos de viajes. Even Underlid Sandvik, asistente del profesor Pollack, mantenía una fluida correspondencia con Alencastre, toda vez que lo noticiaba de los últimos avances en la investigación del notable filólogo que recientemente se embarcó en la empresa de confirmar que los vikingos llegaron a Newfoundland en Norteamérica, 500 años antes de que Colón descubriera las Indias Occidentales.

En estos afanes, transcurría la adolescencia de Alencastre cuando, a fines del invierno de 1943, la guerra en Europa dio un giro radical a sus investigaciones. Todos los jóvenes en edad de portar un arma y servir a la nación fueron reclutados para combatir contra los nazis. Su padre le entregó el comunicado después de la navidad. Debía estar en Puerto Varas en dos semanas con más equipaje que su uniforme de soldado. Esto no cambió en absoluto sus objetivos, ya que con beneplácito recibió la orden de que, en cuanto llegase al puerto de El Havre en Francia, tenía que dirigirse de inmediato a Stavanger, punto de penetración aliada en el frente noruego. Alemania violó la neutralidad de Noruega y Dinamarca, y, luego del desembarco en Normandía, había que asegurar que los nazis se replegaran de los territorios ocupados.

Hacia julio de 1944 Alencastre ingresó con la tercera división aerotransportada al puerto de Stavanger, completamente devastado por los bombardeos aliados y la táctica de tierra arrasada que los nazis pusieran también en práctica cuando se retiraron de Rusia. La tenaz resistencia del ejército alemán retrasó en tres semanas su llegada a Bergen, punto clave en la liberación de Noruega, puesto que allí se encontraba el último reducto nazi a doblegar en aquellas gélidas tierras del norte de Europa. La correspondencia con Even se había interrumpido desde el inicio de la invasión alemana, debido a que toda comunicación fue intervenida a pesar de que las cartas entre estos apasionados por los vikingos no representaban amenaza alguna para el ejército del Tercer Reich. Igualmente, corrieron la misma suerte que todas las cartas interceptadas y, al comprobar que contenían papeluchos incomprensibles y datos sobre viajes, fueron echadas al fuego sin pensarlo dos veces (no faltó algún oficial alemán que viera en tales cartas un mensaje cifrado que revelara su posible ubicación a los aliados, lo que alarmó a los superiores quienes decidieron en el acto incinerar toda correspondencia sospechosa, cuando no, ubicar al remitente de la carta para someterlo a interrogatorio).

El desembarco de las fuerzas aliadas en Bergen era inminente. Durante los tres días de viaje a bordo del acorazado Plymouth, Alencastre planeó detalladamente las actividades que ocuparían su tiempo en la ciudad al término de los combates. Ubicar la casa de Even en primer lugar, después visitar al profesor Pollack, y, finalmente, consultar toda la documentación posible acerca de los viajes vikingos en la biblioteca principal de la Universidad de Bergen. Echado en su litera, imaginaba lo que sería estar presente en aquella ciudad de la cual había conocido tanto por medio de Even; es más, sentía como que ya la conociera y esta visita fuera tan solo un viaje de reconocimiento o una especie de premio a su dedicación. Cualquier cosa menos una invasión armada lejos de su país, de su pupitre, de sus libros… El ánimo de Alencastre se distinguía del resto de jóvenes soldados en que para él, el miedo no provenía de las balas del enemigo, sino de la posible inutilidad del viaje si es que moría antes de llegar a Bergen.

La madrugada del 23 de agosto de 1944 los aliados tomaron por asalto las costas de Bergen. El apoyo aéreo fue decisivo para preparar el terreno y poco pudieron hacer las baterías antiaéreas alemanas frente a los bombarderos aliados. La población también colaboró días antes señalizando lugares estratégicos para el aterrizaje de paracaidistas y despejando las zonas que serían blanco de los bombardeos. En cuestión de una semana, Bergen fue tomada y la liberación de Noruega siguió su curso regular. La división de Alencastre recibió órdenes de permanecer en el puerto contrariamente a lo planificado antes. Lástima, porque se quedaría con las ganas de conocer Oslo.

Durante la reconstrucción de la ciudad, Alencastre apoyó en todo momento a los lugareños con los cuales intercambiaba breves palabras en noruego aprendidas a la distancia por medio de los libros y notas que Even le escribía. Las correrías de la guerra no le habían permitido buscar la dirección de su amigo y del profesor, pero una vez terminada la toma del puerto, lo primero que hizo fue buscarlos a ambos. A pesar de la alegría que embargaba a los pobladores de Bergen, lo cierto era que no todo era como para sonreír. Muchos ciudadanos fueron torturados, desaparecidos o asesinados, acusados de complotadores o espías. Tales prácticas se acentuaron durante los días previos al ataque aliado; en consecuencia, casi todos los habitantes lamentaban la pérdida de al menos un familiar cercano, amigo o vecino. No fue difícil ubicar la vivienda de la familia Underlid Sandvik; Elrond Underlid era el mejor sastre de la ciudad y todos en Bergen habían acudido a sus servicios al menos una vez. La angustia aceleraba los latidos del joven Alencastre mientras, a paso lento como cuando se cruza un campo minado, se acercaba cautelosamente a la vivienda de los Underlid. Nadie respondió a sus llamados, ni siquiera cuando gritó “hola” en la lengua local. Abrió la falsa portezuela que cubría la puerta principal y giró la manilla ingresando luego de ver a través del vidrio que la casa estaba completamente deshabitada. Había señales de violencia como estantes venidos abajo, floreros rotos, muebles rasgados, mesas con las patas arriba… todo era un desastre y parecía que no hacía mucho de esta barbarie. La decoración era sobria, pero de buen gusto; daba la impresión de que la señora Underlid dejaba notar su presencia allí donde se le necesita a una mujer. “Como mi madre”, pensó el joven Alencastre. Vio un portarretrato familiar en el suelo y enseguida reconoció a Even, aunque nunca lo hubo visto antes. Tal como lo imaginaba, Even Underlid Sandvik era joven, alto y espigado; cabello rubio, ojos azules y nariz afilada, con un semblante de muchacho triste y a la vez juguetón. Lo peor era de esperarse. Abriéndose paso entre los muebles y mesas destrozadas, llegó a la escritorio donde supuso que Even realizaba sus investigaciones y, por qué no, redactaba las cartas que le llegaban tres o cuatro semanas después. Era el ambiente dedicado a la lectura; una amplia biblioteca, en ese instante salvajemente saqueada. De seguro que fue consultada para informar al joven Alencastre de los asuntos que eran de su interés. Tomó asiento en la silla del escritorio y comenzó a hojear los documentos desperdigados en toda la mesa. Debajo de aquella montaña de papeles encontró un mapa antiguo en cuya parte inferior se dejaba leer un código de biblioteca. Apartó los papeles e intentó imaginar a Even sentado allí por última vez.

La patrulla hizo su ingreso intempestivamente derribando la puerta principal en medio de gritos, súplicas y resistencia. El oficial a cargo preguntó por Even a lo que la familia entera respondió con un silencio cómplice. El primero en ser asesinado fue Hermann, el menor de los Underlid; luego su hermana y su madre. Even se encontraba en el sótano sin poder ver lo que sucedía, solamente podía oír los disparos y los gritos que cada vez eran menos audibles. Un cuarto disparo terminó con la vida de Elrond, y en ese instante, Even comprendió que salir para entregarse era demasiado tarde. Tuvo que soportar en la oscuridad el asesinato de su familia, el destrozo de sus pertenencias y los gritos que dibujaban una cercana imagen de lo que estaba aconteciendo allá arriba. Luego de que los nazis se marcharan, Even comprendió la dimensión de las pérdidas al contemplar a su familia rendida en la alfombra de la sala que minutos antes los congregara para cenar. El resto son suposiciones, conjeturas sin respaldo alguno más que la intuición y el buen sentido común. Sin pérdida de tiempo, Even se sentaría a escribir una última carta a sabiendas de que los alemanes la interceptarían. El contenido de dicha carta está aún en cuestión, tal vez contendría algún tipo de información sobre la ubicación del ejército aliado, la posible zona de desembarco o el número unidades aliadas disponibles alevosamente incrementado. Seguidamente, redactaría otra carta dirigida a Alencastre donde lo pondría al tanto de los últimos acontecimientos en Noruega y que, pese a todo, había que colocar a buen recaudo todo el material que tenían reunido. “El profesor Pollack fue interrogado y al no poder obtener nada de él también fue ejecutado”, alcanzó a escribir en las últimas líneas. “Por ello es importante que vayas a la biblioteca de la universidad y recojas toda la documentación posible antes de que los nazis la quemen. Imposible será tener contacto nuevamente. Ninguna muerte más justifica que conservemos inútilmente esta información. Tú eres el único capaz de valorar este esfuerzo. Saludos cordiales, Even”.

En cuanto terminó de leer la carta, salió de la casa rumbo a la universidad. Reunió toda la información que pudo y se aprestó a repasar, minuciosamente, cada una de las fuentes. La tristeza por la desaparición de Even dio paso a una súbita emoción por el hallazgo de las notas del profesor Pollack. Fueron días muy intensos los de la primera semana setiembre de 1944; Alencastre se las ingenió para darse el tiempo de revisar los apuntes del profesor con ayuda de algunos estudiantes que voluntariamente colaboraban con la reconstrucción de la universidad. Ninguno de ellos sabía del paradero de Even. “Dicen que era espía de los nazis y que huyó con ellos cuando llegaron los aliados”. Alencastre no dio crédito a estas versiones y se abocó a traducir los manuscritos de Pollack; tenía en sus manos aquello que ni en sueños hubiera podido imaginar.

Los pasajes nebulosos de esta historia se completaron en las siguientes décadas. La OSS norteamericana desclasificó los archivos de sus colaboradores europeos informando de los detalles de la operación “Nibelungo”. Muchos años después, en la memoria de Alejandro Alencastre, Even continuaría siendo el diligente estudiante noruego que encontró una muerte fatal producto de un malentendido. Ignoraría que Even se transfiguraba por las noches en “Sigfried”, el legendario héroe de la saga nibelunga que a la distancia informaba a los aliados acerca de las posiciones alemanas y a quien le debían el éxito de la campaña noruega. Para la mayoría de sus compatriotas, el nombre de Even Underlid era sinónimo de traición; tuvieron que pasar casi 50 años para que los noruegos comprendieran y aceptaran la realidad sobre su sacrificio. Conspiró en su contra la forma en que desapareció sin dar explicaciones; durante mucho tiempo, se extendió la versión de que Even —y no los nazis— fue quien ejecutó a su propia familia y que huyó hacia Alemania donde seguramente fue asesinado. Justo final para un traidor a la patria y a la familia. Nada más lejos de la verdad; Sigfried antepuso la libertad de Noruega a su bienestar y el de los suyos; de haberse entregado en aquella fatídica noche de agosto de 1944, habría muerto en vano. Gracias al joven Underlid los aliados anticiparon la invasión y Noruega quedó libre de los nazis. Su cuerpo nunca fue hallado, pero se presume que los servicios secretos norteamericanos e ingleses borraron toda posible evidencia sobre su paradero. Fue buscado donde no podría ser encontrado; esa fue la verdadera muerte de Even Underlid: transformarse irreversiblemente en Sigfried Köepke, un modesto agricultor de hortalizas en el norte de Irlanda.

A su retorno, Alejandro Alencastre recibió de manos del alcalde de San Francisco la medalla de honor en nombre de la comuna, y lo declaró hijo predilecto ante la emoción de sus padres y la efervescencia de los pobladores que nunca habían oído de un país llamado Noruega ni de los vikingos ni mucho menos entendían la importancia de la hazaña del joven Underlid. A la muerte de Alencastre, los documentos pasaron a formar parte del patrimonio bibliográfico de la universidad local, según lo indicado en su testamento. Las últimas noticias que tuve de Alencastre fueron tres meses después de nuestra entrevista; enfermo, agotado y ciego se dio tiempo de atenderme en su casa de la región de los lagos. Atento a cada detalle de su exposición, pude reconstruir su memoria y la de Even. Cuando concluí con mi parte del relato sobre su antiguo condiscípulo, agriamente me contestó, “ya lo sabía”.

A mí, Thomas Underlid Mehren, simplemente, me tocó la misión de contar, 63 años más tarde, la verdadera historia de mi abuelo Even Underlid.

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REVOLUCIONARIOS SÍ, REVOLTOSOS NO

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Henry Rivas
revistanaufrago@yahoo.es

Son nuestros dirigentes arequipeños ¿revolucionarios o revoltosos? Con esta interrogante, trataré de argumentar algunas ideas para intentar explicar el proceso político que vive el sur del Perú, especialmente, la ciudad de Arequipa. Este ensayo tendrá como objetivo ubicar el radio de acción de los dirigentes populares arequipeños en una de las siguientes categorías: revolucionarios o revoltosos. Primero, analizaremos el porqué los dirigentes arequipeños convocan paros y marchas; y segundo, analizaremos las consecuencias de estos actos en relación al futuro del sur del Perú, en especial, de Arequipa.

Con este propósito, trataremos de definir el concepto de “revolucionario” y de “revoltoso”. La palabra “revolucionario” procede del término revolución. Esta tiene, según la RAE siete definiciones no muy congruentes entre sí. La que tomamos en cuenta para nuestra reflexión es la segunda: “Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”. (Mariátegui diferencia estos dos términos desde sus raíces francesas). Ahora este cambio puede realizarse o resolverse de múltiples formas. En la historiografía, se habla de tres tipos de revoluciones: la política, la social y la económica. “Revoltoso” tiene en cambio, según la RAE solo tres significados parecidos: (De revuelta, alboroto).1. Adj. Sedicioso, alborotador, rebelde. 2. Adj. Travieso, enredador. 3. Adj. Que tiene muchas vueltas y revueltas, intrincado.

La huella del Arequipazo

Desde el “Arequipazo” de 2002, nuestra ciudad ha liderado las protestas en contra de los gobiernos de turno. El “Arequipazo” fue una victoria popular y de todos los estratos sociales en contra de la privatización de las empresas de energía y agua de Arequipa. Desde la revolución del 50, no se experimentaba una insurgencia popular tan cohesionada en nuestra ciudad que involucrara a distintos estratos y que motivara un efluvio de identidad —que conviene estudiar en un ensayo aparte—. A partir de esa victoria, la posición arequipeña ha centrado su protesta en distintos temas. Principalmente, el costo de vida, la suba de combustibles y la política neoliberal del gobierno. En este contexto, las últimas paralizaciones fueron convocadas por la recién fundada APPA, “Asamblea Popular de los Pueblos de Arequipa”.

Curiosamente en los aspectos medulares y donde la dirigencia arequipeña pudiese tener un éxito trascendente, es decir, el aspecto minero y sus contribuciones al Estado y a la región, las paralizaciones han sido parciales y, en los últimos actos de lucha, nulas. A pesar de que la minera Cerro Verde de Arequipa ha incumplido en muchas ocasiones con los ofrecimientos que de buena fe pactó con la población, o los ha ido ejecutando de una forma perezosa, ya no es objeto de un cuestionamiento por parte de la dirigencia arequipeña.

La representatividad de la casta dirigencial ha variado. En décadas anteriores, el principal movimiento popular era AUPA (Asociación de Urbanizaciones Populares de Arequipa), que agrupaba principalmente a los pueblos jóvenes. Después de la caída de Fujimori, estos movimientos se reactivaron y dieron paso a la formación de otras agrupaciones como el FACA (Frente Amplio Cívico de Arequipa) —de mayor carácter inclusivo y representativo— que tuvo una actuación trascendente en la gesta del “Arequipazo”. Ahora se da paso a la FDTA (Federación de Trabajadores de Arequipa), y, por último, a la APPA (Asamblea Popular de los Pueblos de Arequipa) que antes de representar un frente popular, es un frente de corte socialista que no dialoga ni promueve una plataforma de lucha regional real, sino más bien, unilateral e impositiva.

Estas organizaciones tienen, a su vez, conflictos de representatividad y pugnas internas que van desde lo ideológico-político a las ambiciones personales. Los conflictos no son solo entre distintas clases o una “lucha de clases” como lo planteaba Marx; sino también, se dan dentro de las propias clases como apunta Antonio Cornejo Polar en La formación de la tradición literaria en el Perú: “Las contradicciones clasistas se mezclan con otras de contenido étnico, como es el caso del Perú, donde ambas categorías se entrecruzan sin cesar; la ambigüedad de los sujetos sociales se hace mucho más profunda. Complejas de por sí, por separado, las clases y las etnias cuando aparecen juntos y mixturadas son verdaderos abismos de inestabilidad y poliformismo”.

En las últimas paralizaciones la casta dirigencial arequipeña no ha logrado sus propósitos . La reducción del precio de los alimentos no se regula por protestas: la llamada “política neoliberal” ha resultado fortalecida por los elevados índices de crecimiento con que defiende el gobierno el rodillo económico que maltrata a los que no pueden participar de esa fiesta internacional que es la globalización. Asimismo, no existe una cohesión política e ideológica de la casta dirigente en nuestra ciudad. Todos se mueven de manera individual, torpe e irresponsable ante la problemática real del sur y, en particular, de Arequipa.

Si antes las revoluciones arequipeñas hacían caer a gobiernos o modificaban sustancialmente sus políticas, la actual casta sería definida como de “revoltosos”, carentes de cohesión e ideología , sus pugnas internas y de representatividad han debilitado su plataforma y las acciones que propugnan y promueven los asemejan más a una tribu de bárbaros sin horizonte y sin la formulación siquiera de un “Proyecto Nacional” o al menos de un “Proyecto para el Sur” o un “Proyecto para Arequipa”.

EL EFECTO BOOMERANG

Si colocamos en una balanza los beneficios y perjuicios de las últimas protestas arequipeñas el saldo será negativo. En este momento, Arequipa con 23,8 % de pobreza en toda su región, ha dejado de ser la segunda ciudad del país: Tacna con 20,4, Lima con 19,4, Tumbes con 18,1, Madre de Dios con 15.6 y, por último, Ica ,con 15,1 % de su población nos dan muestras generales, aunque no específicas, de que nuestro departamento no se dirige al éxito económico. Por su tradición, Arequipa no debería estar por debajo del segundo lugar. Sabemos que estas cifras del INEI sobre la pobreza en el Perú son refutables, pero si tomamos en cuenta que para ciertos grupos de empresarios Trujillo ha ocupado, después de Lima, un lugar seguro para las inversiones privadas, seguida por Piura y Chiclayo, entonces hay que tomar el problema con seriedad. Lamentablemente, Arequipa no presenta ese avance ni es beneficiada con las cifras de crecimiento. Si todavía ocupamos el segundo lugar en la presión tributaria, no es porque la reactivación económica haya sido positiva en nuestra región, sino porque el precio de los minerales se ha disparado en el mercado internacional, además que la presión tributaria en Arequipa (a los mortales, claro, no a los poderosos) es superior inclusive a la de Lima. Así, ese crecimiento en la presión tributaria es solo minera y producto de una eficiente y hasta a veces abusiva fiscalización tributaria (a un amigo empresario le hicieron pagar el IGV correspondiente al menú que obsequiaba a sus trabajadores) que no abarca los demás estamentos de la población y el mercado.

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Las guerras de este mundo

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Sociedad, poder y ficción en la obra de Mario Vargas Llosa
Planeta / Pontificia Universidad Católica del Perú, 2008

Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

En noviembre de 2001, me encontraba cursando el último año de Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Mientras preparaba el material para mi primera clase magistral sobre el simbolismo francés y los poetas malditos como parte de mis prácticas preprofesionales, pensaba en lo que me depararía el futuro una vez que ya no tuviera el pretexto de ser universitario. Terminado ese año, tenía cada vez más claro que la enseñanza sería el trabajo más inmediato al que podía acceder. Recuerdo que una mañana de la segunda semana de noviembre, un lunes o martes posiblemente, sintonicé de casualidad un desaparecido canal de cable cuya programación emitía congresos, conferencias, seminarios y otros eventos de interés cultural. Grande fue mi sorpresa cuando vi que ante un auditorio lleno de asistentes Jorge Edwards, Alonso Cueto, Nélida Piñón y José Miguel Oviedo conversaban amenamente acerca de la obra de Mario Vargas Llosa. De inmediato, busqué una cinta de VHS y grabé toda la conferencia hasta agotarla. Era el primer o segundo día del congreso Las guerras de este mundo organizado por la Pontificia Universidad Católica del Perú en homenaje al autor de La guerra del fin del mundo. Conseguí más cintas y grabé todas las conferencias restantes hasta las sesiones de preguntas. Nunca imaginé que aquello sería el anticipo de una larga dedicación al estudio de la obra de Vargas Llosa que en algunas semanas llegará a su fin. Transcurridos ocho años, esas imágenes permanecen intactas en mi memoria y es por eso que cuando leí este libro inevitablemente retrocedí esos ocho años hasta situarme en el momento preciso que terminaba para mí una etapa y comenzaba otra nueva: mi último año como estudiante y el primero como profesor de Literatura. Por ello, el comentario de este libro tiene un particular significado para el autor de esta nota.

Las guerras de este mundo reúne las ponencias leídas en aquella oportunidad por amigos escritores, críticos literarios y especialistas de las ciencias sociales que desde diferentes perspectivas abordaron la obra de nuestro célebre novelista. El libro consta de cuatro secciones claramente definidas. En la primera, escritores y periodistas Nélida Piñón, Enrique Krause, Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza, Antonio Tabucci. J.J. Armas Marcelo, Jorge Edwards y Efraín Cristal dan sus impresiones acerca de algunas novelas, la trayectoria periodística o breves trazos biográficos que tienen el privilegio de quien escribe como testigo y amigo personal de Vargas Llosa. Salvo la ponencia de Efraín Kristal, el resto no levantará mayor expectativa en el crítico literario acostumbrado a planteamientos o interpretaciones reveladoras. Kristal elabora un análisis preciso y pormenorizado de las líneas argumentales de La fiesta del chivo. Demuestra su oficio de crítico literario en la medida que profundiza en los aspectos claves de esta novela. Otro aspecto a destacar es que establece vínculos entre esta obra y otras novelas del mismo autor como Historia de Mayta y Conversación en La Catedral. Sin embargo, su interpretación de la novela sobre el dictador dominicano no difiere mucho de aquello que ha sido percibido por varios críticos: el poder dictatorial corrompe todo cuanto está a su alrededor. A pesar de esto, aporta una idea que sí considero enriquece la comprensión de la novela: La fiesta del chivo como síntesis entre la acción individual a favor del cambio y de la presión que ejerce el grupo sobre el individuo; y de cómo el individuo dictador actúa sobre la sociedad.

Del resto de ponencias en esta sección, me impresionó además la de J.J Armas Marcelo. Artículo bastante apasionado, digno de un admirador y biografista de la obra y figura de Vargas Llosa. Interesante la tesis que maneja sobre el Jeckyll y Mr. Hyde vargallosianos: la diferencia entre las dos escrituras ?la ensayística o periodística y la literaria de ficción? es aparente porque en ambas subsiste lo ideológico, en caso de Vargas Llosa, la defensa irrestricta de la libertad individual. Aproximación importante que brinda mayores luces para afirmar que durante la etapa socialista y en la actual liberal, Vargas Llosa conserva sus convicciones ideológicas intactas, pero con una orientación diferente: como socialista y como liberal siempre defendió la libertad individual y se opuso radicalmente a cualquier forma de coacción sin importar de donde viniera.

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Círculo de Estudios Políticos y Sociales – CIREPS

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Considerando que una de las funciones principales de la política sino la más importante, es la de posibilitar una convivencia justa, factible y pacífica, comprendemos que su ejercicio no puede prescindir de la inclusión de los sectores históricamente desplazados y excluidos del espacio público deliberativo ni del diseño de una política de Estado que, a través del diálogo y la concertación, contribuya a superar las aún presentes brechas de desigualdad. Por ello, nos comprometemos a realizar un profundo examen sobre las causas estructurales que impiden un desarrollo equitativo y una justa distribución de los bienes y recursos generados en nuestro país a trasluz de un análisis atento del devenir nacional orientado por una comprensión mayor que le brinde carácter de guía.

Creyentes en la necesidad que la democracia se consolida a partir de reglas igualitarias de conducción, un Estado de derecho consolidado y la generación de acuerdos entre todas las partes, vemos con preocupación la creciente recurrencia de conflictos locales de índole regional que no pueden ser absorbidos por los canales formales previstos para su canalización comprometiendo así la solvencia y posibilidad del sistema de poderlos regular y resolver de forma pacífica. Llamamos la atención respecto a la necesidad de combatir a través del estudio, la reflexión política y las iniciativas comunes de base; las implicancias y repercusiones del recurso a la violencia, analizando sus causas de aparición y proponiendo alternativas viables ofrecidas desde las canteras de la Cultura de Paz, la Ética aplicada y la Teoría de Manejo y transformación de conflictos.

Conscientes que la sola existencia de partidos políticos no es garantía para la consolidación del régimen democrático y que la política partidaria no es el botín de sus correligionarios, comprendemos la apatía y la creciente desconfianza de la población en general respecto a la clase política llamando la conciencia del ciudadano de a pie sobre la constatación de que a menor participación y control ciudadano mayor posibilidad de que grupos y sectores de corte dictatorial-autoritario reaparezcan generando además el cáncer de la corrupción. Las posibilidades de revertir dichas condiciones requieren de un compromiso serio y honesto por parte de la ciudadanía, la clase política y la sociedad en su conjunto. Es preciso tomar conciencia de la necesidad de construir una cultura democrática comprendiendo que ella no puede sustentarse más en la improvisación o el aprovechamiento circunstancial de nuestra historia nacional más en un proyecto de acción común que sea respuesta a una visión moderna, deliberada y plausible de país, basado en los principios de pluralidad y tolerancia propios de un régimen democrático constitucional. Las instituciones de la sociedad civil y los foros públicos que dispone el Estado constituyen espacios de diálogo en los que puede forjarse la cultura cívica que necesitamos.

(ir a la página de CIREPS)
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Encuesta de opinión

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Por qué no escribiré sobre Magaly Medina

Porque no deseo aunarme al coro de voces que plantean discusiones bizantinas sobre un asunto que jurídica y mediáticamente lo tengo muy claro.
Porque los temas de interés nacional se están dejando de lado, como suele suceder, para dar cobertura a otros mucho menos trascendentes.
Porque la verdadera cortina de humo la creamos cuando inflamos más allá de lo debido la importancia del encierro de un personaje que ha contribuido al descrédito de la televisión peruana.
Porque, a diferencia de Cosas, Caras, Luna, Vanidades y otras revistas similares que plantean como cuestión de interés público que María Cucuchi Ñunez del Prado y Álvarez Calderón-Maguiña es la mejor vestida en los tés de tías del Club Nacional, desde aquí estoy convencido que existe un público expectante sobre cuestiones más importantes que la mayoría de medios de comunicación -pero sí muchos blogs- no abordan.

Por todo ello, ahora los dejo con la encuesta de la semana

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