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EL ARS EROTICA DE CRISTÓBAL ZAPATA

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En Historia de la sexualidad, Michel Foucault distingue ars erotica (concepción placentera de la sexualidad) de scientia sexualis (incorporación de una voluntad de saber y poder sobre el sexo). La hipótesis de Foucault es que en Occidente, a diferencia de Oriente, la scientia sexualis se impuso progresivamente a la ars erotica, de modo que la sexualidad se convirtió no solo en un objeto de estudio científico, sino que concitó la atención de los mecanismo de represión del poder que veían en ella una enorme capacidad de subversión de la disciplina. En La miel de la higuera, Cristóbal Zapata (Cuenca, Ecuador, 1968) desarrolla una poética muy próxima a la concepción del ars erotica.

Su obra poética comprende Corona de cuerpos (1992), Te perderá la carne (1999), Baja noche (2000), No hay naves para Lesbos (2004), Jardín de arena (2009) y La miel de la higuera (2012) recientemente, publicado por la editorial Cascahuesos.

En este último, el erotismo es un tema presente en la mayoría de los poemas. Lo sensual, lo sexual y la atracción entre los cuerpos son tres dimensiones del erotismo reconocibles en la poética propuesta por Cristóbal Zapata en La miel de la higuera cuyas imágenes sensoriales descansan sobre metáforas que establecen analogías entre la geografía corporal y natural: «Bajo el follaje de tu falda / mi mano busca el fruto oscuro y fragante […] / y tus muslos se abren complacientes / para que mis dedos lo hagan estallar / como a una granada vegetal».

Así lo evidencian los primeros poemas del libro —«La miel de la higuera», «El ciprés», «Eucaliptos» y «El árbol de la vida»— donde árboles y frutos simbolizan el deseo, esa fuerza de atracción que conmina el encuentro de los cuerpos: «De chicos penetrábamos por debajo / del ciprés que se erigía en el Parque Central / como si ingresáramos por una inmensa vulva / a la perfumada entraña del árbol», («El ciprés»). Otra parte la conforman breves y anecdóticos poemas de circunstancias desprovistos de la seducción sensorial de los que apuestan por un ars erotica como poética, a excepción de «En la Foch», que mantiene el tono de los poemas iniciales pero situando al yo poético en tradiciones urbanas locales e histórico-literarias y artísticas de carácter universal.

Algunas secciones están organizadas temáticamente. En «Tributos», Amy Winehouse y Marylin Monroe son personajes que inspiran admiración y compasión, cuerpos del deseo marcados por un destino trágico, dos formas antagónicas de belleza: «tú eras una belleza para paladear / para deletrear sílaba a sílaba como tu nombre […] / A –my Wine-house / belleza vocal, bucal / cruzando la noche del mundo / como un chorro de esperma / como un proyectil radiante y adictivo» («El apagón»). Mientras que «La carne y el espectro de Marylin Monroe», expone la sensualidad de un cuerpo que Al perecer, le sobraban unos centímetros en los senos y en las caderas».

Otros apartados reúnen poemas que trazan una semblanza sobre escritores en los que el yo poético reconoce cierta ascendencia. Es el caso de «Fernando de Herrera leyendo El Cortesano» o «Leyendo el Endimión de Keats en Playas de Villamil», este último, en mi opinión, el más logrado de todo el libro, pues combina las cualidades mencionadas al inicio, un registro coloquial semejante al del gran poeta romántico inglés, la inserción de lo contemporáneo en la tradición y un discreto tono confesional. La geografía urbana es incorporada en la sección titulada «Estancias», que evocan circunstancias cotidianas, de aparente intrascendencia, pero que al ser evocadas adquieren un sentido diferente: plazas, calles, residenciales, parajes abandonados y ciudades conforman el espacio poético de este apartado.

Los poemas de La miel de la higuera seducen en tanto no se alejan de la ars erotica que los articula. Prescinden de un lenguaje preciosista o de metáforas audaces y herméticas; más bien se inclinan hacia una expresión sencilla y coloquial que alcanza sus mejores momentos cuando explota la relación entre cuerpo y naturaleza, carne y vegetal, órgano sexual y fruto, hombre y árbol; que se dispersa al insertar el elemento anecdótico y que retoma aliento cuando se vuelca para retratar a personajes de la cultura de masas y de la tradición artística universal. No incurren en un abordaje desaforado, salvaje o visceral del sexo; por el contrario, apelan a un tono sosegado pero sin ceder en la carga pasional, motor del erotismo que invita al encuentro de los cuerpos. Tampoco recurre a descripciones explícitamente sexuales, sino que asume lo sexual como una dimensión natural reconocible en cualquier actividad humana donde el deseo tienda lazos entre los individuos: «Ella gira / se eleva / flota / nada / trota / se abre y se cierra / como un bandoneón» («Pareja de baile en Plaza Dorrego»).

Un poemario que propone al cuerpo como materia prima del deseo.
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VERDAD HISTÓRICA, MENTIRAS VERDADERAS

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Fuego secreto
Luis Enrique Tord
Editorial Universitaria. Universidad Ricardo Palma
Lima, 2005

La relación entre historia y literatura ha sido abordada desde diversas perspectivas según el punto de vista del investigador o del escritor. Borges consideraba que la historia es un relato tan ficcional como un cuento, puesto que la labor del historiador se confunde con la del escritor al momento de evocar hechos pasados y reacomodarlos en el presente con arreglo a una ideología particular o las circunstancias del momento. Mario Vargas Llosa sostiene que la literatura, específicamente la novela, no es un documento histórico por más realista que parezca, porque la esencia de la literatura, a su modo de ver, es transgredir una realidad nefasta para el escritor a fin de convertirla en un «mundo aparte» más satisfactorio. En este sentido, la novela subvierte la realidad; no desea imitarla, sino transformarla. En la mesa redonda sobre Todas las sangres, científicos sociales y críticos literarios sostuvieron un debate similar en torno a la obra de José María Arguedas: los científicos sociales insistieron en estudiar su obra como un documento histórico, sociológico y antropológico sin tomar en cuenta que el texto literario adquiere su realización mediante un registro representacional, ficcional, lo que Roland Barthes denominó «efecto de realidad». No es competencia de la crítica literaria evaluar la veracidad de la información histórica de un texto literario, pero sí analizar lo que este uso representa como estrategia de verosimilitud.

En Fuego secreto (2005), Luis Enrique Tord (Lima, 1942), reconocido historiador, narrador y antropólogo, nos entrega un conjunto de relatos que tratan este tema tan discutido, donde la voz de un narrador en primera persona nos revela sus acuciosas investigaciones sobre hechos históricos con sorprendente precisión de fechas y lugares. En el ámbito de la creación literaria ha obtenido en tres oportunidades el Premio COPE de Cuento, ocupando el primer lugar en 1987, y con el Premio Nacional de Novela 1998 convocado por la Universidad Nacional Federico Villarreal; el Premio Nacional de Cultura, Premio Jaime Bauzate y Meza y Premio Luis A. Eguiguren. Recientemente, reunió todos sus cuentos en un solo libro, Revelaciones. Relatos reunidos 1979-2011 (Prisa Ediciones, 2011).

De Fuego secreto me sorprendieron «Amarilis Indiana» y «Nueva Atlántida», porque, a diferencia del resto de cuentos, el narrador no abunda demasiado en datos referenciales que retrasan la fluidez de la narración (los cuales estarían plenamente justificados en un informe o pesquisa histórica). María de Rojas y Garay, protagonista de «Amarilis Indiana», es una distinguida joven huanuqueña desinteresada completamente por el matrimonio y dedicada sobre todo a las tertulias literarias y la lectura. En vista que su familia la conminó a casarse es que accedió a la petición del hidalgo don Gómez Ramírez de Quiñónez, lo cual no la alejó de la lectura de su autor predilecto: el dramaturgo español Lope de Vega. Al enviudar, María de Rojas y Garay decide ordenarse como monja y tiempo después, dejó una extensa carta dirigida a Lope de Vega, en la cual le manifiesta su admiración intelectual y su amor. Todos estos acontecimientos son expuestos por el narrador-investigador, quien testimonia haber hallado el manuscrito de dicha carta, la cual forma parte del intertexto del cuento. Como se puede apreciar, esta historia se aproxima a una de las hipótesis que explican la identidad de Amarilis, a quien se atribuye la autoría de la «Epístola a Belardo».

Pese a que los relatos están bien estructurados y exhiben una prosa seductora, limpia y abundante, el exceso de información documental —que a fin de cuentas no brindan necesariamente mayor o menor verosimilitud— fatiga al lector, pues por momentos, queda la sensación de estar leyendo un informe de investigación histórica; aparte de ello, Tord repite la misma estrategia en todos los cuentos: un investigador que a consecuencia de sus pesquisas decide contar una historia y revelar al lector la verificación de sus hipótesis o la desestimación de las investigaciones de otros historiadores.

Un conjunto de relatos cuya poética no problematiza la relación entre historia y literatura sino que apela a la erudición documental como estrategia de verosimilitud, recurso que, por el contrario, refuerza la falacia referencial, por la cual la realidad se toma como fuente incontrastable para ser representada fielmente desde la literatura. Sigue leyendo